lunes, 14 de enero de 2019

Una visita perturbadora

(Imagen extraída de la red Internet)

No entiendo cómo se han podido borrar; anoche estaban aquí, creo recordar que me dormí con ellas. Conectaré el reproductor mp3 al portátil, a ver… Lo esperado, memoria vacía, ¡qué misterio! En fin, cosas de la tecnología. Ya meteré algunas canciones más tarde; mientras tanto, pondré un cd para que me acompañe mientras friego los cacharros del desmadre de anoche, ¡es tan aburrido hacerlo sin música!
¡Y ahora qué pasa!, el reproductor no reconoce el disco, es como si hubiera insertado un cd virgen; pero la carátula no miente, debería sonar el Captain Fantastic de mi primo Elton, y no lo hace…

Ring, dong, ping. ¡Vaya, qué raro y diferente suena el timbre hoy!

―¡Voy! ―Abro la puerta―. Buenos días.
―Buenos días. ¿Es usted el señor…? Sí, claro que es usted, incluso recién levantado está igual que en la fotografía de nuestro archivo.
―¿De qué archivo me habla?, ¿en qué puedo ayudarle?
―Usted a mí en nada, por ahora. En cambio, yo a usted sí; si acepta cooperar, claro.
―Pues usted dirá…
―Dígame una cosa, ¿lo ha notado, se ha percatado ya del cambio?
―¿El cambio? ¿A qué se refiere? ¡No tendrá que ver con…!
―En efecto, deduzco que ya se ha dado cuenta. Es mi deber informarle de que desde esta pasada medianoche ha caducado su permiso de disfrute de todo contenido de ocio y cultura al no haberlo renovado pese a nuestros tres avisos por correo electrónico. Pero, ¿puedo pasar?, hace un frío que pela aquí en el descansillo.
―Sí, claro, pase. ―Le indico con un gesto dónde está el salón― Puede sentarse en aquel sofá, porque esta casa aún mantiene el derecho al descanso, ¿verdad?
―De eso no nos ocupamos, al menos de momento. Es broma, no me haga caso.
―A ver si me aclaro, ¿me está diciendo que me han enviado tres mensajes para renovar un permiso del que ni yo ni nadie que conozco ha oído hablar jamás? Puedo jurarle que de un tiempo a esta parte sólo recibo mensajes de publicidad, y que van todos derechitos a la papelera, siempre. Ningún mensaje de… ¿de quién? Aún no sé quién es usted ni a quién representa.
―Disculpe mi descortesía, por favor. Me presentaré: soy inspector de la Agencia Estatal para el Disfrute del Ocio y la Cultura, la AEDOC. Esta es mi placa identificativa, yo soy el agente 314, le basta con saber eso.
―Pero, ¿cómo lo hacen, borrar todos los archivos digitales y los cd comerciales? Y, lo que me preocupa incluso más, ¿por qué?
―En cuanto a lo primero, constato que aún no ha visto todo lo que podemos hacer. ¿Ha intentado ojear algún libro esta mañana?, ¿no? Hágalo ahora, verá…

Me dirijo nervioso a la biblioteca, elijo dos volúmenes al azar.

―¡No me lo puedo creer, están todas las páginas en blanco! ―cojo un par de tomos más―, las de todos los libros, parece. ¡Qué horror, no pueden hacer algo así!, la Cultura es un derecho y un bien universal y, además, yo he pagado por cada uno de estos libros, y también por cada disco, ¡esto es un atropello, un robo!
―Le recomiendo que se calme, amigo. Le repito que lo podría haber evitado rellenando el cuestionario que le enviamos hasta tres veces; aceptando nuestras condiciones, pero no lo hizo… Yo he venido hoy aquí para intentar reconvertir la situación como una deferencia hacia su persona; los dos pensamos que es usted de fiar.
―Primero, yo no soy su amigo, no me dé coba. Y segundo, no vi ningún mensaje de su agencia porque ninguno recibí, estoy seguro.
―Sí, sí lo hizo, nuestros informáticos han confirmado que todos llegaron a su servidor y fueron descargados por su programa gestor de correo. He de admitir, de todas formas, que no lo ponemos muy fácil al configurar nuestros mensajes como si fueran publicidad, pero debemos asegurarnos de que quien siga con nosotros cumpla todos los requisitos, y uno de ellos es el de la curiosidad por todo lo que le rodea. Necesitamos a todos nuestros «colaboradores» muy despiertos, pendientes de cada detalle; ya sabe, para informarnos de cualquier idea subversiva que identifique, por muy escondida que pueda encontrarse en manifestaciones culturales amparándose en la todavía vigente libertad de expresión.
―Ahora que caigo… Antes dijo «los dos», ¿quién es el otro, lo conozco?
―«La» conoce. Es su esposa…

Justo aparece ella y cruza una mirada con el agente 314, una mirada que confirma todo.

―Me estáis asustando, los dos, y yo me estoy empezando a preocupar, ¡mucho! ¿De qué va todo esto, es quizá alguna broma de nuestros amiguetes?
―¿De verdad piensas que alguno de ellos podría recrear una broma tan sofisticada?, recapacítalo un instante… ―Es ella la que responde.
―Supongo que tienes razón.

De repente estoy cubierto de humedad; sudo por cada poro de mi piel y percibo que tanto sábanas como almohada están empapadas. ¡Un momento, estaba soñando, era eso! Debí de pulsar el resorte que en ocasiones nos permite despertar a voluntad y todo ha vuelto a la normalidad, estoy despierto. Sí, no ha sido más que eso, un mal sueño. Pero necesito comprobar algo y me giro; no hay nadie más, perfecto, yo vivo solo. Aun así, necesito un café bien cargado, voy a preparárm…

Ring, dong, ping. ¡Vaya, qué raro y diferente suena el timbre hoy!

