sábado, 20 de noviembre de 2021

Dos veces por semana

En ocasiones me ponen delante un objeto en el que, de repente, brillan unas imágenes que me hablan y se mueven sin que él lo haga. No es siempre el mismo, a veces lo cambian por otro algo más grande, no mucho, y yo no acabo de entender dónde le ven lo dulce del nombre con que lo nombran… Pero volvamos a lo que nos interesa: estos momentos siempre son especiales porque los veo a Ellos, y oigo sus voces, unas voces cada vez más familiares y cariñosas que me dicen en una lengua cada vez menos extraña, a pesar de no ser la que imagino que acabará siendo la mía, que me quieren, que quisieran estar conmigo y que, al no poder hacerlo, de esa manera suavizan un poco su pena, su dolor. Son especiales porque me envían besitos con sus manos, porque esperan pacientes el día en que yo pueda devolvérselos; porque los siento sentirme.
         Papá está siempre; Abuela, Abuelo, a veces también Bisabuelo, aparecen al principio y me envían cariño desde lo más profundo y sincero de sus ojos mientras sus voces me dicen como si estuvieran tarareando canciones ―tal es la belleza de esos sonidos para mis tiernos oídos―, que soy muy importante para ellos. Os confieso que yo ya empiezo a comprender su estrategia al dejarme enseguida a solas con Papá para que me haga recordar sensaciones de cuando estábamos juntos y él aspiraba a ser el mejor papá del mundo, lo que ocurrió justo hasta que las circunstancias no le permitieron seguir haciéndolo. Y todo esto yo lo siento cierto porque, cuando esa cosa se apaga, y más tarde yo cierro los ojos, no sé cómo ni por qué, los veo intentar no llorar de impotencia, a todos ellos, sin apenas conseguirlo…
          Mas no quisiera que se me malinterpretara: cuando la cosa esa no me traslada a aquel mundo donde me querrían con ellos, donde yo también querría estar, también soy feliz y me siento querida, pero nunca nada es completo y en todo lo que me rodea imagino, cuando no las intuyo, las piezas que faltan para que el puzle de mi afortunada existencia esté completo. 
         Como imaginaréis, yo aún no entiendo de tiempo, ni de espacio; ¡cómo hacerlo si no he cumplido los seis meses de edad! ¿Y los números?, justo empiezo a familiarizarme con ellos; es por eso que sé que mi mundo sólo está completo algunas veces, pocas, en concreto aquellas en que me ponen delante ese objeto encendido: son dos veces por semana en que podría afirmar que no echo en falta nada ni a nadie; aunque esto tampoco sería cierto del todo porque, ¿sabes, Papá?, añoro tus risas…

© Patxi Hinojosa Luján
(20/11/2021)