(Imagen extraída de la red Internet)
Oigo caer la lluvia con fuerza ahí fuera y asomo un
instante la cabeza a la calle para empaparme de su magia. Siempre equiparé ese
sonido a diversas melodías, y me encantan las que compone para mí; aunque la de
hoy es distinta, es como si quisiera confiarme algo diferente, pero yo no acabo
de entenderla y cierro la ventana. Dentro, una emisora de radio lanza al aire
sus propuestas musicales sin que yo le preste demasiada atención; a pesar de
eso es una grata compañía en cualquier circunstancia. En un momento dado, una
canción de M Clan coge el testigo de la lluvia y me regala un verso que se me
queda grabado: «Éste
no es un tiempo de cobardes». Noto cómo algo se acciona en mi
interior cual resorte y corro a buscarte. Te encuentro en el baño. Antes he tenido
la precaución de dejar la puerta cerrada.
Aquí estamos. Hacía tiempo que esta
charla nos llamaba a gritos. Ojalá podamos tenerla con tiempo, sin prisas, sin
agobios, sin miedo; y sin paños calientes. Hasta ahora siempre nos excusábamos
con el hecho de que, al no estar solas, nunca encontrábamos el momento; pero como
la situación no cambia, si no es a peor, de hoy ya no podía pasar. Me reafirma
en esta idea esa capa de maquillaje que intentas disimular y que si en alguna ocasión
fue necesaria, no lo fue por estética sino por dignidad. Lo sabes tan bien como
yo.
Ya sé que es muy duro constatar
a cada amanecer que nada de lo malo que pasa en tus días ha sido un sueño, que
la calabaza ya nunca más se convertirá en carroza porque el canalla paró el
reloj a las doce y un minuto de la medianoche y lo hizo trizas después, cuando decidió
que ya nunca más serías su princesa, que serías su rehén.
Te confieso que cada vez lo
tengo más claro: si te cuesta dar ese paso tan necesario no es por la esperanza
de que él cambie, porque a estas alturas de la película no la hay ya, sino
porque da la sensación de que te sienta como un guante ese traje confeccionado a
base de retales de comodidad, apariencia y resignación. No creas que te culpo
por ello, no es eso, pero ha llegado el momento de reaccionar pues las dos os
merecéis ser felices. Es así de sencillo, y así de trascendente. Por favor, no
me mires así, con esa mirada acuosa, me vas a hacer llorar…, de sobra sabes que
tengo toda la razón.
Perdona un momento; oigo unos
nudillos golpeando con delicadeza en la puerta reclamando mi atención. Veo que respeta
mi espacio y mi tiempo unos instantes y que después entra. Me temo que ahora tendré
que dejarte, sin duda ella querrá ocupar mi plaza frente a este espejo para
prepararse, y ya sabemos cómo se las gasta esta jovencita cuando va a salir.
Pero la decisión está ya tomada: intentaré mantenerla el mayor tiempo posible
ajena a las maniobras en defensa propia de su madre, una madre que da las «gracias
por los días que vendrán» y que luchará desde ya mismo para poder ir siempre
sin maquillaje, viajando en la carroza que sin duda… merecemos.
© Patxi Hinojosa Luján
(18/08/2018)