miércoles, 27 de marzo de 2019

De hierro forjado

(Mimi y Momo: Imagen de la obra Mimos, cortesía de su autora y directora, Cristina Torres)

Recuerdo cuando en este mismo emplazamiento había un banco como Dios manda, de esos de hierro forjado en los laterales y madera noble en asiento y respaldo, como los muchos que adornaban los parques de antes, en aquellos tiempos en los que aún no teníamos contaminada la esperanza y ésta mantenía intacta su verde promesa…

Abro unos cansados ojos y sonrío para mis adentros por la cursilada que acabo de soltar, que no es la primera vez que acude a mi mente; pero no la rechazo, al contrario, nunca dejaré de ser un romántico empedernido y un nostálgico incurable.

Llevo ya un par de horas aquí, así que no es de extrañar que me remueva en mi asiento, incómodo y molesto por la dureza del cemento armado. Por hoy es más que suficiente, y ya sé que una vez más a mis músculos les costará despertarse de camino a casa. Según me levanto, la mariposa más grande que recuerdo se apresura a ocupar mi sitio y bate sus alas, con franjas rojas y negras en las de atrás, como señal, interpreto, de agradecimiento y despedida. Vuelvo a sonreír, ahora sin disimulo, y le devuelvo un torpe saludo mientras siento que algo se me escapa…

No es ningún secreto que mañana volveré a mi cita diaria con el frío banco, es la única solución que he encontrado como terapia para el problema de mi memoria… Veréis, ya han empezado a difuminarse los recuerdos de aquella historia que tuvo lugar en este mismo lugar donde hoy padecemos un parque de diseño para gloria de algún politicucho sin escrúpulos; y sé que acabarán por borrarse para siempre, mas también que ésta es la única manera en que podré disfrutarlos un poco más de tiempo. Porque lo cierto es que los recuerdo a todos con cariño, con ese cariño que se tiene a quien, aunque no sea familia de sangre, sí lo es de corazón.
Recuerdo a Carlos, un niño grande en un cuerpo de adulto con manías obsesivas, pero con un corazón tan grande como su pecho, me decían, y lo recuerdo caminando como a saltitos, intentando no pisar las juntas que todo suelo tiene. Recuerdo a Lidia, derrumbada tras su divorcio y que tuvo que armarse de valor y convivir con sus demonios para juntar los cachitos en que se convirtió y así poder recomponerse; también a Mila que, incapaz de aceptar su pérdida, se engañó día tras día hasta perder el control de su vida. Y, ¡cómo no!, a Momo y a Mimi, dos mimos que fueron el nexo de unión de todos ellos, con sus problemas y con sus soluciones.
Quizá os preguntéis, como hacía yo al principio, qué pintaban Mimi y Momo todo el día merodeando por el parque, con sus entrañables aunque escasas actuaciones, porque sus sombreros pesaban poco más cuando se retiraban al caer el sol que cuando llegaban por la mañana. La respuesta es bien sencilla: con el tiempo comprendimos todos que, en esencia, su misión era ayudar, hacer el bien, o al menos intentarlo con todo su empeño, y ello hacía que prestaran poca atención a las monedas. Y quiero pensar que consiguieron que pasado un tiempo algunas voluntades parecieran tan sólidas y artísticas como el hierro forjado de sus… de nuestros bancos. Con su justa dosis de locura, acabaron pintando con brochazos de cordura todas aquellas existencias, también la mía, hasta recolocar cada pieza en su sitio.

Ahora que caigo, hace tiempo que Lidia y Carlos ya no vienen a pasear con su niño; un niño fruto, qué paradoja, de la casualidad más elaborada por nuestra pareja de mimos. ¡Menudos diablillos estaban hechos Momo y Mimi!
Por cierto, me han contado que la desatendida floristería que Mila regentaba en una esquina de este mismo parque tuvo que cerrar. Ella tiene bastante con la pensión de viudedad que le quedó de su difunto Enrique, que al fin aceptó y reconoció como tal gracias al esfuerzo y paciencia de sus amigos, y nuestras mimos no podían hacerse cargo de ella por más tiempo; de la floristería, quiero decir…
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Hoy, cuando peino menos pelos pero más canas que antes, acabo de verlo con claridad… Sucedió el día que Momo contó todo… cuando abrió su válvula de escape y, a modo de confesión, se sinceró detallando retazos de su vida en una escala de colores tan desgastados como su traje de clown; como por ejemplo que Mimi, una tarde en que ambas compartieron unos cafés bien cargados… pero de desilusión, la convenció para que se uniera a ella en su delirante proyecto actoral; que en aquellos momentos ya no soportaba no poder ayudar en su consulta de psiquiatría como ella había soñado cuando, siendo una joven ingenua, cursaba la carrera; que Carlos y Mila habían sido dos de sus primeros y más fieles pacientes; que ya no podría concebir su vida de otra manera…
Veo con nitidez cómo, cuando Momo compartió todo esto mientras Mimi asentía a cada frase, y yo espiaba desde el banco de enfrente simulando leer la prensa del día, saludando de cuando en cuando, ese día también vino de visita una mariposa, una mariposa con unas bellas franjas rojas y negras en sus alas traseras…
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Venga, señor Carlos, es tarde y hace frío ―me dice esa chica tan simpática y morena, la de siempre―, vayamos a casa; y yo aún recuerdo que debo obedecer…

© Patxi Hinojosa Luján
Inspirado y basado en el musical Mimos, escrito por Cristina Torres para su grupo de teatro Les Figuretes
(27/03/2019)