lunes, 14 de noviembre de 2022

Recuerdos inconexos

Los calendarios que consultamos aquellos que hemos visto demasiadas de sus hojas perderse en el pasado acostumbran a contar con multitud de casillas cruzadas por signos tan invisibles como presentes y que denominamos aniversarios. No hace falta echarles un vistazo para que los recuerdos que representan nos avisen de que están ahí, de que siempre lo estarán. Algunos son caricias en el corazón, mas otros… otros son arañazos en el alma.
         De repente, desde hace unos pocos días, recuerdos dispares se agolpan en mi cabeza y no sé cómo darles salida sin que vayan acompañados de una carga de emotividad tan pesada, que siento que necesito hacerlo más pronto que tarde.
      Creo que empezaré por el final, o casi. Después ya veremos cómo se ordenan esos recuerdos inconexos.
        No hace tanto que, en nuestros paseos por el Boulevard de la Mer de Hendaye, cuando Susan, Manolo (su padre) y yo nos cruzábamos contigo charlábamos de lo humano y de lo divino antes de continuar con nuestros respectivos caminos. Pero en un abrir y cerrar de ojos, como por arte de no sé qué intrusa maldición, pasamos a verte sentado, ya casi siempre, en alguna parte del murete que separa el paseo de la playa en sí pero nunca muy alejada de tu portal, que no era cuestión de malgastar esas fuerzas que ya empezaban a escasear. Qué lejanos parecían entonces esos momentos en los que manipulabas con pasmosa facilidad esos enormes rollos de sintasol, como cuando me pediste ayuda y en un plis-plás nos hicimos ese apartamento en St. Jean de Luz; yo como un simple ayudante, claro. Me decías que eso no tenía mérito, que no era comparable a cuando tuviste que pintar en un rascacielos el exterior de una persiana ¡desde fuera!, sólo agarrado con una mano a un pincel que un compañero sujetaba desde dentro, mientras que con la otra pintabas. Se me ocurren varios adjetivos que casarían a la perfección con dicha acción, aunque creo que el que mejor le va es el de temerario.
       Y claro, a alguien capaz de tamaña osadía no podía negarle que experimentase en nuestra casa con una nueva técnica de pintura a pistola que querías probar. Y bien que lo hiciste, ¡y qué bien lo hiciste! Nos quedaron salón, entrada y pasillo preciosos, y nosotros encantados. Vaya, parece que nos hemos ido cerca del principio de nuestra relación, cuando frecuentábamos salidas después de responder con un ¡vamos! a la pregunta que de vez en cuando nos hacía tu pareja, Caroline, no pudiendo evitar que su ¿vamo a merendá? estuviera impregnado, estaba más que claro, de tu acento extremeño. Caroline, gran Amiga y madre de tus dos hijos menores y que para Susan y para mí siempre han sido más que vuestros hijos, mucho más que los amigos de los nuestros.
         Me viene el recuerdo ahora de la tarde noche que, a la vuelta de una de tantas de esas escapadas meriendiles, os camelé a Susan, a Caroline y a ti para sentarnos en el suelo de una de nuestras habitaciones, con las ventanas y contraventanas cerradas y la luz apagada, a escuchar a todo volumen «Funeral For A Friend - Love Lies Bleeding» de mi primo Elton John, vosotros dos por primera vez, yo por enésima. No sé si fueron lo efluvios del vino o que en realidad lo sentíais de corazón, pero me transmitisteis que os gustó la experiencia, y yo tan feliz.
       Sí, fue un tiempo de mucha cercanía, amistad creo que la llaman; y lo mismo nos prestabais vuestra Caravana en La Manga del Mar Menor que me llamabas apurado para que fuera a buscarte e Guéthary porque a tu Nissan Vanette le había dado por patinar y se había dado un trompazo, no recuerdo ahora mismo si contra un árbol, una señal de tráfico…, quedando inutilizada. O ayudaba a mi padre a colocaros con todo el cariño la escalera interior de la villa que os estabais construyendo. Por cierto, allí en vuestra casa entendí por fin lo que me pasaba con las alturas, ese miedo casi irracional. Un día, cuando las vigas ya estaban colocadas, pero no así el suelo del piso superior, me dio por ponerme de pie sobre una de ellas y lo entendí: tengo vértigo, un vértigo brutal y no pude soportar no tener un suelo a mis pies y ver sólo el vacío; tuve que sentarme enseguida y agarrarme bien a todo lo que encontré a mano para evitar males mayores.
        Pero el recuerdo que me asalta ahora es el más chocante de todos, quizá porque no estás tú en él cuando pienso que deberías haberlo hecho, dicho sea desde el cariño: paseábamos por ese Boulevard de la Mer que ya mencioné antes Susan, Caroline y yo junto con nuestros dos hijos pequeños en sus respectivos cochecitos. En un momento determinado Xabi se mostraba intranquilo, quería dormir y no podía y mis dedos consiguieron que lo hiciera con una suave caricia en su frente. Creedme si os confieso que la sensación con la que me quedé fue agridulce, mucho. Aquella era una época de Vacío, así con mayúsculas, y ahora interiorizo más claro que nunca que no fue ni la primera ni la única.
        Ya ves, Jacinto, desfilan muchos recuerdos inconexos entre sí (o no), y me temo que seguirán aflorando más cuando estas torpes palabras ya hayan sido firmadas y olvidadas.

