Los calendarios que consultamos aquellos que hemos visto demasiadas de sus hojas perderse en el pasado acostumbran a contar con multitud de casillas cruzadas por signos tan invisibles como presentes y que denominamos aniversarios. No hace falta echarles un vistazo para que los recuerdos que representan nos avisen de que están ahí, de que siempre lo estarán. Algunos son caricias en el corazón, mas otros… otros son arañazos en el alma.
De repente, desde hace unos pocos días, recuerdos dispares se agolpan en mi cabeza y no sé cómo darles salida sin que vayan acompañados de una carga de emotividad tan pesada, que siento que necesito hacerlo más pronto que tarde.
Creo que empezaré por el final, o casi. Después ya veremos cómo se ordenan esos recuerdos inconexos.
No hace tanto que, en nuestros paseos por el Boulevard de la Mer de Hendaye, cuando Susan, Manolo (su padre) y yo nos cruzábamos contigo charlábamos de lo humano y de lo divino antes de continuar con nuestros respectivos caminos. Pero en un abrir y cerrar de ojos, como por arte de no sé qué intrusa maldición, pasamos a verte sentado, ya casi siempre, en alguna parte del murete que separa el paseo de la playa en sí pero nunca muy alejada de tu portal, que no era cuestión de malgastar esas fuerzas que ya empezaban a escasear. Qué lejanos parecían entonces esos momentos en los que manipulabas con pasmosa facilidad esos enormes rollos de sintasol, como cuando me pediste ayuda y en un plis-plás nos hicimos ese apartamento en St. Jean de Luz; yo como un simple ayudante, claro. Me decías que eso no tenía mérito, que no era comparable a cuando tuviste que pintar en un rascacielos el exterior de una persiana ¡desde fuera!, sólo agarrado con una mano a un pincel que un compañero sujetaba desde dentro, mientras que con la otra pintabas. Se me ocurren varios adjetivos que casarían a la perfección con dicha acción, aunque creo que el que mejor le va es el de temerario.
Y claro, a alguien capaz de tamaña osadía no podía negarle que experimentase en nuestra casa con una nueva técnica de pintura a pistola que querías probar. Y bien que lo hiciste, ¡y qué bien lo hiciste! Nos quedaron salón, entrada y pasillo preciosos, y nosotros encantados. Vaya, parece que nos hemos ido cerca del principio de nuestra relación, cuando frecuentábamos salidas después de responder con un ¡vamos! a la pregunta que de vez en cuando nos hacía tu pareja, Caroline, no pudiendo evitar que su ¿vamo a merendá? estuviera impregnado, estaba más que claro, de tu acento extremeño. Caroline, gran Amiga y madre de tus dos hijos menores y que para Susan y para mí siempre han sido más que vuestros hijos, mucho más que los amigos de los nuestros.
Me viene el recuerdo ahora de la tarde noche que, a la vuelta de una de tantas de esas escapadas meriendiles, os camelé a Susan, a Caroline y a ti para sentarnos en el suelo de una de nuestras habitaciones, con las ventanas y contraventanas cerradas y la luz apagada, a escuchar a todo volumen «Funeral For A Friend - Love Lies Bleeding» de mi primo Elton John, vosotros dos por primera vez, yo por enésima. No sé si fueron lo efluvios del vino o que en realidad lo sentíais de corazón, pero me transmitisteis que os gustó la experiencia, y yo tan feliz.
Sí, fue un tiempo de mucha cercanía, amistad creo que la llaman; y lo mismo nos prestabais vuestra Caravana en La Manga del Mar Menor que me llamabas apurado para que fuera a buscarte e Guéthary porque a tu Nissan Vanette le había dado por patinar y se había dado un trompazo, no recuerdo ahora mismo si contra un árbol, una señal de tráfico…, quedando inutilizada. O ayudaba a mi padre a colocaros con todo el cariño la escalera interior de la villa que os estabais construyendo. Por cierto, allí en vuestra casa entendí por fin lo que me pasaba con las alturas, ese miedo casi irracional. Un día, cuando las vigas ya estaban colocadas, pero no así el suelo del piso superior, me dio por ponerme de pie sobre una de ellas y lo entendí: tengo vértigo, un vértigo brutal y no pude soportar no tener un suelo a mis pies y ver sólo el vacío; tuve que sentarme enseguida y agarrarme bien a todo lo que encontré a mano para evitar males mayores.
Pero el recuerdo que me asalta ahora es el más chocante de todos, quizá porque no estás tú en él cuando pienso que deberías haberlo hecho, dicho sea desde el cariño: paseábamos por ese Boulevard de la Mer que ya mencioné antes Susan, Caroline y yo junto con nuestros dos hijos pequeños en sus respectivos cochecitos. En un momento determinado Xabi se mostraba intranquilo, quería dormir y no podía y mis dedos consiguieron que lo hiciera con una suave caricia en su frente. Creedme si os confieso que la sensación con la que me quedé fue agridulce, mucho. Aquella era una época de Vacío, así con mayúsculas, y ahora interiorizo más claro que nunca que no fue ni la primera ni la única.
Ya ves, Jacinto, desfilan muchos recuerdos inconexos entre sí (o no), y me temo que seguirán aflorando más cuando estas torpes palabras ya hayan sido firmadas y olvidadas.
© Patxi Hinojosa Luján
(14/11/2022)