domingo, 22 de enero de 2023

Anomalía

 


(Esta magnífica imagen, que ha servido de inspiración para el relato, es propiedad de Marcos Gestal @mgestal, y se reproduce con su permiso)

«La circular interna era clara…»

         En estos tiempos de zozobra mis despertares suelen encontrarme inmerso en un ajetreo mental perturbador. Son momentos de confusión en los que los resquicios del ventanuco de mi reducido habitáculo no filtran sino la negrura más absoluta; siempre, haya amanecido o no, circunstancia que ya no tengo clara pues la información que me aportan mis ciclos vitales empiezan a ser confusos.
         Cuando se produce el súbito traspaso del umbral entre el sueño y la vigilia, en lo que dura un bostezo y con mi cuerpo perlado de gélido sudor, alargo una mano hasta el interruptor, enciendo la lámpara de la mesita de noche y recupero mis gafas para comprobar si lápiz y libreta, que son las únicas pertenencias que conservo aquí, siguen donde los dejé al acostarme; alimento la esperanza de poder plasmar cada detalle que consiga recordar del interrumpido sueño. Todo ello a pesar de que sé con seguridad que me leen cuando duermo; intuyo que se sirven de algún potente sedante que me deben suministrar con las comidas, pues yo nunca he dormido tan profundo y de un tirón. ¿Que cómo sé que revisan mis anotaciones?: soy minucioso al máximo y detecto cualquier mínima variación en la alineación del lapicero con el cable de la lampara, y en el ángulo que forman estos con la libreta; hasta ahora no han sabido recolocarlo todo con precisión ni una sola vez, lo que me instala en la certeza de que si me tienen así es porque necesitan saber cuánto recuerdo, hasta dónde recuerdo...
         Mas aún no he sido capaz de resolver el puzle de mis dudas: ¿qué pasó para que me mantengan encerrado así, en mi particular Día de la marmota? Admito que estoy empezando a rendirme. Aquí pasan las horas, los días y las semanas en la más cruel monotonía y sin más presencia humana que las escasas visitas de los «gorilas» que me vigilan.
         Cada vez tengo más claro que mis pesadillas son recurrentes, pues al comparar las frases esbozadas día a día por mi yo aún amodorrado me pregunto, intrigado, qué pasará con ese puente que empieza a adquirir protagonismo; y después de semanas de lo que parecía que terminaría siendo una tarea infructuosa, al solapar las anotaciones pude extraer de ellas por primera vez algo con un cierto sentido:

         Siempre está esa luz. Es una luz tenue, como filtrada, que me saluda y acaricia por estribor del boscoso camino; pero por más noches que pasan nunca intento acercarme a ella, sino que continúo por aquél centrándome en el pequeño puente que lo segmenta sin conseguir sobrepasarlo nunca. De repente veo una marca en el suelo, hacia su mitad..., y el relato choca aquí con la imposibilidad de recordar más detalles.

         ―¡Tanto tiempo para esto! ―me digo maldiciendo, y mi esperanza se trastabilla cayendo un par de peldaños más…
         A estas alturas del relato ellos entran en alerta: «¡Precaución!, el cuadro que empieza a esbozar el detenido se asemeja demasiado a la realidad»; y un día, de repente, sin previo aviso, aparece alguien enfundado en un uniforme familiar, aunque el mío carezca de alardes de mando.
         ―Llegaste hasta la mitad del puente, junto a tus compañeros, ¡grave error...!, ¿aún no lo has conseguido recordar? ―suelta sin mediar saludo.
         »Como ves, estás en una especie de celda-hospital hasta que decidamos qué hacer contigo cuando te repongas de todas tus lesiones, aunque me temo que seguirás a la sombra algún tiempo. Tus compañeros no opusieron resistencia durante el arresto y están en otras celdas, aislados. ―Después, se acerca un poco más a mi oído y me susurra.
         »En cierta medida, la culpa fue mía; porque siendo justos, lo tuyo es más una obsesión que una insubordinación. De todas las fotos que me ordenaron hacer de la zona que iba a ser pasto de las llamas para su explotación posterior por la constructora, no entiendo cómo llegó a tus manos la del famoso puente y su ubicación exacta, y menos aún cómo llegaste a poner en riesgo tu futuro laboral.
         Entonces, me da un medio abrazo de cortesía y arroja una carpeta a mi cama antes de despedirse sin apenas mirarme.
         Enseguida abro la carpeta y veo que contiene una lámina tamaño A4 que me da una bofetada emocional al contemplarla: ahí está el bosque con mi puente de madera donde, al acudir a hacer nuestro trabajo, vimos la marca que indicaba el punto para la colocación del material que provocaría el devastador incendio definitivo instantes después de que me detuvieran junto con mi equipo. Y en ese preciso instante la recuerdo, recuerdo la orden que nos prohibía volver a ejercer nuestros servicios como bomberos hasta nuevo aviso, la que intenté desobedecer sin asumir sus consecuencias.

