lunes, 21 de abril de 2014

TUS GUITARRAS

       Al llegar a casa el otro día, y no sabría decir porqué, me fui directamente hasta donde suele reposar la guitarra clásica para relajarme tocando un rato; hacía ya meses que no le hacía caso y claro, aquello sonaba fatal… tanto por ella que estaba ya muy desafinada, como por mí que había perdido parte de la poca técnica que poseo. Pero esta vez no es que sonara igual de mal que en otras ocasiones anteriores análogas, no, más bien era como si de sus cuerdas surgiera un grito de lamento, de tristeza. Hasta juraría que desde la habitación donde guardo la acústica, esta le respondía con una retahíla de sonidos similares… Enseguida intuí lo que le pasaba a mis guitarras: también estaban de luto y se solidarizaban así con aquellas que ya nunca más gozarán con el Arte del Maestro.

       Imagino, Paco, que serán cientos las que tuvieron el privilegio de ser acariciadas por ti, extrayendo de sí esas maravillosas músicas como si de gozosos gemidos de placer se tratara. También estoy convencido de que, cual sultán con amplio harén, tendrías tus favoritas, aquéllas que por razón de su mejor construcción, o simplemente porque tus manos les sacaban mejor partido, o por un simple capricho de genio, te acompañaban allá por donde tus innumerables compromisos profesionales demandaban tu presencia debido a tu calidad como guitarrista único y genial. Pero hoy todas, favoritas o no, se han quedado huérfanas; huérfanas de atención, de caricias, de ese roce contra tu cuerpo para componer danzas celestiales; huérfanas de cariño, en definitiva, por cómo correspondían a tu arte inundando el espacio con unas melodías que diríase rozaran la perfección.

       Y eso que tu música podría gustar más o menos, o incluso no gustar nada, que para gustos surgieron los colores, en este caso los estilos musicales; pero en lo que pusiste a prácticamente todo el mundo de acuerdo, cosa harto difícil en este mundo «raro» en el que nos ha tocado vivir, es en considerarte como el número uno de la interpretación cuando de la guitarra clásica en su versión flamenca estamos hablando.

       Nosotros, los mortales, nos conformaremos con tu legado inmortalizado en forma de grabaciones, tenemos esa suerte, pero, ¿y tus guitarras? A las mías ya las iré consolando yo poco a poco, y llegará el día en que recuperen su estado de normalidad, pero, ¿quién lo hará con las tuyas?, ¿cómo y cuándo conseguirán la paz tus guitarras, extrañándote como lo hacen?

Patxi Hinojosa Luján

(21/04/2014)

sábado, 12 de abril de 2014

LUNA ROJA

       No había sido una mala semana, o por lo menos no peor que las anteriores. Ni había tenido más incidentes negativos en el trabajo ni menos ternura y relajación en casa. La noche estaba preciosa, con una intrigante y enorme luna llena color rojo sangre que según decían en las noticias nos acompañaría así dos o tres días más debido a no sé qué fenómeno meteorológico; y yo necesitaba pasear un rato para digerir la abundante cena y también mis últimos pensamientos. No estaba desanimado, no, pero tampoco era el «yo» habitual, el que me saludaba cada día en el espejo de turno y me animaba a seguir en la lucha.

       Caminé sin rumbo fijo, sin saber por dónde y hacia dónde me dirigirían mis pasos, durante casi una hora. Cuando quise darme cuenta, estaba intentado «colarme» en un parque municipal que ya estaba cerrado a aquellas horas. Una vez dentro, después de un buen salto que casi acaba con uno de mis ya muy traqueteados tobillos, el izquierdo, y sin preocuparme de cómo y cuándo saldría de allí, seguí caminando como pude por los múltiples senderos que lo atravesaban  y decoraban con mil y un dibujos. Allí solo había paz y silencio, un silencio que incluso hacía daño por lo intenso que era... hasta que dejó de serlo según me iba acercando a lo que parecía ser un quiosco rodeado de bancos con forma curvilínea en uno de los cuales, el que parecía estar más ajado por el tiempo y la intemperie pero que era el que mejor visión tenía de la Luna, una pareja hablaba en confidente voz baja, pero suficiente para eliminar de un plumazo el aterrador silencio anterior.

       No soy ningún cotilla, pero mi camino pasaba cerca de allí por lo que pasé a escasos diez metros del banco en cuestión. Cuando estuve lo suficientemente cerca, pude observar que estaba ocupado por lo que parecía ser un señor mayor con su nieto, o un niño con su abuelo, según la perspectiva mental que se utilizara. Estaban inmersos en una conversación que iba alternando sus voces pero que era ininteligible para mí.

       —Mejor así —pensé— a nadie le deberían interesar los asuntos ajenos…

       Proseguí caminando por entre aquel entramado de senderos creyendo que me alejaba de allí, cuando al cabo de una media hora volví al mismo escenario, donde me esperaban los mismos protagonistas, que a pesar de aquella escasa luz lunar no me resultaron del todo desconocidos, más bien me resultaron familiares.

