(Imagen extraída de la red Internet)
En cada rincón, por cada pared, destilo la elegancia de una decoración expuesta sin falta alguna en la ortografía del buen gusto; mas no tengo ningún mérito, si lo hago es gracias a la pareja que me habita, en su nombre.
Ellos
dos me han moldeado a semejanza de lo que dibujaron en sus mentes y traspasaron
a posteriori al pulcro papel de sus ilusiones como un diseño único. Nada en mí es
casual ni ocupa un lugar que no le corresponda. El resultado es que estoy
impregnado de belleza, de sensibilidad distribuida en sus justas dosis. No
puedo negarlo, me gusta lo que veo reflejado en los espejos de nuestro mundo
compartido, un mundo en el que impera el orden con pinceladas artísticas aquí y
allá.
De
otro lado, el volumen del silencio que nos envuelve nunca llega al umbral de la
incomodidad, por lo que la banda sonora del relajante ambiente abunda en
acordes de respeto trenzados con clase y gusto musical. Si prestáis atención, podréis
sentir como yo cómo en sus conversaciones tanto el tono como el fondo se
mimetizan en tan idílico ambiente una y otra vez.
Volviendo
a ellos, aunque ambos son discretos con el mundo que les rodea, no lo son conmigo,
no lo necesitan. Es por eso que los conozco tan bien; a veces, uno de los dos percibe cómo una mano le roza en una eléctrica caricia al
pasar por su lado mientras continúa su camino, un camino que ha desviado tanto
que traza curvas inimaginables para acabar convirtiéndose al final —paradoja donde las haya— en una recta perfecta, la línea más corta entre dos puntos que, como en este caso, rebosan
ternura…
—Te espero en el salón.
—Voy enseguida, acabo de leer los últimos versos del poema y estoy contigo,
añoro tu cercanía.
En
realidad, ellos son siempre así con todo, con todos. Y, a fuerza de ser sincero,
os confieso que a veces he llegado a sentir celos por sus cuidados detalles con
conocidos y amigos, a veces… Porque, no os confundáis ni os engañéis, yo soy
algo más que su vivienda, soy su hogar, y al indicar «su» quiero confiaros que me
dotaron de ese privilegio, un alma añadida a mi cuerpo de cemento y pintura,
gracias a que su relación se ha convertido en todo un ejemplo, en la
constatación de que la clase, la positividad y la generosidad se pueden compartir
cuando se vive como ellos, con todas las consecuencias, decidiendo siempre,
¡cómo no!, todo a dos.
© Patxi Hinojosa Luján
(31/12/2016)