         Pasan unas horas que no consigo cuantificar. Entra un vigilante y con una excusa médica me inyecta algo en el brazo. Empiezo a perder la visión justo en el momento en que otro coge la carpeta y le prende fuego en la papelera metálica. Tengo el tiempo justo de esgrimir un esbozo de sonrisa antes del final. Una sonrisa similar a la que dejé formada instantes antes en la mesita con el cable de la lampara y pedazos del lápiz que troceé asumiendo que ya no necesitaría utilizarlo más.

         Oscuridad. Fuego y oscuridad.

         «La circular interna era clara: hay que acabar con cualquiera que obstruya el macro proyecto urbanístico.»

© Patxi Hinojosa Luján
(22/01/2023)

domingo, 15 de enero de 2023

A Manolo

 

A Manolo

Cuando aquí llegó le llamaban Andrés
Curioso, pues él siempre fue Manolo
No alardea de no sentirse solo
Porque esto no ocurre por mero interés

A ras de suelo ajustó mil rodapiés
Y en las alturas pensó «yo controlo»
Que no les hablaran de protocolo
Pues casi nunca contaban con arnés

Ya es vox populi su generosidad
Su humildad no necesita membrete
Él prefiere vivir en la austeridad

¡Cuánto cariño derrocha el mocete
Aliñándolo con su inmensa bondad!
Pongamos que hablo de Manolete

© Patxi Hinojosa Luján
(14/01/2023)

lunes, 14 de noviembre de 2022

Recuerdos inconexos

Los calendarios que consultamos aquellos que hemos visto demasiadas de sus hojas perderse en el pasado acostumbran a contar con multitud de casillas cruzadas por signos tan invisibles como presentes y que denominamos aniversarios. No hace falta echarles un vistazo para que los recuerdos que representan nos avisen de que están ahí, de que siempre lo estarán. Algunos son caricias en el corazón, mas otros… otros son arañazos en el alma.
         De repente, desde hace unos pocos días, recuerdos dispares se agolpan en mi cabeza y no sé cómo darles salida sin que vayan acompañados de una carga de emotividad tan pesada, que siento que necesito hacerlo más pronto que tarde.
      Creo que empezaré por el final, o casi. Después ya veremos cómo se ordenan esos recuerdos inconexos.
        No hace tanto que, en nuestros paseos por el Boulevard de la Mer de Hendaye, cuando Susan, Manolo (su padre) y yo nos cruzábamos contigo charlábamos de lo humano y de lo divino antes de continuar con nuestros respectivos caminos. Pero en un abrir y cerrar de ojos, como por arte de no sé qué intrusa maldición, pasamos a verte sentado, ya casi siempre, en alguna parte del murete que separa el paseo de la playa en sí pero nunca muy alejada de tu portal, que no era cuestión de malgastar esas fuerzas que ya empezaban a escasear. Qué lejanos parecían entonces esos momentos en los que manipulabas con pasmosa facilidad esos enormes rollos de sintasol, como cuando me pediste ayuda y en un plis-plás nos hicimos ese apartamento en St. Jean de Luz; yo como un simple ayudante, claro. Me decías que eso no tenía mérito, que no era comparable a cuando tuviste que pintar en un rascacielos el exterior de una persiana ¡desde fuera!, sólo agarrado con una mano a un pincel que un compañero sujetaba desde dentro, mientras que con la otra pintabas. Se me ocurren varios adjetivos que casarían a la perfección con dicha acción, aunque creo que el que mejor le va es el de temerario.
       Y claro, a alguien capaz de tamaña osadía no podía negarle que experimentase en nuestra casa con una nueva técnica de pintura a pistola que querías probar. Y bien que lo hiciste, ¡y qué bien lo hiciste! Nos quedaron salón, entrada y pasillo preciosos, y nosotros encantados. Vaya, parece que nos hemos ido cerca del principio de nuestra relación, cuando frecuentábamos salidas después de responder con un ¡vamos! a la pregunta que de vez en cuando nos hacía tu pareja, Caroline, no pudiendo evitar que su ¿vamo a merendá? estuviera impregnado, estaba más que claro, de tu acento extremeño. Caroline, gran Amiga y madre de tus dos hijos menores y que para Susan y para mí siempre han sido más que vuestros hijos, mucho más que los amigos de los nuestros.
         Me viene el recuerdo ahora de la tarde noche que, a la vuelta de una de tantas de esas escapadas meriendiles, os camelé a Susan, a Caroline y a ti para sentarnos en el suelo de una de nuestras habitaciones, con las ventanas y contraventanas cerradas y la luz apagada, a escuchar a todo volumen «Funeral For A Friend - Love Lies Bleeding» de mi primo Elton John, vosotros dos por primera vez, yo por enésima. No sé si fueron lo efluvios del vino o que en realidad lo sentíais de corazón, pero me transmitisteis que os gustó la experiencia, y yo tan feliz.
       Sí, fue un tiempo de mucha cercanía, amistad creo que la llaman; y lo mismo nos prestabais vuestra Caravana en La Manga del Mar Menor que me llamabas apurado para que fuera a buscarte e Guéthary porque a tu Nissan Vanette le había dado por patinar y se había dado un trompazo, no recuerdo ahora mismo si contra un árbol, una señal de tráfico…, quedando inutilizada. O ayudaba a mi padre a colocaros con todo el cariño la escalera interior de la villa que os estabais construyendo. Por cierto, allí en vuestra casa entendí por fin lo que me pasaba con las alturas, ese miedo casi irracional. Un día, cuando las vigas ya estaban colocadas, pero no así el suelo del piso superior, me dio por ponerme de pie sobre una de ellas y lo entendí: tengo vértigo, un vértigo brutal y no pude soportar no tener un suelo a mis pies y ver sólo el vacío; tuve que sentarme enseguida y agarrarme bien a todo lo que encontré a mano para evitar males mayores.
        Pero el recuerdo que me asalta ahora es el más chocante de todos, quizá porque no estás tú en él cuando pienso que deberías haberlo hecho, dicho sea desde el cariño: paseábamos por ese Boulevard de la Mer que ya mencioné antes Susan, Caroline y yo junto con nuestros dos hijos pequeños en sus respectivos cochecitos. En un momento determinado Xabi se mostraba intranquilo, quería dormir y no podía y mis dedos consiguieron que lo hiciera con una suave caricia en su frente. Creedme si os confieso que la sensación con la que me quedé fue agridulce, mucho. Aquella era una época de Vacío, así con mayúsculas, y ahora interiorizo más claro que nunca que no fue ni la primera ni la única.
        Ya ves, Jacinto, desfilan muchos recuerdos inconexos entre sí (o no), y me temo que seguirán aflorando más cuando estas torpes palabras ya hayan sido firmadas y olvidadas.

