sábado, 16 de abril de 2022

Por amor


 (Imagen extraída de la red Internet)

Ellos están aquí, en mi cabeza; los recuerdo con una nitidez que me perturba, y por momentos me entra ese temblequeo que los loqueros se empeñan en decir que es debido al «noséquéson», aunque yo sé que es otra cosa, algo cercano o muy parecido al pánico que surge de esta soledad encubierta que nos devora. Está aquel policía bonachón del que nadie diría que lo es, y al que llamaré «P». También el alpinista al que si le das la cuerda adecuada te sube a la cima más alta que encuentre; él será «A». Y un juez de la nueva escuela, sin herencias condicionantes y con sentido de la Justicia con mayúsculas; nuestro «J». Ellos, y algún otro que sería irrelevante mencionar aquí, tienen en común que frecuentaban el garito en el que yo servía copas cada noche. Si se conocen entre sí, no tiene importancia para el asunto que estoy relatando. Lo que siempre supe es que comparten la misma inclinación, algo que la sociedad se empeña en llamar debilidad. Una debilidad que debe quedar en secreto, a riesgo de dar con los huesos encerrados en una celda de lo más lúgubre. Después del trato que mantuvimos durante el tiempo que conservé mi trabajo, los tres intuían, y ahora saben a ciencia cierta, que yo nunca los delataré, ni aun después de que alguien ajeno a mi entorno sí lo hiciera conmigo.

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Vivimos tiempos de zozobra, convulsos; malos tiempos en definitiva. La inestabilidad reinante en cada aspecto de la vida social genera unas turbulencias con las que resulta difícil convivir. Al margen del anterior, el ejemplo más patente de todo esto son las guerras; éstas son legales a poco que cumplan unos requisitos que, de tan mínimos, no son sino la perversión hecha realidad, máxime cuando son cumplidos en la mayoría de las ocasiones sin necesidad de teatralizar excusas que, en todo caso, siempre serían tan falsas como el Judas aquel.

Por el contrario, las emociones están mal vistas, y el amor prohibido en todas y cada una de sus manifestaciones. Si cualquier muestra de cariño conlleva cuantiosas multas, ya la primera reincidencia te lleva directo a la cárcel o a un Centro Mental, según caiga la moneda. Eso sí, sin juicio previo, tal es el dictatorial poder de los dueños del mundo. Y en esas, aquí estamos unos cuantos, encerrados.

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Nikita era un caso especial. Cuentan por los pasillos que en su sentencia no hubo moneda y que su ingreso aquí fue decidido a dedo, pues «hay que tener una severa enfermedad mental para dejarse llevar por tentaciones semejantes a las que frecuentaba», según vociferan los estridentes altavoces del techo cada fin de semana, quizá con otras palabras, antes de obligarnos con sutileza a padecer sus interminables celebraciones religiosas. No ir, no aceptar, es peor, mucho peor, y yo no quiero tener que volver a enfrentarme a la limpieza a fondo de nuestros apestosos baños comunes, por no utilizar otros adjetivos más acordes; todo ello bajo la presión insoportable de sus amenazas. Sí, lo reconozco, acepto el chantaje sin protestar.

Pero Nikita era un alma libre, y almas como la suya son imposibles de encerrar por mucho tiempo. Me viene ahora a la memoria aquella frase que tanto me ha llegado a emocionar cada vez que me regalaba la película en mi anterior vida, en la real: "Algunos pájaros no pueden ser enjaulados, sus plumas son demasiado hermosas. Y cuando se van volando, se alegra esa parte de ti que siempre supo que era un pecado enjaularlos. Aun así, el lugar donde tú sigues viviendo resulta más gris y vacío cuando ya no están". Por eso decidí ayudarle, a pesar del amor no correspondido que le rendía; o quizá por ello mismo.

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Un interno de los más veteranos, que como yo tuvo la «suerte» de que la moneda le encerrara en este psiquiátrico, insiste en declarar que Nikita huyó por el boquete que abrió una bomba enemiga en el techo de uno de los corredores. Añade nervioso y con risa floja que aprovechó un rayo de luz que la Luna llena, compasiva, llenó de estrías antes de enviárselo por aquél para que pudiera escalar por él. No seré yo quien lo niegue, me cae bien ese tipo. Pero siempre supe que si Nikita consiguió huir fue por amor y que nadie arriesgará su vida por mí como sí hizo aquel celador al que pronto también echarán en falta, si no lo han hecho ya. Sé que disfrutarán de su compañía mutua y de su amor hasta que el infortunio les delate y sean privados de libertad, en el caso de Nikita por segunda vez. Pero, ahora, después del éxito de la acción de «A», si «P» y «J» consiguen también hacer bien su trabajo, y estoy seguro de que por ellos así será, tienen un tiempo precioso para desaparecer, pues los expedientes de su huida estarán un buen tiempo siendo recolocados debajo del montón de asuntos pendientes a cada caso nuevo que entre en los respectivos despachos. Mientras tanto, este tiempo que considero ya como una suerte de redención para mí, hará más llevadera mi particular «Cadena Perpetua». 

© Patxi Hinojosa Luján

(15-16/04/2022)