lunes, 27 de mayo de 2019

Por un voto

(Imagen extraída de la red Internet)

Peco de inmodestia, lo sé, al considerar que mi corta carrera profesional dejó una joya arquitectónica: la Torre Helico, con doble espiral de cristal y titanio, por la que me otorgaron varios premios. Pero intentando sosegar mi orgullo, confesaré que a veces, al escribir, confundía la posición de algunas letras, intercambiándolas sin darme cuenta; y con los números también me pasaba algo similar. No soy disléxico, no es eso, lo que ocurre es que siempre he sido muy muy despistado. En la mayoría de las ocasiones la cosa no iba a más: me percataba enseguida del error y lo corregía, punto; en la mayoría…
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La coalición de partidos que nos gobierna desde hace cinco décadas, justo desde la última vez en que se nos permitió ejercer el derecho al voto, impone un sistema basado en Ciencia y Tecnología a partes iguales, por lo que destina las partidas presupuestarias más altas a apostar por lo que antes se denominaba I+D+i y que enseguida rebautizaron como «BienEstar», aunque se hayan olvidado del nuestro, y de nosotros...
Si cuento esto es porque es de justicia indicar que todo lo que se ha avanzado a nivel tecnológico se ha retrocedido en derechos sociales; y todos los que, como yo, lo hemos manifestado de manera pacífica, hemos acabado igual, secuestrados de por vida entre cuatro paredes tan blancas que acaban por desgastarnos el alma a través de nuestros cada vez más cegados ojos. Pero eso poco les importa, ellos ya saben bien lo que firman en sus edictos-condena cuando nos encierran en sus mal llamados «Talleres de Conducta», eufemismo cruel donde los haya.
Mas la vida suele ofrecer válvulas de escape, fisuras por donde atacar al enemigo de turno, a veces permitiéndonos aprovechar la fuerza de nuestro oponente en su contra como si de un combate virtual de aikido habláramos.
Estábamos en el año 2069 cuando apareció mi fisura particular, y no era cuestión de desaprovecharla. Aquella mañana íbamos en formación hacia el comedor a la hora del desayuno cuando la vi apoyada en una pared del pasillo: imponente, brillante, tan vanidosa con sus leds encendidos; seguro que funciona, pensé. Y pensé más, tanto que me olvidé de comer aquel día con lo que supuse que mi historial sumaría una nueva amonestación.
Aquella noche apenas dormí, dándole vueltas al asunto, trazando un arriesgado plan, garabateándolo en mi cabeza con insistencia; la única forma, por otra parte, de poder hacerlo al carecer de cualquier atisbo de utensilio de escritura.
Amaneció, y yo lo hice con el día, tan empapado de esperanza como de sudor. En la fila que nos conducía al frugal desayuno, iba avanzando a saltitos, como si ensayara con el germen de un nuevo y rudimentario baile. Cuando llegué a la altura del ingenio, deserté en perpendicular de la formación y corrí hacia la máquina todo lo que mis torpes piernas de setentón me permitieron. Abrí su puerta, entré y cerré con fuerza y estrépito sobre los gritos de los desconcertados guardias. Activé el interruptor principal y enseguida se iluminaron todos los paneles. Extraje de mi mente la fecha exacta y la tecleé en el holograma surgido para tal efecto. La suerte estaba echada.
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Recuerdo bien, ¡cómo no hacerlo!, que las últimas elecciones generales fueron el domingo 28 de abril del año 2019. Se presentaban en segunda vuelta las dos opciones que resultaron vencedoras en la primera una semana antes. Yo, como gran enamorado de los avances tecnológicos que era, voté por la coalición PPEF (Partidos Por El Futuro), que ganó por la menor diferencia de la historia: un solo voto. Si hubiera votado a sus oponentes, la lógica matemática indica que estos habrían ganado por ese voto de diferencia y yo me habría evitado pasar toda una vida encerrado junto a mis convicciones y remordimientos; porque la realidad es que la coalición recortó las libertades hasta hacerlas desaparecer y me encerró en defensa de la Sociedad, según alegaban siempre los abogados del Estado cuando de juzgar casos similares al mío se trataba.
Pero, por otro lado, la misma coalición propició con su política de inversiones que en el año 2059 se llevara a cabo con éxito el primer viaje en el tiempo; la máquina del tiempo ya era toda una realidad, aunque permaneció en secreto dentro de los ámbitos del Gobierno unos cinco años, hasta su perfeccionamiento. Tras ese período nos enteramos todos del gran logro gracias a la machacona propaganda gubernamental, que llegó incluso a nuestros oídos, confinados como estaban en los últimos rincones de sus mazmorras.
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Ahora no puedo evitar reírme de mí mismo, y lo hago a carcajadas: estoy atrapado. No puedo salir de la máquina, no responde a ninguno de mis requerimientos pues no hay indicio alguno de que quede algo de energía; tampoco puedo reprogramar un sistema que quizá pereció hace décadas.
Y lo peor no es que me encuentre perdido en el año 2190, en una tierra asolada, sin rastro alguno de vida. Tampoco que esté interiorizando que quizá sea el último humano vivo, temiendo dejar de serlo en breve mientras creo observar, a lo lejos, cómo sólo se mantiene levantada la torre Helico, mi orgullo. No, lo peor es que yo soy el único responsable de mi suerte.
Mi fallido plan era regresar al 27 de abril de 2019 para poder votar en contra del PPEF, pero… ¿Recordáis que os confesé que soy muy muy despistado…?

© Patxi Hinojosa Luján
(27/05/2019)