viernes, 19 de abril de 2019

El recuerdo de lo que no pudo ser

(Imagen extraída de la red Internet)

Observo una vez más cómo el marco de la diminuta ventana encuadra esas montañas que me son tan familiares, y vuelvo a fantasear imaginándomelas como si formaran parte de un lienzo hiperrealista. Sonrío de medio lado al pensar en el trabajo de ciertos pintores de esa corriente, retratando espacios naturales, esgrimiendo cámaras con forma de pinceles que deben esconder lentes y objetivos entre sus pelos; porque si no, no se explica...

―Cariño, ¿no llevas ya mucho tiempo ahí? Sal pronto, ¡por favor…! ―me susurra pegado a la puerta.

Aquel ejercicio de admiración dura poco, lo que tarda el recuerdo de lo que no pudo ser en aflorar a la superficie de mi consciencia; emerge justo un instante antes de perecer ahogado por el excesivo tiempo de inmersión. Es cierto que intenta seducirme siempre, mas el tiempo no juega a su favor y a cada tentativa evidencia menos determinación, menos autoconfianza, sabedor de que no tardará en desaparecer de mis anhelos.

―No he terminado aún, pero no tardaré en salir ―miento.

A ese recuerdo le toma el relevo la cruda realidad, la que me tiene encerrada aquí, separada no sé por cuánto tiempo más de lo único que me aferra a este mundo. Sí, todo esto ocurre de nuevo entre estas cuatro paredes en que me encuentro y que han convertido el reducido y frío espacio en mi edén particular, donde evacuo sin testigos lágrimas de infelicidad que, paradoja, no me impiden ver con claridad.

―Venga, tú y yo sabemos que no estás haciendo nada, ¡sal ya de ahí, ca-ri-ño! ―Ya no susurra.
―Enseguida, voy enseguida… ―contesto más asustada que antes por ese cambio de tono que tan bien conozco.

Aunque aquí, en mi refugio, predomina el blanco, yo me siento gris, oscura. Sé que no debería ser así, pero ese remordimiento por algo que aún no ha sucedido, y que puede que no ocurra nunca, me está corroyendo por dentro ante el temor de que eche por la borda algo más que mi vida, algo mucho más importante.

―¡Date prisa!, ¿es que no me oyes? ―grita, para añadir más calmado tras un instante que a mí se me hace eterno― Tendrás hambre, estoy troceando el pollo asado que encargaste. Por cierto, ¿por qué has cambiado los cuchillos de sitio?, me ha costado encontrar uno.
―¡Ya voy! ―indico, aterrorizada, imaginándomelo.
―Sabes que me tienes que contar adónde has mandado a la niña; porque a mí no me engañas, no está en casa de su amiga, ¿verdad? ―suelta como un mazazo, mientras camina hacia la cocina.
***
Desconozco de dónde habré sacado la fuerza mental…

Desbloqueo la puerta del baño y la abro. Que no se enfade más, que no sospeche, me digo, pero mis lágrimas no obedecen a la orden de discreción y surcan mis mejillas, desde hace años lecho del desahogo de nuestro calvario. Me restriego los ojos con el dorso de mi mano izquierda, la derecha está a otra cosa. Camino hacia él a cámara lenta sin pararme, fingiendo sumisión, y veo con nitidez cómo él se regodea con el sufrimiento que tan bien reconoce en mi cara. Y a cámara lenta veo sus negros ojos mirándome con estupefacción mientras siento cómo se hunde la hoja del cuchillo en sus entrañas a la par que mi esperanza emprende su salida a flote.

… para cambiar la idea de la cuchilla por la del cuchillo, los pensamientos de suicidio por otros nuevos de asesinato; para decidir conservar mi… nuestra vida a cambio de la suya…
***
Un día más lo intento a sabiendas de que mi esfuerzo será baldío. Estoy sumida en una espiral de autocompasión y frustración. Ni siquiera intento engañarme diciéndome que es sólo una mala racha, que más pronto que tarde todo volverá a la normalidad... yo sé que nunca tendré ni la facilidad ni la clase necesaria para describir con un buen texto aquella pesadilla que nos hizo vivir y sufrir nuestro monstruo particular. Quizá la cosa cambie en casa, pronto dejaré esta celda. El abogado de oficio no tuvo que esforzarse demasiado en demostrar que, lo que hice, lo hice en defensa propia, sin apenas tener que argumentar los poderosos atenuantes.
***
Ha llovido mucho desde entonces, mas cuando han sido lágrimas lo han sido de alegría. Ella es ya toda una mujer, y aunque ahora vivimos separadas, estamos cerca. Resulta que es mi cumpleaños, y yo ni me había acordado. Mi hija se ha presentado en casa con su pareja y, después de dejar lo que parece un cuadro en la mesa, me ha hecho el mejor regalo que podría hacerme: me ha cogido las dos manos con las suyas, me ha mirado a los ojos permitiéndome alcanzar con la mirada su alma, y me ha confiado con la voz más segura que jamás le he oído: «Mamá, desde hace unas semanas ya no sueño con sus abusos». Nos hemos dado un abrazo que me ha sabido a justicia divina y me he desarmado de felicidad. Después se ha despedido y, cuando se marchaba agarrada de la cintura por su novia, tan feliz, ésta le ha dado un beso que el pudor ha terminado recolocando a medio camino entre mejilla y labios.
Acabo de reparar en que no he desembalado el cuadro; lo hago y no puedo evitar una sonrisa, esta sí, completa: es una réplica hiperrealista de El cuarto de baño de Antonio López. ¡Qué chiquilla…!

© Patxi Hinojosa Luján
(19/04/2019)