(Mimi y Momo: Imagen de la obra Mimos, cortesía de su autora y directora, Cristina Torres)
Recuerdo
cuando en este mismo emplazamiento había un banco como Dios manda, de esos de
hierro forjado en los laterales y madera noble en asiento y respaldo, como los muchos
que adornaban los parques de antes, en aquellos tiempos en los que aún no teníamos
contaminada la esperanza y ésta mantenía intacta su verde promesa…
Abro unos cansados ojos y sonrío
para mis adentros por la cursilada que acabo de soltar, que no es la primera
vez que acude a mi mente; pero no la rechazo, al contrario, nunca dejaré de ser
un romántico empedernido y un nostálgico incurable.
Llevo ya un par de horas aquí, así
que no es de extrañar que me remueva en mi asiento, incómodo y molesto por la
dureza del cemento armado. Por hoy es más que suficiente, y ya sé que una vez
más a mis músculos les costará despertarse de camino a casa. Según me levanto, la
mariposa más grande que recuerdo se apresura a ocupar mi sitio y bate sus alas,
con franjas rojas y negras en las de atrás, como señal, interpreto, de agradecimiento
y despedida. Vuelvo a sonreír, ahora sin disimulo, y le devuelvo un torpe
saludo mientras siento que algo se me escapa…
No es ningún secreto que mañana volveré
a mi cita diaria con el frío banco, es la única solución que he encontrado como
terapia para el problema de mi memoria… Veréis, ya han empezado a difuminarse
los recuerdos de aquella historia que tuvo lugar en este mismo lugar donde hoy padecemos
un parque de diseño para gloria de algún politicucho
sin escrúpulos; y sé que acabarán por borrarse para siempre, mas también que ésta
es la única manera en que podré disfrutarlos un poco más de tiempo. Porque lo
cierto es que los recuerdo a todos con cariño, con ese cariño que se tiene a quien,
aunque no sea familia de sangre, sí lo es de corazón.
Recuerdo a Carlos, un niño grande
en un cuerpo de adulto con manías obsesivas, pero con un corazón tan grande como
su pecho, me decían, y lo recuerdo caminando como a saltitos, intentando no
pisar las juntas que todo suelo tiene. Recuerdo a Lidia, derrumbada tras su
divorcio y que tuvo que armarse de valor y convivir con sus demonios para
juntar los cachitos en que se convirtió y así poder recomponerse; también a Mila
que, incapaz de aceptar su pérdida, se engañó día tras día hasta perder el
control de su vida. Y, ¡cómo no!, a Momo y a Mimi, dos mimos que fueron el nexo
de unión de todos ellos, con sus problemas y con sus soluciones.
Quizá os preguntéis, como hacía yo
al principio, qué pintaban Mimi y Momo todo el día merodeando por el parque, con
sus entrañables aunque escasas actuaciones, porque sus sombreros pesaban poco
más cuando se retiraban al caer el sol que cuando llegaban por la mañana. La
respuesta es bien sencilla: con el tiempo comprendimos todos que, en esencia, su
misión era ayudar, hacer el bien, o al menos intentarlo con todo su empeño, y
ello hacía que prestaran poca atención a las monedas. Y quiero pensar que consiguieron
que pasado un tiempo algunas voluntades parecieran tan sólidas y artísticas
como el hierro forjado de sus… de nuestros bancos. Con su justa dosis de locura,
acabaron pintando con brochazos de cordura todas aquellas existencias, también la
mía, hasta recolocar cada pieza en su sitio.
Ahora que caigo, hace tiempo que
Lidia y Carlos ya no vienen a pasear con su niño; un niño fruto, qué paradoja,
de la casualidad más elaborada por nuestra pareja de mimos. ¡Menudos diablillos
estaban hechos Momo y Mimi!
Por cierto, me han contado que la
desatendida floristería que Mila regentaba en una esquina de este mismo parque
tuvo que cerrar. Ella tiene bastante con la pensión de viudedad que le quedó de
su difunto Enrique, que al fin aceptó y reconoció como tal gracias al esfuerzo y
paciencia de sus amigos, y nuestras mimos no podían hacerse cargo de ella por
más tiempo; de la floristería, quiero decir…
*****
Hoy, cuando peino menos pelos
pero más canas que antes, acabo de verlo con claridad… Sucedió el día que Momo contó
todo… cuando abrió su válvula de escape y, a modo de confesión, se sinceró detallando
retazos de su vida en una escala de colores tan desgastados como su traje de
clown; como por ejemplo que Mimi, una tarde en que ambas compartieron unos cafés
bien cargados… pero de desilusión, la convenció para que se uniera a ella en su
delirante proyecto actoral; que en aquellos momentos ya no soportaba no poder
ayudar en su consulta de psiquiatría como ella había soñado cuando, siendo una joven
ingenua, cursaba la carrera; que Carlos y Mila habían sido dos de sus primeros
y más fieles pacientes; que ya no podría concebir su vida de otra manera…
Veo con nitidez cómo, cuando
Momo compartió todo esto mientras Mimi asentía a cada frase, y yo espiaba desde
el banco de enfrente simulando leer la prensa del día, saludando de cuando en
cuando, ese día también vino de visita una mariposa, una mariposa con unas
bellas franjas rojas y negras en sus alas traseras…
*****
Venga, señor Carlos, es tarde y hace frío ―me dice esa chica tan simpática y morena, la de siempre―, vayamos a casa; y yo aún recuerdo que
debo obedecer…
© Patxi Hinojosa Luján
Inspirado
y basado en el musical Mimos, escrito por Cristina Torres para su grupo de
teatro Les Figuretes
(27/03/2019)