(Imagen extraída de la red Internet)
No entiendo
cómo se han podido borrar; anoche estaban aquí, creo recordar que me dormí con
ellas. Conectaré el reproductor mp3 al portátil, a ver… Lo esperado, memoria
vacía, ¡qué misterio! En fin, cosas de la tecnología. Ya meteré algunas canciones
más tarde; mientras tanto, pondré un cd para que me acompañe mientras friego
los cacharros del desmadre de anoche, ¡es tan aburrido hacerlo sin música!
¡Y ahora qué pasa!, el reproductor no reconoce el disco, es como si hubiera
insertado un cd virgen; pero la carátula no miente, debería sonar el Captain Fantastic de mi primo Elton,
y no lo hace…
Ring, dong, ping. ¡Vaya, qué raro y diferente suena el timbre
hoy!
―¡Voy! ―Abro la puerta―. Buenos días.
―Buenos días. ¿Es usted el señor…?
Sí, claro que es usted, incluso recién levantado está igual que en la
fotografía de nuestro archivo.
―¿De qué archivo me habla?, ¿en
qué puedo ayudarle?
―Usted a mí en nada, por ahora.
En cambio, yo a usted sí; si acepta cooperar, claro.
―Pues usted dirá…
―Dígame una cosa, ¿lo ha notado,
se ha percatado ya del cambio?
―¿El cambio? ¿A qué se refiere? ¡No
tendrá que ver con…!
―En efecto, deduzco que ya se ha
dado cuenta. Es mi deber informarle de que desde esta pasada medianoche ha
caducado su permiso de disfrute de todo contenido de ocio y cultura al no haberlo
renovado pese a nuestros tres avisos por correo electrónico. Pero, ¿puedo
pasar?, hace un frío que pela aquí en el descansillo.
―Sí, claro, pase. ―Le indico con un gesto dónde está el salón― Puede
sentarse en aquel sofá, porque esta casa aún mantiene el derecho al descanso,
¿verdad?
―De eso no nos ocupamos, al
menos de momento. Es broma, no me haga caso.
―A ver si me aclaro, ¿me está
diciendo que me han enviado tres mensajes para renovar un permiso del que ni yo
ni nadie que conozco ha oído hablar jamás? Puedo jurarle que de un tiempo a
esta parte sólo recibo mensajes de publicidad, y que van todos derechitos a la
papelera, siempre. Ningún mensaje de… ¿de quién? Aún no sé quién es usted ni a
quién representa.
―Disculpe mi descortesía, por
favor. Me presentaré: soy inspector de la Agencia Estatal para el Disfrute del
Ocio y la Cultura, la AEDOC. Esta es mi placa identificativa, yo soy el agente
314, le basta con saber eso.
―Pero, ¿cómo lo hacen, borrar
todos los archivos digitales y los cd comerciales? Y, lo que me preocupa incluso
más, ¿por qué?
―En cuanto a lo primero, constato
que aún no ha visto todo lo que podemos hacer. ¿Ha intentado ojear algún libro
esta mañana?, ¿no? Hágalo ahora, verá…
Me dirijo nervioso a la biblioteca, elijo dos volúmenes al azar.
―¡No me lo puedo creer, están
todas las páginas en blanco! ―cojo un par
de tomos más―, las de todos los
libros, parece. ¡Qué horror, no pueden hacer algo así!, la Cultura es un derecho
y un bien universal y, además, yo he pagado por cada uno de estos libros, y
también por cada disco, ¡esto es un atropello, un robo!
―Le recomiendo que se calme, amigo. Le
repito que lo podría haber evitado rellenando el cuestionario que le enviamos hasta
tres veces; aceptando nuestras condiciones, pero no lo hizo… Yo he
venido hoy aquí para intentar reconvertir la situación como una deferencia hacia
su persona; los dos pensamos que es usted de fiar.
―Primero, yo no soy su amigo, no
me dé coba. Y segundo, no vi ningún mensaje de su agencia porque ninguno recibí,
estoy seguro.
―Sí, sí lo hizo, nuestros
informáticos han confirmado que todos llegaron a su servidor y fueron descargados
por su programa gestor de correo. He de admitir, de todas formas, que no lo ponemos
muy fácil al configurar nuestros mensajes como si fueran publicidad, pero
debemos asegurarnos de que quien siga con nosotros cumpla todos los requisitos,
y uno de ellos es el de la curiosidad por todo lo que le rodea. Necesitamos a todos
nuestros «colaboradores» muy despiertos, pendientes de cada detalle; ya sabe,
para informarnos de cualquier idea subversiva que identifique, por muy
escondida que pueda encontrarse en manifestaciones culturales amparándose en la
todavía vigente libertad de expresión.
―Ahora que caigo… Antes dijo «los
dos», ¿quién es el otro, lo conozco?
―«La» conoce. Es su esposa…
Justo aparece ella y cruza una mirada con el agente 314, una mirada que
confirma todo.
―Me estáis asustando, los dos, y
yo me estoy empezando a preocupar, ¡mucho! ¿De qué va todo esto, es quizá alguna
broma de nuestros amiguetes?
―¿De verdad piensas que alguno
de ellos podría recrear una broma tan sofisticada?, recapacítalo un instante… ―Es ella la que responde.
―Supongo que tienes razón.
De repente estoy cubierto de humedad; sudo por cada poro de mi piel y percibo
que tanto sábanas como almohada están empapadas. ¡Un momento, estaba soñando, era
eso! Debí de pulsar el resorte que en ocasiones nos permite despertar a
voluntad y todo ha vuelto a la normalidad, estoy despierto. Sí, no ha sido más
que eso, un mal sueño. Pero necesito comprobar algo y me giro; no hay nadie
más, perfecto, yo vivo solo. Aun así, necesito un café bien cargado, voy a preparárm…
Ring, dong, ping. ¡Vaya, qué raro y diferente suena el timbre
hoy!
―¿Abres tú, cariño? ―pregunta desde el baño la voz femenina de
mi sueño…
© Patxi Hinojosa Luján
(13/01/2019)