(Imagen extraída de la red Internet)
En ocasiones me sorprendo alumbrando ocurrencias aspirantes
a ideas que pocas veces resultan tocadas por la originalidad. Si consigo simultanear
dos o tres, las mezclo hasta que queda una masa uniforme que dejo reposar en su
materia gris; y cuando considero que ya está lista, la espolvoreo con unos toques
sutiles de despiste, una pizca de osadía y unas gotas de ensoñación. Esto permite
que me camufle dentro del selecto grupo sin que nadie se percate de la jugada; así
consigo pasar cortas temporadas haciéndoles creer que yo también estoy tocado
por ese don que ellos sí poseen, y con el que juntan palabras con tanta clase
que acaban creando siempre elegantes danzas lingüísticas. Puedo asegurar aquí
que a menudo éstas se adivinan como lo que son, bellezas surgidas de mentes
bastante más brillantes que, por poner un ejemplo, las que vacían bolígrafos y
falsas sonrisas en diversas ferias del libro entre denigrantes episodios de
histeria colectiva, y ello no sin antes haber malgastado tinta y talento ajenos.
Retomando las confidencias iniciales, debo confesar
que gracias a momentos como aquellos logro sentirme importante, porque aunque ayer
decidí apostar por mis sueños, y mañana sin falta me pondré a ello, hoy, muy a
mi pesar, no sé qué hacer nunca; además, el problema se agrava al constatar que
mis «hoy» parecen clonarse unos a otros…
Mas cada vez soy más consciente
de que mi disfraz de bufón está ya tan ajado que sus rombos apuntan al mismo
desgastado color, casi un tono más en la escala de grises; pero mientras les
siga distrayendo con él, confío en que aún tarden en ver en mí al impostor que,
sin duda, personifico…
© Patxi Hinojosa Luján
(15/11/2018)