Antes de abrir la puerta cierra los ojos; es poco más que un pestañeo. Busca alejar su
ansiedad para evitar enfrentarse a una nueva versión de la misma.
Ya había estado dentro antes. De
aquí se sale ―intenta calmarse―, aunque no consigue olvidar los malos
tragos pasados allí, y lo hace tragando saliva, como si quisiera adelantar
trabajo y allanar el tortuoso camino.
Recuerda los instantes previos,
cuando notó cómo esa sensación gélida salía huyendo por debajo de la puerta y
se enroscaba alrededor de sus temblorosas piernas bajo las perneras de sus
pantalones.
Acaban de llamarle, ahora debe entrar.
Cierra la puerta tras de sí dejándose fuera su escasa seguridad.
―Buenas tardes ―saluda su
nerviosismo, pues son las diez de la mañana―. Perdone mi atrevimiento, pero, ¿podrían
«bajar» un poco el aire acondicionado, por favor?
La mujer hace un gesto casi
imperceptible a su ayudante, que se apresura a subir dos grados el termostato,
y otro a él que, obediente, se sienta.
Se la ha imaginado tantas veces cogiendo
algo de una bandeja, girándose hacia él, dirigiendo el foco de luz hacia su
cara, empapada de sudor gélido…
Intenta no apartar la vista de la
puerta, en este momento la puerta más inaccesible del mundo a sus ojos; ansía poder
atravesarla de nuevo, mas esta vez en sentido contrario, aunque aún falte lo
peor.
…, mientras presiona con
suavidad el émbolo de una jeringuilla apuntando a un costado para expulsar el
poco aire que pudiera contener.
―Y ahora, procure tranquilizarse.
¿Qué muela me dijo…?
© Patxi Hinojosa Luján
(09/07/2019)