© Patxi Hinojosa Luján 
(14/11/2022)

lunes, 18 de julio de 2022

La pasajera 37

La pasajera 37

Aquel día salí pronto de casa, de modo que llegué con tiempo de sobra a la estación, justo cuando estaban situando mi tren en la vía correspondiente. Quedaban todavía unos veinte minutos para su salida; aun así, en cuanto activaron la apertura de puertas subí al primer coche y me senté en el extremo más alejado de la cabeza del mismo, presa de una impaciencia que me era imposible controlar. Para mitigarla, aunque sabía que sería difícil lograrlo, decidí contar los pasajeros que iban llegando, en silencio.
         Un chico, con la cara tatuada de adolescencia y una mochila cargada de libros a la espalda por cómo tiraba de él hacia atrás, fue el primero en subir; uno. Después… Una mujer portando una apretada bolsa de tela, «como embarazada», pues delataba el táper dispuesto para el que sería, sin duda, un complicado día más; dos. Un grupo de tres chicos a los que no conseguí imaginarles oficio ni destino, lo cual me intrigó y desasosegó a partes iguales; tres, cuatro y cinco. Una pareja de novios acaramelados que me generaron una sensación de ternura con cierto poso de envidia; seis y siete.
         Seguían entrando pasajeros y yo los seguía enumerando. Así, después de que varios usuarios más subieran a bordo, desconocedores de que alguien estaba dispuesto a inventar una vida para ellos si fuera menester, le tocó el turno a un presunto jubilado que sin duda se dirigía a realizar una excursión montañera por la vestimenta y los bastones que portaba; el pasajero treinta y seis. Y justo detrás fue cuando entró una silueta conocida, una chica bellísima, más joven de lo que indicaba su atuendo, que algo debió sentir en su nuca porque giró la cabeza de manera brusca para cruzar conmigo una mirada que no me atreví a interpretar en aquel momento, aunque de inmediato sentí que me insuflaba energía; treinta y siete, murmuré, mi número favorito, y una sonrisa bobalicona se adueñó de mi expresión.
      La pasajera 37 desapareció enseguida junto con mi propósito de seguir contando usuarios, porque… aquella pasajera era especial.
           Aquella pasajera no era tal.
         El tren de cercanías se puso en marcha con el típico traqueteo cortesía de la obsoleta playa de vías de la estación mientras cada quien iba a lo suyo.
        Aquella pasajera era la maquinista. No era la primera ocasión en que coincidía con ella; de hecho, cada día, al ir al trabajo, albergaba la esperanza de volver a verla, y a cada día ese hormigueo tan inocente aumentaba.
        Aquella pasajera se había convertido en mi secreto amor platónico. Y ahora, al parecer, ella también buscaba mi presencia al comienzo de sus jornadas laborales.
          ¿Os he dicho ya que es bellísima?

