miércoles, 29 de abril de 2020

Ironías

(Imagen extraída de la red Internet y modificada)

Ahora ya es tarde. Ahora, cuando recuerdo que lo olvidé enseguida…
Recuerdo el preciso instante en que nos envolvió un silencio tan ensordecedor como perturbador, y que de un plumazo descartó la posibilidad de pensar en cualquier otra cuestión que no fuera evaluar la gravedad de lo que estaba por sucedernos.
Me encontraba leyendo mi ejemplar de El exorcista, así que no tuve más remedio que cerrarlo y abandonar su lectura para retomarla ―planeé, iluso― en una mejor ocasión que nunca llegó. No es que ello representara entonces un problema demasiado importante en sí mismo, ya había leído esa novela tiempo atrás, pero sí lo hacía el hecho de que algo evidenciara que se avecinaban cambios… para siempre, y no para mejor. Viéndolo con perspectiva, hoy considero que quizá Regan tuvo mejor suerte que todos nosotros, como también sé ahora que el discreto silencio que nos envolvió los días anteriores no era sino una prueba que anticipaba la presencia mientras continuábamos con nuestra normalidad, tan discutible vista desde esta nueva perspectiva. En aquellos momentos no nos podíamos imaginar ni lo uno ni lo otro.
Ahora aquel silencio ya no lo percibimos, no igual, forma parte de nuestra nueva naturaleza.
Confieso que me obsesiono con las obsesiones, como la que tengo con la noción de ahora, pues sólo contemplo los conceptos temporales que excluyan de raíz, aunque por motivos tan diferentes como la añoranza y el pánico, el antes y el después.
No necesito tener frente a mí un espejo para saber que está insinuándose en mi rostro algo parecido al garabato de una sonrisa triste, esa que suele aparecer cada vez que recuerdo todo aquello y acepto con resignación que lo que hicieron, lo hicieron muy bien, casi a la perfección.
No tenían prisa, durante meses o años, no podríamos asegurarlo, poco a poco, nos fueron invadiendo y poseyendo a todos; o a casi todos. Eran imperceptibles a nuestros sentidos y no fue hasta después de terminada esta primera fase cuando mostraron sus cartas en forma de síntomas. Para entonces, ya era demasiado tarde, habían conseguido su propósito, habían vencido, y sólo restaba que todos nosotros decidiéramos nuestro destino en forma de reacción física o mental; envolvernos en la bandera blanca de la rendición o desaparecer para siempre, una de dos: derrota en forma de pérdida de la dignidad, o muerte que, aunque pudiéramos revestirla de victoria, no sería sino una forma radical de derrota rápida. Derrota cruel, en cualquiera de los dos casos.
Y en éstas estamos, en una nueva normalidad tan diferente a la anterior como puedan serlo las disputas en democracia y la tranquilidad tutelada en dictadura. ¡Joder, qué necios y ciegos fuimos! Mientras viajábamos, con los ojos bien abiertos, pero sin ver, por la autopista de nuestra vida social, no nos dignamos en coger la salida que indicaba «felicidad»; claro, como en los carteles estaba indicado con pequeñas letras escritas en minúsculas, no nos atrajo su propuesta y nos dejamos seducir y arrastrar por el deslumbrante brillo de las grandes letras mayúsculas que formaban la palabra «DESASTRE». Y en él estamos mientras nos dirigimos hacia uno mayor.
Tengo que dejar ya de reflexionar; él, mi dueño, está a punto de terminar su visita exploratoria periódica con el séquito de unidades invasoras que le acompaña y actúa como su guardia personal, y en breve llegará de vuelta a mi cerebro, no soporta que evidencie mi malestar por su presencia o la cuestione. Y yo no quiero enfadarle, ya sabemos hasta dónde son capaces de llegar los de su especie con las represalias.
Por cierto, ¿os he dicho ya que a veces pienso en él como mi inquilino?, y no pasa nada. Parece que no es capaz de procesar la fina ironía; eso, o que no le molesta en absoluto, una vez que se ha adueñado de mi cuerpo, de mi ser y me ha dejado claro que, para estos casos, no hay exorcismos que valgan.
Interrumpo mis cavilaciones, intuyo llamada al frente. Percibo cómo va a activar la palanca del control total de un momento a otro; no hace el más mínimo esfuerzo por disimularlo, se le nota demasiad…
*
Debemos neutralizar y exterminar ―así lo ordenamos― al último reducto de humanos que no presentan síntomas de sometimiento, a esos insensatos que creen aún en una justicia natural, los malditos inmunes que amenazan al éxito total de nuestro plan.
*
Hace ya unas cuantas lunas llenas que ellos dejaron de ser entes individuales. Los huéspedes acabamos conquistando sus fascinantes, aunque vulnerables cuerpos, los mismos que infrautilizaron durante siglos hasta que conseguimos perfeccionar la técnica que nos permitió llegar a monitorizarlos. Los adaptamos a nuestra naturaleza hasta convertirlos en nuestros trajes. Les prohibimos e impedimos pensar y hablar en términos de posesión. Les aconsejamos usar el concepto cohabitación, aunque lo tilden, cuando creen que no estamos presentes en su consciencia, de ironía poco elegante. Pero, ¡qué sabrá de ironía una especie que despellejaba con severas críticas a sus políticos menos preparados y acababan nombrándolos sus líderes después de votarles y regalarles mayorías, a veces tan insultantes como son las absolutas!
Ironía es que se crean sus palabras cuando se dicen y se repiten, a solas o en los reducidos grupos de reunión que les permitimos, que todo acabará aquí, cuando saben desde hace tiempo a ciencia cierta que esto no es más que el principio, el principio de su fin…