       Abandoné el parque por una pequeña puerta que parece ser no se podía cerrar a causa de su deterioro y me dirigí a casa con mejores sensaciones de las que tenía al salir, si exceptuamos la del tobillo. Nunca le hablé de aquella noche a nadie y su recuerdo acabó escondiéndose en mi memoria…

       Unos cuantos años después, ya jubilado, salí a pasear con mi flamante y nuevo reproductor digital de música con calidad analógica cuando, sin saber porqué, acabé en aquel parque, que no había vuelto a visitar, y que me pareció encontrar en bastante peor estado que aquella primera vez salvo por un detalle: el banco donde estaban sentados aquellos dos personajes se mantenía exactamente igual según mi recuerdo, y ahora equiparado en desgaste al resto de bancos que bordeaban al quiosco dibujando una circunferencia.

       Me senté en él esperando a que anocheciera, ese día habría luna llena que también anunciaban de color rojo sangre y que se podría ver perfectamente al estar el cielo totalmente despejado. Mientras en mi reproductor iban sonando uno tras otro los álbumes de mi añorado Elton con una calidad sonora increíble aunque con la calidad musical que conocía de siempre, me sorprendí ya entrada la noche recordando mi infancia y juventud, y lo que es más importante, aprobando todo aquello que me venía a la mente, seguramente gesticulando sin darme cuenta. Posiblemente estuviera ya solo en el parque por lo tardío de la hora, pero creí oír pasos en el sendero que pasaba por detrás de mi ubicación. Cuando mis recuerdos infantiles me dieron permiso en forma de pausa para observar de dónde provenían esos pasos, al girarme vi una figura familiar alejándose torpemente al cojear ostensiblemente de su pie izquierdo.

Patxi Hinojosa Luján

(12/04/2014)

domingo, 6 de abril de 2014

PODIA PASAR…

       Esa semana me tocaba el primer turno en el almacén por lo que tenía que madrugar bastante, y así lo hice un día más. No fue hasta pasados unos minutos y cuando ya mis ojos se habían adaptado a la luz artificial que la eché en falta: no estaba en casa, había desaparecido…

       Mientras acababa de prepararme para ir a mi puesto de trabajo, no paraba de darle vueltas al asunto intentando imaginar dónde podría estar. Ya en camino, y por aquello de no tener que conducir más después de dejar el coche en el aparcamiento de la estación del ferrocarril, pude mover mis hilos mediante una llamada telefónica en la que, por qué no decirlo, deposité casi todas mis esperanzas.

       Durante todo el día y sin dejar de lado mis obligaciones ni un solo instante, estuve pendiente de un posible aviso de mi móvil en forma de mensaje, pero lo único que recibí de él fue uno sobre mediodía en el que se me indicaba que no había novedades de ningún tipo. La tarde cabalgó sobre parámetros similares y, cuando iba ya a dar por terminada mi jornada laboral, un segundo mensaje me abrió la puerta al optimismo, aunque con un toque de ambigüedad que no me atreví a desenmascarar con ninguna otra llamada por mi parte y preferí esperar a llegar a mi estación de destino de regreso a casa.

       El tren de cercanías en el que viajaba llegó a su última estación, que era la mía, y me apeé de él. Y allí, en el andén, estaba esperándome. La tomé entre mis manos con toda la delicadeza de que fui capaz y volví a casa con ella en silencio…

       Ya en nuestro hogar, le conté a mi chica lo preocupado que había estado durante todo el largo día y le puse al corriente de mi actuación hasta conseguir el ansiado desenlace positivo.

       —¿Y por una libreta has llegado a estar así de preocupado? —ironizó ella.

       —Es que… no es una libreta cualquiera, es «la» libreta —maticé— en la que esbozo durante mis trayectos ferroviarios todos esos relatos que tú tanto me valoras cuando una vez maquillados en el netbook los publico en la red después de pasar por el filtro de tu lectura. Y créeme, tenía unos cuantos ya empezados a la espera de darles forma definitiva y finalizarlos, incluido uno dedicado a nuestro hijo, por lo que su posible pérdida para mí sí que hubiera sido un pequeño drama…

       —¡Vale, vale!

       Ella, mi chica, fue cómplice al instante de mi felicidad y me animó (una vez más) a relajarme un poco garabateando mis ocurrencias en esa libreta que nunca se debió quedar olvidada en aquel asiento del vagón del tren cuando, al volver agotado del trabajo después de un duro día, me quedé dormido justo al llegar a mi destino; no debió, no, pero lo hizo debido a mis prisas por salir de un vagón vacío que pronto renovaría su  pasaje para buscar otro destino que ya no era el mío.

       Por cierto, estoy seguro de que adivináis cuándo y dónde ha sido escrito este relato…

Patxi Hinojosa Luján

(05/04/2014)