© Patxi Hinojosa Luján 
(17/07/2022)

sábado, 16 de julio de 2022

Los presentes del ayer

Los presentes del ayer

Colecciono al por mayor
Los matices que llego con suerte a entrever
Con mis ojos de ayer

Hay sonrisas sin pulir
Que suscitan impulsos que van
Del deseo al te quiero querer

Nunca pude imaginar
Este viaje sin guion
Si antes de conocerte soñé
Que empezaba a perderte otra vez

Sí decían la verdad
Las caricias que se te escapaban
Después de esconder la ilusión
Porque para tu pesar
Si cruzabas miradas conmigo
Rayaban con la confesión

Y hoy recuerdo cuando ayer
Tú me invitaste a bailar
Yo temblando, los vellos de punta
Respiré cuando me pellizqué

Qué fascinante nuestra historia
Queda tanto por vivir
Si lo pienso bien, aún no me lo creo
Porque roza lo irreal
Yo ya gocé del viaje
Calculo y no exagero
Tú más dos sumamos cuatro
Tú más yo también lo hacemos
Todo «casi» sin querer

Y sigo aquí
Mientras me prestes alas
Con las que volar
Sin temor
Al lado oscuro de la luna
Sorteando lo banal
Mientras sea siempre contigo
Contando con el pasado
Quiero ver si conseguimos
Cultivar para el futuro
Los presentes del ayer
O quizá apostar al rojo
Toda la pasión restante
Pues siempre puede crecer

Me equivoco de canción
De universo, de tiempo, de dios
Si a los “Peces” pretendo imitar

Eso ya me lo advirtió
Mi prudente sentido común
Cuando el folio escondió sin pudor

Pero siempre hay un lugar
Donde puedo ir a buscar
Herramientas, tranquilidad, paciencia
Que me ayuden con la inspiración

Qué fascinante nuestra historia
Queda tanto por vivir
Si lo pienso bien, aún no me lo creo
Porque roza lo irreal
Yo ya gocé del viaje
Calculo y no exagero
Tú más dos sumamos cuatro
Tú más yo también lo hacemos
Si hubo más me lo callé

Y sigo aquí
Mientras me prestes alas
Con las que volar
Sin temor
Al lado oscuro de la luna
Sorteando el temporal
Mientras sea siempre contigo
Contando con el pasado
Quiero ver si conseguimos
Cultivar para el futuro
Los presentes del ayer
Que guardamos a conciencia
Y ya sólo recobramos
Si usas la llave, amor

© Patxi Hinojosa Luján
(15/07/2022)

sábado, 16 de abril de 2022

Por amor


 (Imagen extraída de la red Internet)

Ellos están aquí, en mi cabeza; los recuerdo con una nitidez que me perturba, y por momentos me entra ese temblequeo que los loqueros se empeñan en decir que es debido al «noséquéson», aunque yo sé que es otra cosa, algo cercano o muy parecido al pánico que surge de esta soledad encubierta que nos devora. Está aquel policía bonachón del que nadie diría que lo es, y al que llamaré «P». También el alpinista al que si le das la cuerda adecuada te sube a la cima más alta que encuentre; él será «A». Y un juez de la nueva escuela, sin herencias condicionantes y con sentido de la Justicia con mayúsculas; nuestro «J». Ellos, y algún otro que sería irrelevante mencionar aquí, tienen en común que frecuentaban el garito en el que yo servía copas cada noche. Si se conocen entre sí, no tiene importancia para el asunto que estoy relatando. Lo que siempre supe es que comparten la misma inclinación, algo que la sociedad se empeña en llamar debilidad. Una debilidad que debe quedar en secreto, a riesgo de dar con los huesos encerrados en una celda de lo más lúgubre. Después del trato que mantuvimos durante el tiempo que conservé mi trabajo, los tres intuían, y ahora saben a ciencia cierta, que yo nunca los delataré, ni aun después de que alguien ajeno a mi entorno sí lo hiciera conmigo.

***

Vivimos tiempos de zozobra, convulsos; malos tiempos en definitiva. La inestabilidad reinante en cada aspecto de la vida social genera unas turbulencias con las que resulta difícil convivir. Al margen del anterior, el ejemplo más patente de todo esto son las guerras; éstas son legales a poco que cumplan unos requisitos que, de tan mínimos, no son sino la perversión hecha realidad, máxime cuando son cumplidos en la mayoría de las ocasiones sin necesidad de teatralizar excusas que, en todo caso, siempre serían tan falsas como el Judas aquel.