© Patxi Hinojosa Luján 
(14/11/2022)

lunes, 18 de julio de 2022

La pasajera 37

La pasajera 37

Aquel día salí pronto de casa, de modo que llegué con tiempo de sobra a la estación, justo cuando estaban situando mi tren en la vía correspondiente. Quedaban todavía unos veinte minutos para su salida; aun así, en cuanto activaron la apertura de puertas subí al primer coche y me senté en el extremo más alejado de la cabeza del mismo, presa de una impaciencia que me era imposible controlar. Para mitigarla, aunque sabía que sería difícil lograrlo, decidí contar los pasajeros que iban llegando, en silencio.
         Un chico, con la cara tatuada de adolescencia y una mochila cargada de libros a la espalda por cómo tiraba de él hacia atrás, fue el primero en subir; uno. Después… Una mujer portando una apretada bolsa de tela, «como embarazada», pues delataba el táper dispuesto para el que sería, sin duda, un complicado día más; dos. Un grupo de tres chicos a los que no conseguí imaginarles oficio ni destino, lo cual me intrigó y desasosegó a partes iguales; tres, cuatro y cinco. Una pareja de novios acaramelados que me generaron una sensación de ternura con cierto poso de envidia; seis y siete.
         Seguían entrando pasajeros y yo los seguía enumerando. Así, después de que varios usuarios más subieran a bordo, desconocedores de que alguien estaba dispuesto a inventar una vida para ellos si fuera menester, le tocó el turno a un presunto jubilado que sin duda se dirigía a realizar una excursión montañera por la vestimenta y los bastones que portaba; el pasajero treinta y seis. Y justo detrás fue cuando entró una silueta conocida, una chica bellísima, más joven de lo que indicaba su atuendo, que algo debió sentir en su nuca porque giró la cabeza de manera brusca para cruzar conmigo una mirada que no me atreví a interpretar en aquel momento, aunque de inmediato sentí que me insuflaba energía; treinta y siete, murmuré, mi número favorito, y una sonrisa bobalicona se adueñó de mi expresión.
      La pasajera 37 desapareció enseguida junto con mi propósito de seguir contando usuarios, porque… aquella pasajera era especial.
           Aquella pasajera no era tal.
         El tren de cercanías se puso en marcha con el típico traqueteo cortesía de la obsoleta playa de vías de la estación mientras cada quien iba a lo suyo.
        Aquella pasajera era la maquinista. No era la primera ocasión en que coincidía con ella; de hecho, cada día, al ir al trabajo, albergaba la esperanza de volver a verla, y a cada día ese hormigueo tan inocente aumentaba.
        Aquella pasajera se había convertido en mi secreto amor platónico. Y ahora, al parecer, ella también buscaba mi presencia al comienzo de sus jornadas laborales.
          ¿Os he dicho ya que es bellísima?

© Patxi Hinojosa Luján 
(17/07/2022)

sábado, 16 de julio de 2022

Los presentes del ayer

Los presentes del ayer

Colecciono al por mayor
Los matices que llego con suerte a entrever
Con mis ojos de ayer

Hay sonrisas sin pulir
Que suscitan impulsos que van
Del deseo al te quiero querer

Nunca pude imaginar
Este viaje sin guion
Si antes de conocerte soñé
Que empezaba a perderte otra vez

Sí decían la verdad
Las caricias que se te escapaban
Después de esconder la ilusión
Porque para tu pesar
Si cruzabas miradas conmigo
Rayaban con la confesión

Y hoy recuerdo cuando ayer
Tú me invitaste a bailar
Yo temblando, los vellos de punta
Respiré cuando me pellizqué

Qué fascinante nuestra historia
Queda tanto por vivir
Si lo pienso bien, aún no me lo creo
Porque roza lo irreal
Yo ya gocé del viaje
Calculo y no exagero
Tú más dos sumamos cuatro
Tú más yo también lo hacemos
Todo «casi» sin querer

Y sigo aquí
Mientras me prestes alas
Con las que volar
Sin temor
Al lado oscuro de la luna
Sorteando lo banal
Mientras sea siempre contigo
Contando con el pasado
Quiero ver si conseguimos
Cultivar para el futuro
Los presentes del ayer
O quizá apostar al rojo
Toda la pasión restante
Pues siempre puede crecer