―¿Abres tú, cariño? ―pregunta desde el baño la voz femenina de mi sueño…

© Patxi Hinojosa Luján
(13/01/2019)

sábado, 12 de enero de 2019

Simbolismos

(Imagen extraída de la red Internet)

Quien más, quien menos, se siente atraído por los simbolismos en general, y por el de los números en particular. El que esto escribe no es una excepción.
Os hablaré de un número que desde hace un año no encuentra sosiego; no soporta el peso de lo que representa ante mi hermano, máxime cuando le toca posar en algún calendario. Así, le he visto ocultarse tras la careta de una simple expresión matemática, como si tan sólo fuera el resultado de una atracción total a cuatro mentiras mientras huye por cuatro esquinas. En otras ocasiones le he sorprendido calzándose el disfraz de «dos» para elevarse después cuatro veces por encima de nuestras cabezas y observarnos desde allá arriba, intuyo que con la oculta esperanza de no vernos él tampoco. Yo le entiendo, y quiero pensar que mi hermano también lo hace.
A pesar de ello, he de reconocer que en ocasiones me es imposible controlar mis emociones y le grito que no es más que un número miserable, que no es consciente del dolor que rememora, aunque yo admita para mis adentros que sí pueda serlo… Pero él nunca entra al trapo y sigue inmutable a mis reproches hasta que consigue ceder el testigo a un compañero para poder volverse invisible por otros treinta días.
Entiendo que ese número sienta tanta vergüenza que le cueste dar la cara, aunque también a él le haya tocado bailar con el peor de los recuerdos, el de «la» pérdida; por eso hoy he permitido un adelanto de mi emotividad, a cuatro días de que a aquél le toque desmaquillarse y mostrarse tal cual es sin excusa posible, evitándonos a los dos el mal trago de mirarnos a los ojos. Y de paso a mi hermano también.
Os confesaré algo: nunca dudé, iluso, de que era yo el que jugaba con los números durante el Camino; hasta hoy, cuando empiezo a sospechar que son ellos los que siempre han jugado conmigo, con nosotros. ¿No es verdad, «dieciséis»…?

© Patxi Hinojosa Luján, carente de ánimo para poder expresar algo el día 16…
(12/01/2019)

viernes, 4 de enero de 2019

Siempre anónimo

(Imagen extraída de la red Internet)

El nuestro es un pueblo pequeño, aquí nos conocemos todos. Por eso, cuando llega algún forastero con la intención de quedarse nos enteramos enseguida…
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Suele contarse en las tertulias de banco de su Plaza Mayor que, aunque cerraba siempre la puerta al anochecer, tenía especial cuidado en dejar su corazón abierto durante el resto del día, y así era casi imposible que no se fuera ganando el respeto y el aprecio de todos sus convecinos, uno a uno, poco a poco.
Aún hoy, algunos suelen recordar de cuando en cuando que llegó aquí una tarde de otoño hace más años de los que mi memoria admite abarcar, y que lo hizo con discreción, la misma de la que hizo gala después; y cuentan también que con discreción se fue una medianoche, cuando ya todos creían caducado el plazo para su partida, incluido un servidor. Esto fue un duro revés para todos los que acabamos sucumbiendo a sus encantos, queriéndole como se quiere a un amigo de toda la vida o al familiar más cercano.
Aunque lo que más recuerdan algunos es cómo, coincidiendo con su llegada o al poco de ésta, comenzó todo...
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Salpicadas con una periodicidad matemática, empezaron a circular noticias sobre unos sorprendentes eventos que vinieron a alegrar, y en ocasiones solucionar, la vida de no pocos lugareños. Pronto se impuso la lógica y fue imposible mantenerlas en secreto dentro de los límites del municipio, por lo que más pronto que tarde llegó a oídos de las localidades vecinas y las peticiones de empadronamiento desde ellas se multiplicaron. Reaccionando con celeridad, el gobierno del consistorio se vio obligado a emitir un edicto municipal que suspendía sine die todas aquellas que no fueran motivadas por un nacimiento dentro de alguna familia del vecindario.
Pero volviendo a él, era inútil preguntarle nada sobre la cuestión; su reacción ante el osado que se atreviera a planteárselo era un encogimiento de hombros acompañado de un arquear de cejas que evidenciaba una extrañeza no fingida, lo que obligaba a su interlocutor a volverse por donde había venido con nuevas preguntas y el mismo número de respuestas: ninguna.
Después de su partida, se pudo constatar que seguían produciéndose los mismos hechos, aunque es cierto que en estos últimos tiempos se dan con una periodicidad que coquetea más con la anarquía creativa de las Letras que con la exactitud de las Ciencias.
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Desde hace unos días me noto raro, algo disperso. Mi memoria y mis reflejos fallan por momentos e ignoro cuánto tiempo más me acompañará la lucidez para poder seguir ocultando lo que sé sobre esas órdenes bancarias que tanto sorprenden por su generosa cuantía. Desconozco también si algún día se llegará a identificar al impulsor de semejante plan, a su autor intelectual y material.
A veces, cuando noto aquellas lagunas, me da por releer la enigmática nota manuscrita que apareció un buen día sujeta bajo un imán en la puerta de mi frigorífico, con esa caligrafía que me recuerda tanto a la mía…

[…] en las transferencias bancarias deberá figurar siempre «ordenante anónimo» y el beneficiario ser elegido al azar con el sistema que yo considere más oportuno; eso sí, respetando que no pueda haber dos agraciados dentro de una misma familia […]
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Cuenta la leyenda que nunca nos dejó del todo. ¡Y quién soy yo para rebatirlo...!

© Patxi Hinojosa Luján
(04/01/2019)