Por el contrario, las emociones están mal vistas, y el amor prohibido en todas y cada una de sus manifestaciones. Si cualquier muestra de cariño conlleva cuantiosas multas, ya la primera reincidencia te lleva directo a la cárcel o a un Centro Mental, según caiga la moneda. Eso sí, sin juicio previo, tal es el dictatorial poder de los dueños del mundo. Y en esas, aquí estamos unos cuantos, encerrados.

***

Nikita era un caso especial. Cuentan por los pasillos que en su sentencia no hubo moneda y que su ingreso aquí fue decidido a dedo, pues «hay que tener una severa enfermedad mental para dejarse llevar por tentaciones semejantes a las que frecuentaba», según vociferan los estridentes altavoces del techo cada fin de semana, quizá con otras palabras, antes de obligarnos con sutileza a padecer sus interminables celebraciones religiosas. No ir, no aceptar, es peor, mucho peor, y yo no quiero tener que volver a enfrentarme a la limpieza a fondo de nuestros apestosos baños comunes, por no utilizar otros adjetivos más acordes; todo ello bajo la presión insoportable de sus amenazas. Sí, lo reconozco, acepto el chantaje sin protestar.

Pero Nikita era un alma libre, y almas como la suya son imposibles de encerrar por mucho tiempo. Me viene ahora a la memoria aquella frase que tanto me ha llegado a emocionar cada vez que me regalaba la película en mi anterior vida, en la real: "Algunos pájaros no pueden ser enjaulados, sus plumas son demasiado hermosas. Y cuando se van volando, se alegra esa parte de ti que siempre supo que era un pecado enjaularlos. Aun así, el lugar donde tú sigues viviendo resulta más gris y vacío cuando ya no están". Por eso decidí ayudarle, a pesar del amor no correspondido que le rendía; o quizá por ello mismo.

***

Un interno de los más veteranos, que como yo tuvo la «suerte» de que la moneda le encerrara en este psiquiátrico, insiste en declarar que Nikita huyó por el boquete que abrió una bomba enemiga en el techo de uno de los corredores. Añade nervioso y con risa floja que aprovechó un rayo de luz que la Luna llena, compasiva, llenó de estrías antes de enviárselo por aquél para que pudiera escalar por él. No seré yo quien lo niegue, me cae bien ese tipo. Pero siempre supe que si Nikita consiguió huir fue por amor y que nadie arriesgará su vida por mí como sí hizo aquel celador al que pronto también echarán en falta, si no lo han hecho ya. Sé que disfrutarán de su compañía mutua y de su amor hasta que el infortunio les delate y sean privados de libertad, en el caso de Nikita por segunda vez. Pero, ahora, después del éxito de la acción de «A», si «P» y «J» consiguen también hacer bien su trabajo, y estoy seguro de que por ellos así será, tienen un tiempo precioso para desaparecer, pues los expedientes de su huida estarán un buen tiempo siendo recolocados debajo del montón de asuntos pendientes a cada caso nuevo que entre en los respectivos despachos. Mientras tanto, este tiempo que considero ya como una suerte de redención para mí, hará más llevadera mi particular «Cadena Perpetua». 

© Patxi Hinojosa Luján

(15-16/04/2022)

sábado, 19 de marzo de 2022

Hoy, que es el Día del Padre…

Me sorprendo pensando en ti, por esto que nos lleva golpeando el corazón desde hace tres semanas largas y, de repentemente, caigo en que hoy es el «Día del Padre». ¿Coincidencia, casualidad?, ¡quién sabe! Un gran amigo diría, lo creo casi con total seguridad, que causalidad; y, al fin y al cabo, ¡qué más dará! El caso es que lo aprovecho para retomar el contacto muchos meses después con estas teclas que me saludan extrañadas por el injusto abandono sufrido hasta hoy; así puedo desahogarme un poco de tantos sentimientos que me y nos ahogan en estos días inciertos.
         Y es que no puedo evitar preguntarme: ante tamaño horror, ¿cuál sería hoy tu postura y la de tu ajado carnet del PCE si tu cabeza fuera la misma que lo firmó en primera instancia a mediados del pasado siglo?; porque dos de los principales peones de la macabra partida son tu querida Rusia y tu casi venerada Ucrania, el «granero de Europa» como tú no te cansabas de recordarme con orgullo casi identitario. Pero hoy y aquí tengo que fingir que esa y otras muchas cuestiones no obtendrán respuesta porque te las llevaste contigo a la tumba.

        ―¿Cómo que no, hijo?, te podría sacar de dudas ahora mismo si tú quisieras dignarte a escucharme.
         ―¡Pero papá, que tú no puedes intervenir aquí, que te fuiste al otro barrio sin esperar al año 2000! ―respondo sobresaltado.
           ―¿Por qué no? Soy parte interesada y protagonista, ¡faltaría más!

