jueves, 24 de julio de 2014

Fin

       […] Accedió a citarse con él en aquel paraje tan poco accesible cuando de personas urbanitas estamos hablando: el final del sendero que une las inmediaciones del pico Muganix (758 m) con el primer pico de Peñas de Aya, el Hirumugarrieta (811 m). Quizá fuera solo un capricho, o un cambio de ritual que pretendiera dar por terminada su relación contractual. En todo caso, Fernando, que ya había tenido acceso a gran parte de los capítulos de la novela que Humberto estaba escribiendo por encargo para él, estaba seguro de que esta obra era la que le iba a dar el espaldarazo definitivo hacia el éxito multitudinario, la que le iba a convertir en uno de los grandes vendedores del momento, en el padre de un nuevo best seller; obra que le iba a apartar, por fin, del circuito de escritores mediocres con ventas aún más mediocres.

       —Llegas puntual, como siempre—le dijo Fernando a Humberto nada más verle aparecer al otro lado de la roca.

       — ¡Hombre!, siendo yo el que te he citado en este lugar, lo normal es que incluso hubiera llegado antes que tú. Pero lo importante es que ya estamos aquí los dos —matizó Humberto mientras terminaba la ascensión y buscaba el lugar menos incómodo donde poder sentarse—. ¿Has traído lo convenido? —dijo enseñando discretamente la novela haciéndola  mínimamente visible al extraerla por una esquina de su portafolio, lo que no dejó de ser una provocación para Fernando…

       — ¿Cuándo no he cumplido yo lo pactado, eh? —Dijo Fernando, y su tono de voz le delató nervioso e irritado.

       —Eso es cierto, tranquilo —trató de serenarlo Humberto—, siempre has sido muy puntual…  al pagarme esas miserias con las que solías valorar mis trabajos —en este punto no pudo ya evitar un repentino ataque de desahogo emocional, cual desagravio de su herido, durante tantos años, amor propio.

       —Pero esta vez es diferente, ¿verdad Humberto?, esta vez has conseguido embaucarme, no sé cómo, hasta sobrevalorarte, consiguiendo que solo predominara tu criterio, en contra de mi opinión y valoración…

       — ¿No estarás intentando regatear el precio, verdad?, porque ya te dejé bien claro a la lectura del tercer capítulo que el valor en que tasé mi trabajo era esta vez innegociable… El tema es meridianamente claro, tú me das lo convenido y bajas de Peñas de Aya con una obra maestra bajo el brazo, permíteme la inmodestia por una vez;  o si no el que lo hace soy yo, y así se conocerá y reconocerá al verdadero autor de la historia que contienen estos folios, e incluso de las anteriores, haciéndose justicia literaria, por primera vez en mi caso…

       —Bueno, no te pongas así, entre «amigos» no deberían permitirse estos enfrentamientos, ¿no crees? —se apresuró a dejar caer con displicencia, aunque con poca credibilidad, todo hay que decirlo—, y tú, nunca me harías eso, ¿verdad?

       —Prueba a incumplir tu palabra, y sabrás de lo que soy capaz y de lo que no (se permitió ese farol)…

       La conversación estaba llegando a un extremo tal que la tensión reinante en el ambiente, húmedo y algo neblinoso a esas primeras horas de la tarde, era tan alta que bien se podría  cortar con un cuchillo. Y un cuchillo fue lo que apareció precisamente en escena, más en concreto en la mano derecha de un Fernando que, con los ojos rojos de ira, se dirigió (dialéctica y físicamente) hacia Humberto…

       —Mira Humberto, yo habría preferido que esto no hubiese acabado así, pero vista tu actitud poco colaboradora, me obligas a zanjar este asunto a «mi manera». ¡Venga! dame ya el maldito portafolio con la novela, al fin y al cabo me pertenece, yo he sido el que te he estado alentando todo este tiempo para que siguieras escribiendo la historia. Sin mi protectorado económico y mi seguimiento constante, no habrías sido más que un vago sin ambición, y un borracho, aunque he de reconocer que con un gran talento —dijo cuando ya el filo del cuchillo rozaba a un inmóvil Humberto y le producía un hilillo de sangre en su cuello… inmóvil hasta que un instante después, y de un certero golpe en las «partes nobles» de Fernando, hizo que a este se le escapara el arma de la mano y empezara a caer por un precipicio situado en un lateral muy cerca del camino, por lo que en un gesto instintivo al intentar recuperarla, acabó acompañándola en el largo descenso por y hacia el vacío definitivo de la nada.

