Hay momentos en los que conviven
soledad, silencio y oscuridad, o los hacemos coincidir de manera consciente, ¿o
quizá inconsciente?; al final ¡qué más da…! El caso es que cuando nos
encontramos habitando uno de ellos, no necesariamente aflora la tristeza, como se
pudiera intuir, sino, más bien al contrario, es una paz interior la que emerge
de nuestras entrañas para revestirnos de una tranquilidad en muchas ocasiones largamente
añorada.
Y hay veces que, durante esos momentos,
dejamos la mente en blanco y los disfrutamos, así sin más. En muchas ocasiones
es una muy buena terapia contra la aceleración que está adquiriendo de un
tiempo a esta parte nuestra vida moderna, ¡y así nos va!, lo que no nos da la
tregua suficiente para poder mirar las cosas con la adecuada perspectiva.
Aunque admito que no siempre la
oscuridad es total porque, como si estuviera encendida la limitada llama del
encendedor de un no fumador, disponemos de la escasa y cercana claridad
suficiente como para ver posibles decisiones a tomar… y tomarlas.
*
Conozco, y bien, a alguien que no hace tanto, en uno de sus
momentos «SSO», y aprovechando esa pequeña luminosidad, ha tenido la oportunidad
de pensar en una arriesgada decisión que le cambiaría la vida, y al final la ha
tomado. Como he adelantado, creo que lo conozco lo suficiente como para asegurar
que la aparentemente súbita decisión ha sido tomada después de analizar
profundamente sus pros y sus contras en varias y sucesivas «sesiones SSO». Yo,
por mi parte, le deseo toda la suerte del mundo, porque le aprecio y quiero
mucho (esto él ya lo sabe), aunque reconozco que no tanto como su familia y
amigos que le rodean y que le aportan mucho más de lo que ellos mismos nunca puedan
ni siquiera llegar a imaginar.
*
Como un voyeur, improviso una pequeña rendija imaginaria por la que poder
observarlo en su mencionada última sesión, y la escena me descoloca:
No hay
soledad, está arropado por muchos seres, es cierto que no visibles en estos
momentos, pero que le acompañan, indudablemente.
No hay
silencio, porque él les agradece esa compañía y apoyo en voz alta, aunque a
bajo volumen, que no es cuestión de incomodar a nadie.
No hay
oscuridad, o por lo menos no total. Y tengo, todo un privilegio, el tiempo
suficiente de ver cómo esboza una enorme sonrisa de satisfacción antes de «callar»
la mencionada escasa luminosidad de ese encendedor de no fumador, con un
decidido gesto que se me antoja toda una declaración de intenciones; justo un
instante antes, me parece observar que, cómplice, guiña un ojo en mi dirección...
© Patxi
Hinojosa Luján
26/10/2014