        «Si alguien me viera u oyera en estos momentos pensaría que estoy loco, y no les faltaría razón.»

         ―¿Qué farfullas, hijo?, que mi oído ya no es el que era.
         ―No, nada, cosas mías. Por cierto, ni el tuyo ni el de muchos de nosotros.
        ―Eso te pasa por haber usado y seguir usando tanto los auriculares. Lo mío es por la edad.
      ―Es por tu estado actual; no te olvides de eso, papá, que parece que te costara admitirlo.
         ―Et voilà! Ya tienes todas las respuestas que buscabas en tu cabecita loca. ¡Con qué facilidad se hacen las cosas en esta dimensión, caray!
        ―¡Es verdad, es como si me hubieras contado otra de tus batallitas, de aquellas que me recreabas de pequeño, pero sin necesidad de decir ni una sola palabra y en un visto y no visto!
       ―Pues ya me voy yendo, hijo, que tengo más puertas a las que llamar con la curiosidad de saber si detrás de ellas también responden: ¿¡papá!?

         Ahora que ya casi no me oyes, tengo que confesarte que pienso que tú te envolviste en una imperfección adornada de las más hermosas imperfecciones, entiéndaseme…Y, como no me podrás ni delatar ni rebatir en público, y volviendo al asunto principal que nos ocupa hoy, presumiré aquí que intuyo lo que dirías, que imagino lo que pensarías… y que sé, a ciencia cierta, lo que sentirías, porque quiero otorgar su debida importancia a estos matices para nada sutiles.

         Hoy, que es el «Día del Padre», te siento… y te quiero.

© Patxi Hinojosa Luján

(19/03/2022)

sábado, 20 de noviembre de 2021

Dos veces por semana

En ocasiones me ponen delante un objeto en el que, de repente, brillan unas imágenes que me hablan y se mueven sin que él lo haga. No es siempre el mismo, a veces lo cambian por otro algo más grande, no mucho, y yo no acabo de entender dónde le ven lo dulce del nombre con que lo nombran… Pero volvamos a lo que nos interesa: estos momentos siempre son especiales porque los veo a Ellos, y oigo sus voces, unas voces cada vez más familiares y cariñosas que me dicen en una lengua cada vez menos extraña, a pesar de no ser la que imagino que acabará siendo la mía, que me quieren, que quisieran estar conmigo y que, al no poder hacerlo, de esa manera suavizan un poco su pena, su dolor. Son especiales porque me envían besitos con sus manos, porque esperan pacientes el día en que yo pueda devolvérselos; porque los siento sentirme.
         Papá está siempre; Abuela, Abuelo, a veces también Bisabuelo, aparecen al principio y me envían cariño desde lo más profundo y sincero de sus ojos mientras sus voces me dicen como si estuvieran tarareando canciones ―tal es la belleza de esos sonidos para mis tiernos oídos―, que soy muy importante para ellos. Os confieso que yo ya empiezo a comprender su estrategia al dejarme enseguida a solas con Papá para que me haga recordar sensaciones de cuando estábamos juntos y él aspiraba a ser el mejor papá del mundo, lo que ocurrió justo hasta que las circunstancias no le permitieron seguir haciéndolo. Y todo esto yo lo siento cierto porque, cuando esa cosa se apaga, y más tarde yo cierro los ojos, no sé cómo ni por qué, los veo intentar no llorar de impotencia, a todos ellos, sin apenas conseguirlo…
          Mas no quisiera que se me malinterpretara: cuando la cosa esa no me traslada a aquel mundo donde me querrían con ellos, donde yo también querría estar, también soy feliz y me siento querida, pero nunca nada es completo y en todo lo que me rodea imagino, cuando no las intuyo, las piezas que faltan para que el puzle de mi afortunada existencia esté completo. 
         Como imaginaréis, yo aún no entiendo de tiempo, ni de espacio; ¡cómo hacerlo si no he cumplido los seis meses de edad! ¿Y los números?, justo empiezo a familiarizarme con ellos; es por eso que sé que mi mundo sólo está completo algunas veces, pocas, en concreto aquellas en que me ponen delante ese objeto encendido: son dos veces por semana en que podría afirmar que no echo en falta nada ni a nadie; aunque esto tampoco sería cierto del todo porque, ¿sabes, Papá?, añoro tus risas…

© Patxi Hinojosa Luján
(20/11/2021)

miércoles, 3 de marzo de 2021

Querido Josean:


Aquella tarde de domingo ―¿o era sábado?― nos dejaron solos. A ti y a mí, que no nos conocíamos de nada. Resulta que el resto de amigos comunes se metió en el Avenida a ver una película que, por esas casualidades de la vida, no nos atraía a ninguno de los dos y, durante el tiempo que duró la proyección, tú y yo recorrimos los alrededores del cine en un improvisado y particular juego de la oca: de bar en bar y ésta la pago yo porque me toca… Como yo ya iba advertido de que podría pasar, me apunté al plan con sumo placer, ¡y lo que me alegro de que así fuera! Creo que conectamos enseguida y estos últimos cuarenta y cinco años han dejado constancia de ello mientras lo reafirmaban día a día, año a año, charla a charla, vaso a vaso.
       ¿Sabes?, por temporadas eras un poco gruñón, sólo un poco, pero eras «nuestro» gruñón; quizá por ello, durante tales períodos, llegué a añorar esas sonrisas y risas tuyas que tanto ánimo me insuflaban cuando tenías a bien compartirlas. Pero para compensar, tenías un corazón tan grande que casi no te cabía dentro, todos nosotros lo sabíamos bien; y no habría hecho falta que nos lo confirmara aquel cirujano que te lo sacó del pecho para colocarte esos bypass que te acompañaron tus últimos trece años, aunque al hacerlo no comprendiera el sentido exacto de lo que nos estaba contando.
       Pero si algo te caracterizó fue esa generosidad tuya tan minuciosa; me explico… Siempre fuiste generoso y desinteresado, pero es que actuabas con un plus: envolvías tus regalos con el más hermoso papel, el de la más cuidada elección que hablaba de tu interés innegociable para que lo que ofrecías como regalo fuera especial, tanto para la persona agraciada como para ti. Y fuimos tantos los que tuvimos el privilegio de vivírtelo…
          ¿Y yo ahora qué?, puede que te preguntes… Te lo tengo que decir, desde ayer parece que el mundo gira a bastante más velocidad, o quizá sea yo el que se mueve a cámara lenta, como si no acabara de digerir lo que ha pasado, y mucho menos creérmelo y aceptarlo. Mas no temas, poco a poco y con esfuerzo volveré a sincronizar mi respiración y mis latidos con el giro natural del planeta, aunque te puedo asegurar que de ahora en adelante ya nada será igual y todo costará siempre un poco más.
           Josean, ¿tú recuerdas qué película era aquella?, porque yo por más que lo intento no consigo retener su título, y reconozco que me encantaría hacerlo para poder dejar de verla una segunda vez en memoria de aquel encuentro, en tu memoria. Eso sí, lo que nunca podré olvidar es que te has ido sin darme tiempo a confiarte de nuevo, y bien que lo siento, que para mí siempre fuiste algo más que un muy querido Amigo, mucho más...

© Patxi Hinojosa Luján

(02-03/03/2021)

domingo, 10 de enero de 2021

Perdiendo el sentido



Doy vueltas como un perro enjaulado. Como conozco el recorrido al milímetro, lo hago con los ojos cerrados: del salón a la cocina, de la cocina a mi cuarto, y vuelta al salón; a veces paso por el baño, cuando me apremia la vejiga, pero enseguida retomo la ruta habitual hasta que, cansado de intentar cansarme, acabo por serenarme.
            Resulta que mi doctora me ha recetado con toda delicadeza que me recluya en casa. Dice que, en mi caso con más razón si cabe, no debemos exponernos lo más mínimo a este virus que nos ha declarado la guerra; quedarme además sin los sentidos del gusto y el olfato, aunque fuera sólo de manera temporal, reduciría a niveles mínimos mi calidad de vida. Comprendo su preocupación: el abuso de auriculares con la música alta ha mermado mi capacidad auditiva; lo otro, de lo que yo no soy culpable pues vino de serie conmigo, no hace sino agravar el conjunto. 
            A pesar de todo ello, le estoy agradecido a la vida: no todo el mundo tiene la suerte de tener tan desarrollado el sentido del tacto como lo tenemos nosotros. Porque en ocasiones, aunque no me toque revisión médica, ella se abre para mí como el más apetecible de los libros para que mis dedos puedan leer en su piel la receta más maravillosa, esa en la que me confiesa que desea tanto mi cuerpo como yo el suyo; y entonces pierdo otro sentido, uno que no figura entre los cinco.

© Patxi Hinojosa Luján
(10/01/2021)