       Humberto, que, en un principio y por la impresión y angustia del momento vivido, asumió la responsabilidad del trágico suceso, enseguida cambió de opinión al analizar con algo más de frialdad la situación acaecida y percibir la sensación de que lo que le acababa de ocurrir a Fernando, él y solo él se lo había buscado.


       Decidió bajar de inmediato mientras intentaba hacer «borrón y cuenta nueva». Mantenía la posesión de su trabajo, aunque lo difícil iba a ser ahora darlo a conocer porque esa faceta era totalmente desconocida para él, aunque sí la hubiera dominado Fernando con sus maneras de seductor. Y mientras bajaba dejando atrás el peligro de la repentina niebla, traicionera entre aquellas rocas graníticas que componen el colosal monumento natural, se prometió a sí mismo cuidar más su dignidad en el futuro que, no sabía a ciencia cierta porqué, sería testigo de su renacer, vital en general y literario en particular.

FIN

*
       Se escondió detrás del buzón del monte Muganix esperando la llegada de Armando, quería ver la expresión de su cara antes de la conversación que tendrían por mor de su cita. Lo vio pasar y notó algo extraño en su mirada, aunque no supo identificarlo. Cuando vio que llegaba al lugar convenido, Roberto salió de su escondite y se dirigió también al punto elegido, con menos signos de cansancio por el descanso previo. El saludo fue tan frío como el ambiente debido a la humedad que impregnaba la persistente neblina.

       Armando preguntó a Roberto por el manuscrito de la novela, que este mostró ligeramente abriendo su portafolio por una esquina y extrayéndolo unos centímetros, los suficientes para que reconociera el título y algunas frases que ya antes había tenido la ocasión de leer. A Armando le empezaron a crecer los colmillos, figuradamente. Roberto preguntó que si había traído «todo», como habían convenido, a lo que Armando contestó negativamente…

       —No pensarías que sin acabar de leerlo te iba a hacer el pago completo, ¿verdad? —argumentó Armando.

       —Pues eso fue precisamente lo que acordamos después de mostrarte los primeros capítulos, que tanto te impactaron y entusiasmaron, según me confesaste —protestó Roberto, no sin razón.

       —No seas ingenuo, Roberto, «amigo», estas cosas no son así en la vida real —intentó apaciguar Armando, pero su voz le delataba, sonaba más falsa que una moneda de 19 euros con 58 céntimos—, tú te llevas ahora la mitad, y en cuanto lea la novela completa, te ingreso la otra mitad en la cuenta habitual, ¿ok? ¡Y tan amigos!

       Roberto, en el fondo, y en la superficie también, era débil, y por eso Armando había hecho siempre lo que había querido con él. Estuvo a punto de protestar de nuevo, pero recordó el último capítulo que él mismo había escrito para la novela en cuestión y, no queriendo que la cosa llegara a mayores, agachó la cabeza y accedió al desigual trueque. Se despidió de Armando invitándolo a iniciar el descenso solo puesto que él se quedaría un rato más disfrutando del granítico entorno. Sabía que no se pondría a leer hasta estar cómodamente sentado en el sillón de su despacho mientras se bebía un whisky y se fumaba un buen puro, lo conocía bien, y eso le daba un margen de tiempo para poder bajar por un camino alternativo y desaparecer para siempre de su vida. No quería estar presente cuando Armando terminara la lectura del manuscrito que, como en ocasiones anteriores, registraría a su nombre, en este caso después de cambiar él mismo «algo» del final, quiso suponer Roberto.

       Armando inició el descenso sin despedirse y casi sin mirar a Roberto. Fue justo cuando se inclinó para salvar el primer desnivel rocoso, y debido a un fugaz rayo de sol que se coló entre dos nubes, como este pudo ver con toda claridad el brillo de la lámina del gran cuchillo que aquel llevaba fuertemente asegurado a su cinturón…

Patxi Hinojosa Luján

(24/07/2014)

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