Me equivoco de canción
De universo, de tiempo, de dios
Si a los “Peces” pretendo imitar

Eso ya me lo advirtió
Mi prudente sentido común
Cuando el folio escondió sin pudor

Pero siempre hay un lugar
Donde puedo ir a buscar
Herramientas, tranquilidad, paciencia
Que me ayuden con la inspiración

Qué fascinante nuestra historia
Queda tanto por vivir
Si lo pienso bien, aún no me lo creo
Porque roza lo irreal
Yo ya gocé del viaje
Calculo y no exagero
Tú más dos sumamos cuatro
Tú más yo también lo hacemos
Si hubo más me lo callé

Y sigo aquí
Mientras me prestes alas
Con las que volar
Sin temor
Al lado oscuro de la luna
Sorteando el temporal
Mientras sea siempre contigo
Contando con el pasado
Quiero ver si conseguimos
Cultivar para el futuro
Los presentes del ayer
Que guardamos a conciencia
Y ya sólo recobramos
Si usas la llave, amor

© Patxi Hinojosa Luján
(15/07/2022)

sábado, 16 de abril de 2022

Por amor


 (Imagen extraída de la red Internet)

Ellos están aquí, en mi cabeza; los recuerdo con una nitidez que me perturba, y por momentos me entra ese temblequeo que los loqueros se empeñan en decir que es debido al «noséquéson», aunque yo sé que es otra cosa, algo cercano o muy parecido al pánico que surge de esta soledad encubierta que nos devora. Está aquel policía bonachón del que nadie diría que lo es, y al que llamaré «P». También el alpinista al que si le das la cuerda adecuada te sube a la cima más alta que encuentre; él será «A». Y un juez de la nueva escuela, sin herencias condicionantes y con sentido de la Justicia con mayúsculas; nuestro «J». Ellos, y algún otro que sería irrelevante mencionar aquí, tienen en común que frecuentaban el garito en el que yo servía copas cada noche. Si se conocen entre sí, no tiene importancia para el asunto que estoy relatando. Lo que siempre supe es que comparten la misma inclinación, algo que la sociedad se empeña en llamar debilidad. Una debilidad que debe quedar en secreto, a riesgo de dar con los huesos encerrados en una celda de lo más lúgubre. Después del trato que mantuvimos durante el tiempo que conservé mi trabajo, los tres intuían, y ahora saben a ciencia cierta, que yo nunca los delataré, ni aun después de que alguien ajeno a mi entorno sí lo hiciera conmigo.

***

Vivimos tiempos de zozobra, convulsos; malos tiempos en definitiva. La inestabilidad reinante en cada aspecto de la vida social genera unas turbulencias con las que resulta difícil convivir. Al margen del anterior, el ejemplo más patente de todo esto son las guerras; éstas son legales a poco que cumplan unos requisitos que, de tan mínimos, no son sino la perversión hecha realidad, máxime cuando son cumplidos en la mayoría de las ocasiones sin necesidad de teatralizar excusas que, en todo caso, siempre serían tan falsas como el Judas aquel.

Por el contrario, las emociones están mal vistas, y el amor prohibido en todas y cada una de sus manifestaciones. Si cualquier muestra de cariño conlleva cuantiosas multas, ya la primera reincidencia te lleva directo a la cárcel o a un Centro Mental, según caiga la moneda. Eso sí, sin juicio previo, tal es el dictatorial poder de los dueños del mundo. Y en esas, aquí estamos unos cuantos, encerrados.

***

Nikita era un caso especial. Cuentan por los pasillos que en su sentencia no hubo moneda y que su ingreso aquí fue decidido a dedo, pues «hay que tener una severa enfermedad mental para dejarse llevar por tentaciones semejantes a las que frecuentaba», según vociferan los estridentes altavoces del techo cada fin de semana, quizá con otras palabras, antes de obligarnos con sutileza a padecer sus interminables celebraciones religiosas. No ir, no aceptar, es peor, mucho peor, y yo no quiero tener que volver a enfrentarme a la limpieza a fondo de nuestros apestosos baños comunes, por no utilizar otros adjetivos más acordes; todo ello bajo la presión insoportable de sus amenazas. Sí, lo reconozco, acepto el chantaje sin protestar.

Pero Nikita era un alma libre, y almas como la suya son imposibles de encerrar por mucho tiempo. Me viene ahora a la memoria aquella frase que tanto me ha llegado a emocionar cada vez que me regalaba la película en mi anterior vida, en la real: "Algunos pájaros no pueden ser enjaulados, sus plumas son demasiado hermosas. Y cuando se van volando, se alegra esa parte de ti que siempre supo que era un pecado enjaularlos. Aun así, el lugar donde tú sigues viviendo resulta más gris y vacío cuando ya no están". Por eso decidí ayudarle, a pesar del amor no correspondido que le rendía; o quizá por ello mismo.

