La
estancia exhibe una decoración poco discreta que se aleja de cualquier toque de
elegancia, aunque la envuelve una cálida iluminación que le otorga una
agradable sensación de serenidad. Es media tarde y, en un sillón colocado de
espaldas al ventanal, una dama ataviada con ropa de andar por casa parece haber
sucumbido a los encantos de Morfeo mientras disfrutaba de la lectura de un
libro, pues éste ahora reposa sobre sus muslos en una posición que reta a la
fuerza de gravedad cual avezado equilibrista. En un momento dado, alguien la
inoportuna obligándola a abandonar su plácido descanso; tan indignada como
alterada, abre los ojos e interpela a la inesperada visita después de la somera
explicación que ésta ha emitido a modo de saludo:
—¿Pero…
esto qué es?, ¡no entiendo nada! —Y añade, no pudiendo disimular su enfado— ¿Cómo que lo expulsan, es eso posible?
—Ya
sabe usted, señora, que la nuestra es una institución muy exclusiva y que quién
entra ya no sale —empieza a argumentar la visita con voz grave y
decidida—. Pero en este
caso, excepcional a todas luces, se han dado unas circunstancias fuera de lo
normal que han sido las que nos han hecho tomar tan extrema medida.
—Pero…
yo ya me había hecho a la idea, ya me había acostumbrado a la nueva situación —no
esconde su cambio de estrategia,
con un tono que se acerca ahora a una aparente serenidad—; comprenda que todo esto me sobrepasa
y trastoca por completo mi vida. ¿No podrían reconsiderar el asunto y
readmitirlo, por favor? ¡¡¡Se lo ruego!!!
—¡Imposible!,
no podemos, en serio… La decisión está tomada y créame que ha sido muy meditada
por parte de todo el consejo, con su máximo representante al frente. Es
definitiva. No es que él no se haya acostumbrado a su estancia allí, es que su inaudito
comportamiento ha revolucionado y alterado en grado superlativo la correcta
marcha de nuestra organización y ésta no puede soportarlo ni un instante más.
Quizá en otro momento, más adelante, cuando este tema se haya enfriado con el
olvido del tiempo…
De
las tres figuras que recortan sus siluetas en la habitación, la de la
sorprendida anfitriona, inmóvil aún en su sillón, niega con su cabeza mientras
intenta hacerse a la idea. Otra, la segunda, se dispone a desaparecer tal y
como había llegado, pero ahora sin compañía y tarareando algo. En el giro
previo a su partida, los negros harapos que constituyen su indumentaria se
abren en un vuelo semicircular dejando entrever el filo de una afilada guadaña
que desaparece junto con su portador, no sin antes proyectar el reflejo de un postrer
y tímido rayo que entra por la ventana y va a iluminar durante un instante una
de las esquinas del cuarto. Allí, hecho un ovillo en el suelo sin pronunciar palabra
alguna, un hombre repasa, con los ojos cerrados y tiritando, la estrategia
utilizada para contravenir a su destino; recuerda la reciente escena martilleándole
las sienes y se arrepiente de aquel descomunal y sobrehumano esfuerzo, empieza ya
a asumir que se maldecirá por ello el resto de su existencia…
Mientras
observa a su marido, la mujer reflexiona un instante sobre lo inverosímil de
todo aquello, también sobre la situación generada por ese imposible giro
cósmico. Advierte que aquel mantiene las vestimentas con las que ella misma le
acicaló para su, creía entonces, último viaje, ahora sucias y ajadas. En ese
momento se incorpora y su gesto cambia perfilando una sonrisa burlona, pero no
se percata de que el libro empieza a caer al suelo; por un capricho del destino
lo hace a cámara lenta, mostrando al hacerlo un abanico de páginas, todas ellas
en blanco. Ya de pie carraspea como si con ello quisiera también aligerar su
conciencia y se dirige despacio hacia aquella esquina después de intentar hacer
acopio de una ternura que le sigue siendo tan ajena como siempre, porque ha decidido
tomar la iniciativa y así romper el hielo de la insólita situación:
—¿Quieres
que hoy cenemos pronto, cariño?
© Patxi Hinojosa Luján
(22/11/2017)