Por
poco, pero no llegó a tener que forzar su andar…
***
Aquel
lunes no hubiera soportado una sola despedida más, habría generado lágrimas
secas, las que más acongojan los corazones, y eso no hubiera sido apropiado; es
por ello que les permitió abandonar el Camino, sus almas adornadas por tiritas colocadas
con precisión para aliviar la tristeza, las mochilas cargadas de emociones
desatadas, de esas que te erizan la piel y te «regalan» nudos que siempre se
sitúan allí donde más entorpecen el habla cuando de intentar expresar sentimientos
se trata. Las otras también iban a tope, sí, aunque ellos tardaron un tiempo en
ser conscientes de que seguían llevando semejante peso a la espalda.
Mientras
desertaban de la que había sido su vida durante los anteriores nueve días,
veían, reflejadas en los cristales de un bus que aunque circulando por el
Camino en la etapa más corta y triste los alejaba de él, las siluetas de dos
personas rejuvenecidas por la reciente experiencia. Ambos rememoraban, entre reservados
aunque apasionados comentarios, los besos y los abrazos —los castos y los de oso
y tigre—, los ojos torpes por la emoción no contenida —que de paso robó a
distancia, tres literas más allá, unas espontáneas lágrimas—, las mejillas húmedas
y saladas y las promesas de reencuentros futuros de aquellas despedidas por duplicado
que ya habían ensayado el día anterior con el mismo éxito. Entretanto, el bus
los seguía alejando…
***
No
llegó a forzar su andar, no, su vista cansada acertó a localizar a tiempo,
enrolladas cual minúsculo pergamino, unas pequeñas hojas de papel manuscritas
en una de sus zapatillas, qué importa cuál, antes de calzársela, con lo que
evitó una parada, que hubiera sido inevitable, para deshacerse de una piedrecita
que no era tal. Las palabras reflejadas en ellas no eran sino sentimiento de
amistad a borbotones, y estaban escritas a flor de piel desde el corazón de
unos amigos que a duras penas pudieron ser leídas hasta el final en un segundo
intento, todo ello en una escena acaecida bajo una respetuosa y discreta mirada
de solidaridad.
***
A
día de hoy, esas mochilas siguen sin vaciarse, cualquier espectador imparcial
podrá intuir que seguirán así por mucho tiempo. Las otras, livianas y aireadas
esperan una próxima nueva aventura; acompañando están las zapatillas, en
posición de relax activo.
¿Las
notas de papel?... quedan guardadas a buen recaudo para recordarles que esta
vida es un regalo a poco que cierren bien los ojos y abran su mente y su corazón.
Sí,
siguen guardadas en esa su calle por la que también pasa el Camino, no lo
olvidéis, ¿acaso no veis las flechas amarillas…?
© Patxi Hinojosa Luján
(22/09/2015)
(Para
Susan y los chicos: Clara, Edu, Fani, Feiye, Jaume, Jose, Luis, Nuria… y los no
tan chicos: Andrés y Mari Carmen, ¡muchas gracias por vuestra compañía y
amistad, nos vemos en el Camino! Gracias también al «orden alfabético», me ha
librado de un apuro, ¡uf!)