***

Un interno de los más veteranos, que como yo tuvo la «suerte» de que la moneda le encerrara en este psiquiátrico, insiste en declarar que Nikita huyó por el boquete que abrió una bomba enemiga en el techo de uno de los corredores. Añade nervioso y con risa floja que aprovechó un rayo de luz que la Luna llena, compasiva, llenó de estrías antes de enviárselo por aquél para que pudiera escalar por él. No seré yo quien lo niegue, me cae bien ese tipo. Pero siempre supe que si Nikita consiguió huir fue por amor y que nadie arriesgará su vida por mí como sí hizo aquel celador al que pronto también echarán en falta, si no lo han hecho ya. Sé que disfrutarán de su compañía mutua y de su amor hasta que el infortunio les delate y sean privados de libertad, en el caso de Nikita por segunda vez. Pero, ahora, después del éxito de la acción de «A», si «P» y «J» consiguen también hacer bien su trabajo, y estoy seguro de que por ellos así será, tienen un tiempo precioso para desaparecer, pues los expedientes de su huida estarán un buen tiempo siendo recolocados debajo del montón de asuntos pendientes a cada caso nuevo que entre en los respectivos despachos. Mientras tanto, este tiempo que considero ya como una suerte de redención para mí, hará más llevadera mi particular «Cadena Perpetua». 

© Patxi Hinojosa Luján

(15-16/04/2022)

sábado, 19 de marzo de 2022

Hoy, que es el Día del Padre…

Me sorprendo pensando en ti, por esto que nos lleva golpeando el corazón desde hace tres semanas largas y, de repentemente, caigo en que hoy es el «Día del Padre». ¿Coincidencia, casualidad?, ¡quién sabe! Un gran amigo diría, lo creo casi con total seguridad, que causalidad; y, al fin y al cabo, ¡qué más dará! El caso es que lo aprovecho para retomar el contacto muchos meses después con estas teclas que me saludan extrañadas por el injusto abandono sufrido hasta hoy; así puedo desahogarme un poco de tantos sentimientos que me y nos ahogan en estos días inciertos.
         Y es que no puedo evitar preguntarme: ante tamaño horror, ¿cuál sería hoy tu postura y la de tu ajado carnet del PCE si tu cabeza fuera la misma que lo firmó en primera instancia a mediados del pasado siglo?; porque dos de los principales peones de la macabra partida son tu querida Rusia y tu casi venerada Ucrania, el «granero de Europa» como tú no te cansabas de recordarme con orgullo casi identitario. Pero hoy y aquí tengo que fingir que esa y otras muchas cuestiones no obtendrán respuesta porque te las llevaste contigo a la tumba.

        ―¿Cómo que no, hijo?, te podría sacar de dudas ahora mismo si tú quisieras dignarte a escucharme.
         ―¡Pero papá, que tú no puedes intervenir aquí, que te fuiste al otro barrio sin esperar al año 2000! ―respondo sobresaltado.
           ―¿Por qué no? Soy parte interesada y protagonista, ¡faltaría más!

        «Si alguien me viera u oyera en estos momentos pensaría que estoy loco, y no les faltaría razón.»

         ―¿Qué farfullas, hijo?, que mi oído ya no es el que era.
         ―No, nada, cosas mías. Por cierto, ni el tuyo ni el de muchos de nosotros.
        ―Eso te pasa por haber usado y seguir usando tanto los auriculares. Lo mío es por la edad.
      ―Es por tu estado actual; no te olvides de eso, papá, que parece que te costara admitirlo.
         ―Et voilà! Ya tienes todas las respuestas que buscabas en tu cabecita loca. ¡Con qué facilidad se hacen las cosas en esta dimensión, caray!
        ―¡Es verdad, es como si me hubieras contado otra de tus batallitas, de aquellas que me recreabas de pequeño, pero sin necesidad de decir ni una sola palabra y en un visto y no visto!
       ―Pues ya me voy yendo, hijo, que tengo más puertas a las que llamar con la curiosidad de saber si detrás de ellas también responden: ¿¡papá!?

         Ahora que ya casi no me oyes, tengo que confesarte que pienso que tú te envolviste en una imperfección adornada de las más hermosas imperfecciones, entiéndaseme…Y, como no me podrás ni delatar ni rebatir en público, y volviendo al asunto principal que nos ocupa hoy, presumiré aquí que intuyo lo que dirías, que imagino lo que pensarías… y que sé, a ciencia cierta, lo que sentirías, porque quiero otorgar su debida importancia a estos matices para nada sutiles.

         Hoy, que es el «Día del Padre», te siento… y te quiero.

© Patxi Hinojosa Luján

(19/03/2022)