lunes, 14 de diciembre de 2020

De repente


De repente, un día dejé de verme en los espejos. Aunque lo que sucedió en realidad no fue que ya no me viera, sino que no me reconocía en las imágenes que me devolvían aquellos. La figura de turno se me parecía, sí, pero siempre aparentaba unos cuantos años más que yo. Ahora que ya no opino lo mismo, que me he desprendido de mi trasnochado autoengaño y acepto como propios tales reflejos sin cuestionarlos, es cuando lo relaciono con el clic que resonó en mi cabeza poco antes. Fue el anuncio de que acababa de sobrepasar el punto de no retorno en el camino hacia una segunda madurez, un camino que voy recorriendo en la mejor compañía desde hace mucho más de media vida; ¡y qué corto se me está haciendo…! Así las cosas, mi compañera y yo accedimos juntos al nuevo rol, en el que tanto se valoran los cabellos plateados; fue entonces cuando empezamos a imaginarte y a hablar de ti con cierta asiduidad. Y con total naturalidad y la máxima ilusión.
            Nadie nos dijo que esto fuera a ser fácil, y desde que al principio de la partida nos repartieron las cartas, aprendimos como pudimos a sortear obstáculos; esto ocurrió en no pocas ocasiones, aunque no tantas como en las que nos apuntamos al arte de disfrutar los regalos que la vida nos iba dejando desperdigados aquí y allá.
            En un tiempo no necesitamos comprobar lo que llevábamos para intuir si íbamos a ganar o no la mano, y a veces, con el mar a estribor y la esperanza un poco más allá de la proa, por donde despierta el Sol, nos permitíamos el lujo de pensar en ti; porque incluso en las épocas de penuria resultaba gratis desear, todo lo gratis que puede ser algo si conlleva dejar algún que otro pelo en nuestra gatera emocional.
           Llegó un momento en el que tú ya te habías instalado en un huequecito de nuestro corazón, por lo que te teníamos presente con relativa frecuencia... Aunque no, no quisiera faltar a la realidad, ello ocurría muy a menudo; pero mientras, el verde se iba destiñendo poco a poco.
            La pregunta apareció de repente en nuestra vida al volver nuestro hijo de una de sus misiones humanitarias junto con su pareja, a la que aún no conocíamos. Ya a los pocos días, mi compañera y yo, cómplices del mismo deseo y atrapados por él, buscábamos a menudo la mirada del otro mientras dibujábamos en el aire una pregunta muda, siempre la misma: ¿y si…?
            A esas alturas de la película el tiempo corría como si no supiéramos demasiado bien que jamás nos daría una tregua ni se detendría, y nos encontramos añorándolos por temporadas, a los dos. Nuestro hijo volvía a casa siempre que podía, en ocasiones solo, en otras con su pareja, y la pregunta iba cobrando firmeza. ¿Y si…?
          Mas las circunstancias, las suyas en particular y las generales, empezaban a ser tan especiales que la pregunta desaparecía de nuestras vidas por cortas temporadas; y he de confesar que incluso mutó por momentos a: ¿y si al final no…?
            Y para colmo, un mal día, el bicho ese que anda de mediolao, como para atrás, vino a visitarnos y se metió en nuestro hogar sin autorización, dándonos una bofetada de realismo; ahora sabemos que no necesita permisos. Lo cierto es que, durante unos meses, a partir del sonoro bofetón, la nueva situación se convirtió en el monotema que acaparaba toda nuestra atención, con lo que llegamos a dejar de lado, arrinconado en nuestras mentes, el lujo de pensar en ti. También la escritura quedó abandonada; hasta hoy, en que me he animado a hacer regresar los dedos al teclado.
       Aquel fue un tiempo en el que se sucedieron visitas al hospital, consultas con enfermeras, cirujano, anestesistas; una operación; una segunda operación, necesaria debido a los resultados de la biopsia tras la primera, más consultas, sesiones de radioterapia, en concreto veinte, y por fin un tratamiento de hormonoterapia que aún hoy se mantiene y con lo que esperamos se descarte para siempre una nueva sorpresa. Y en todo ese tiempo, tú no hiciste acto de presencia; hasta aquella tarde…
         Acababa el año vigésimo del tercer milenio, que había corrido como un demonio dejando a su paso noticias desagradables ancladas a una pandemia bastante más negativa y dañina que lo inesperada que fue ya de por sí, cuando les oímos hablar de ti por primera vez: nuestro hijo, con una pícara sonrisa, nos llamó abuelos de sopetón, sin venir a cuento. Nos tenía acostumbrados a dirigirse a nosotros como viejotes o trogloditas, en plan broma cariñosa, por lo que de entrada no le dimos importancia, hasta que ella, nuestra nuera, dio la vuelta a la imagen impresa que tenía oculta en su regazo; enseguida comprendimos la magnitud de lo que significaba aquello: la ecografía nos dejó con unas muecas indescifrables garabateándose en nuestras facciones mientras la observábamos incrédulos. Porque sí, al final la respuesta era afirmativa, ella se iba a convertir en la madre de nuestro deseado primer nieto, en tu madre...
           Y como para entonces ya no me costaba reconocerme en mis reflejos, desde aquel instante me sorprendo buscándome en los espejos para recrearme en la inocencia de esa sonrisa bobalicona que anidó para siempre en mi semblante. Porque casi todas las cosas importantes suceden siempre de repente…

© Patxi Hinojosa Luján
(14/12/2020)