(Imagen extraída de la red Internet)
Está sentado; inmóvil y concentrado. De repente pega
un salto en su butaca y se dirige hacia los escalones que le separan del atril;
los sube y resopla antes de decidirse a hablar.
―¡Uf, qué subidón, en verdad no
me lo esperaba!
Restriega sus pómulos, como quien
dispersa un par de lágrimas delatoras, y procede a sacar con nerviosismo de uno
de sus bolsillos unas minúsculas gafas, de esas de cerca, que coloca casi en la
punta de su nariz; a continuación, rebusca en otro y extrae un folio que desdobla
un par de veces hasta tener el texto a la vista. Empieza a leer:
Quisiera empezar por los
agradecimientos: en primer lugar, a La Academia, ¡muchas gracias!, sin duda
alguna éste es el momento más importante de mi carrera profesional y este premio
es a lo máximo que puede aspirar alguien que, como yo, se dedica a contar
historias para que sean plasmadas en películas. Mi imagen sujetando este trofeo,
ésta que veis, no apareció ni en mis más optimistas sueños en los tiempos en
que empezaba a tomarle el pulso a este mundo mágico.
Por supuesto, gracias infinitas también
a todo el equipo de la película, por apostar por esta historia tan personal y
transgresora, tan poco correcta si de política y de otros aspectos de nuestra
sociedad hablamos. ¡Gracias por involucraros tanto para hacerla vuestra,
compañeros, sin vosotros nada de esto habría sido posible!
Quisiera también compartir este
premio con el resto de nominados: compañeros, compañera, vuestros trabajos son magníficos;
vosotros sois tan merecedores de él como lo pueda ser yo.
Y, por último, quisiera dedicárselo
a mi familia y amigos, a todos ellos, desde el primero al último, porque sin su
apoyo y compañía esto hubiera sido imposible.
Acabo ya, antes de que en breve
empiece a escucharse la música desaloja estrados; ¡qué paradójico!, nunca antes
oí una melodía instrumental con tanta letra, con tanto…
¿Qué os decía?, ya la tenemos
aquí, tan persuasiva ella.
¡Gracias de nuevo, va por
vosotros!
Se queda callado, quieto; guarda
la hoja. Dos lágrimas resbalan ahora, dos lágrimas no fingidas.
Un joven ha estado observando la
escena desde el quicio de una puerta entreabierta; anida en él la culpabilidad
que debería sentir todo voyeur. Ya se está retirando cuando cambia de idea y se
vuelve, decidido. Entra al cuarto.
―¿Otra vez estás con eso, papá? Anda,
bájate de esa escalera, ya sabes que cojea y un día de estos vas a acabar
haciéndote daño. Y suelta esa figura, que es la favorita de mamá y al final la
vas a romper; y verás entonces…
»Venga, supéralo de una vez, por
favor, ya no tiene remedio… Quédate con que tu guion ganó el Goya, aunque quien
lo recogió y se llevó los méritos fuera ese impostor, el miserable que registró
a su nombre tu excelente trabajo después de toparse con el portátil que
contenía todos tus desvelos.
© Patxi Hinojosa Luján
(28/01/2020)