miércoles, 26 de diciembre de 2018

Certidumbres

(Imagen extraída de la plataforma Pinterest)

Llego a mi urbanización y aparco el coche sin preocuparme por una vez de dejarlo paralelo a las desgastadas rayas blancas, estará bien así, me digo…
Abro la puerta de roble macizo, que hoy parece más pesada que nunca, y entro en casa. Me dirijo a mi habitación. Quiero acostarme enseguida pues mi cuerpo me pide dormir, está cansado y algo dolorido. Sin embargo, de repente me encuentro en la cama con el televisor encendido, intento ver el final de una película que tengo pendiente. Es inútil, no me concentro y rebobino una y otra vez para comenzar el visionado en el mismo, familiar y estruendoso punto. Empiezo a intuir que nunca sabré cómo continúa y acaba la historia.
Así las cosas, me brindo un reproche: no sé por qué hago esto si yo ahora sólo quiero dormir; quizá sea, me defiendo, para enmascarar el sonido tan agudo y molesto que me acompaña como ruido de fondo. Por fin, cansado de no poder descansar aferrándome a un ejercicio de inutilidad, apago la tele e intento cerrar los ojos; entonces me da un vuelco el corazón al comprobar que ya los tenía cerrados, tan cerrados que me es imposible abrirlos. Me tranquilizo al permitirme una auto mentira piadosa: todo esto no es más que un sueño. Pero funciona sólo el instante que dura hasta que él mismo me muestra su verdadera cara, la que suelen ofrecer las pesadillas con toda su maldad, y no tengo más remedio que aceptar que esto sí refleja con más fidelidad la realidad.
El ruido de fondo se acompaña ahora con unas voces que, respetuosas, inician una conversación entre susurros, y al momento noto cómo un flash intenso lo ilumina todo de un blanco brillante.
Sospecho que algo va mal y no necesito que ni mis cansados ojos ni nadie me lo confirmen, pues antes de que consiga recolocar mis ideas, y como por arte de magia, se encadenan ante mí una serie de certidumbres…

Sé que aquella historia no tiene más final que la escena inicial de mi bucle vacío.
Sé que éste no es mi cuarto.
Sé que esa pantalla no es ningún televisor.
Sé que la línea horizontal que en estos momentos debe dividir en dos el monitor es la enésima en sus carreras profesionales, aunque les duela tanto como la primera.
Sé que abandonarán la estancia con la espalda encorvada por lo que ellos mismos considerarán una nueva derrota.
Sé que estos párpados pegados ya jamás se despegarán.

Sé que no llegué a casa.
Sé que no debí conducir en esas circunstancias.
Sé que debería estar arrepentido, y lo estoy.
Sé que ya es tarde para ello.
Sé que ya no soy…

© Patxi Hinojosa Luján
(26/12/2018)