© Patxi Hinojosa Luján
(29/04/2020)



domingo, 26 de abril de 2020

Días inciertos

(Imagen extraída de la red Internet)

Siento a veces nostalgia de lo vivido
Un nudo amargo congela la amnesia
Me pierdo en contiendas que se proponen
Saldar mi orgullo en rebajas

Aspiro a comenzar de nuevo
Y compruebo si todo fue un sueño
Mas temo que volverán
Días inciertos

Calles semivacías
Corrigen perspectivas del ayer
Con menos fe que un paria en un palacio
Volví a tiempos ficticios
*
Mis vecinos aguantan, lo hacemos todos
Y esta vida observamos con celo
El silencio percutió y dañó mi oído
Perdí la calma

Presente y futuro se aliaron
Reniegan del pasado
Mas temo que atacarán
Días inciertos

Calles semivacías
Borrando perspectivas del ayer
Con menos fe que un cura en un desierto
Viajé a tiempos ficticios
***
Calles semivacías
Obviando perspectivas del ayer
Sonriente como un pobre con tres platos

Hoy vislumbré el mañana
Que anteayer nos sorprendió
Me aclimataré sin más demora
Lo haré cambiando pautas

© Patxi Hinojosa Luján
(26/04/2020)

Esta letra se ha escrito con la intención de que pueda ser cantada con la melodía de «Viejos Fantasmas», de mi amigo David Castro:

miércoles, 8 de abril de 2020

Anoche


Anoche te volví a ver. ¿Recuerdas?, teníamos una cita. Te intuí preocupada cuando te asomaste avergonzada; tú, que traías tu grandeza aumentada, llevabas el rubor a flor de piel, aunque ese poco discreto sonrojo, no me lo puedes negar, tenía la peculiaridad del misterio.
Eras tú, sí, mas era la primera vez que te veía así, no así de plena, no es eso, sino tan distante, aunque estuvieras más cerca que nunca; ¿quizá temerosa de lo que te ibas a encontrar al escudriñar por aquí? Ahora, cuando se lo cuento a mi diario, al reflexionar, estoy empezando a entender la magnitud de lo que nos ocurre.  
¿Y yo?, ¡qué quieres que te diga!, yo quedé triste y decepcionado. Tras veintinueve noches sin verte, la mayoría confinado en casa, lo último que esperaba es que no te mostraras como de costumbre; porque, querida, ya sabes cuánto me hubiera gustado poder decirle a todo el mundo que, anoche, a la Luna se le seguía viendo el ombligo.    

© Patxi Hinojosa Luján
(08/04/2020)