No había sido una mala semana, o por lo menos no
peor que las anteriores. Ni había tenido más incidentes negativos en mi entorno
laboral, ni menos ternura y relajación en casa. Aunque no estaba desanimado,
que no, tampoco era el «yo» habitual el reflejo que me saludaba cada día en el
espejo de turno, ese que me animaba a seguir en la lucha. Necesitaba pasear un
rato para digerir la abundante cena y también mis últimos pensamientos. La
suerte estaba de mi lado porque la noche pintaba preciosa, con una intrigante y
enorme luna llena color rojo sangre que, según anunciaban en las noticias, nos
acompañaría así dos o tres días más, debido a no sé qué fenómeno meteorológico…
Salí. Caminé
sin rumbo fijo, sin saber por dónde y hacia dónde me dirigirían mis pasos,
durante casi una hora. Cuando quise darme cuenta, estaba intentado «colarme» en
un parque municipal que ya estaba cerrado a aquellas horas. Una vez dentro,
después de un buen salto que casi acaba con uno de mis ya muy maltratados
tobillos, el izquierdo, y sin preocuparme de cómo y cuándo saldría de allí,
seguí caminando como pude por los múltiples senderos que lo atravesaban y
decoraban con mil y un dibujos. Allí solo había paz y silencio, un silencio
que incluso hacía daño por lo intenso que era… hasta que dejó de serlo
según me iba acercando a lo que parecía ser un quiosco rodeado de bancos con
forma curvilínea en uno de los cuales, el que parecía estar más ajado por el
tiempo y la intemperie pero que era el que, por el contrario, mejor visión
tenía de la Luna, una pareja hablaba en confidente voz baja, aunque suficiente
para eliminar de un plumazo el aterrador silencio anterior.
No soy
ningún cotilla, pero el camino me conducía muy cerca de allí, por lo que pasaría,
calculo, a escasos siete metros del banco en cuestión. Cuando estuve lo bastante
cerca, pude observar que estaba ocupado por lo que parecía ser un señor mayor
con su nieto, o un niño con su abuelo, según la perspectiva mental que quisiéramos
utilizar. Estaban inmersos en una conversación que iba alternando sus voces
pero que seguía siendo ininteligible para mí.
«Mejor así
—pensé—, a nadie le deberían interesar los asuntos ajenos…»
Proseguí
caminando por entre aquel entramado de senderos creyendo que me alejaba de
allí, cuando al cabo de una media hora volví al mismo escenario, donde me
esperaban los mismos protagonistas, que a pesar de aquella escasa luz lunar,
ahora no me resultaron del todo desconocidos, más bien al contrario.
Abandoné el
parque por una pequeña puerta que parece ser no se podía cerrar a causa de su
deterioro y me dirigí a casa con mejores sensaciones de las que tenía al salir,
si exceptuamos la del tobillo. Nunca le hablé de aquella noche a nadie y su
recuerdo acabó escondiéndose en mi memoria…
Unos
cuantos años después, ya jubilado, salí a pasear con mi flamante y nuevo
reproductor digital de música, aunque con calidad analógica, cuando, sin saber
por qué, acabé en aquel mismo parque. No lo había vuelto a visitar y me apenó encontrarlo en bastante peor estado que la vez anterior, la primera vez, salvo por un detalle: el banco donde habían estado sentados aquellos dos personajes se conservaba como si no hubiera pasado el tiempo para él, y equiparado ahora en desgaste al resto de bancos que bordeaban al quiosco dibujando una circunferencia a su alrededor.
Me senté en
él esperando a que anocheciera, ese día habría luna llena que también
anunciaban de color rojo sangre y que se podría ver a la perfección al estar el
cielo despejado en su totalidad. Mientras en mi reproductor iban sonando uno
tras otro los álbumes de mi añorado Elton con una calidad sonora increíble
aunque con la calidad musical conocida de siempre, me sorprendí ya entrada la
noche recordando mi infancia y juventud, y lo que es más importante, aceptando
todo aquello que me venía a la mente, a buen seguro gesticulando sin darme
cuenta. Es posible que estuviera ya solo en el parque por lo tardío de la hora,
pero creí oír pasos en el sendero que pasaba por detrás de mi ubicación. Cuando
mis recuerdos infantiles me dieron permiso en forma de pausa para observar de
dónde provenían esos pasos, al girarme vi una figura familiar alejándose con dificultad
al cojear de manera ostensible de su pie izquierdo.
© Patxi Hinojosa Luján
(18/05/2015)
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