—Yo, ¿podría tener una tablet, como muchos chicos de mi clase?
—En un principio… no me parece una
mala idea, no, aunque antes tendríamos que hacer todo lo posible para que te la
merecieras. Se me ocurre que, por ejemplo, siendo un buen estudiante y sacando
unas «notazas» que fueran la envidia de tus compañeros, ¿qué opinas?
—Si a ti no te parece mal y sólo tienes
esa condición, ¡por mí encantado! Ya empezaba a pensar que iba a seguir siendo
un segundón —le dijo el coprotagonista de la novela a su autor en un momento de
debilidad de éste —¿demasiado whisky?—, que por cierto escaseaban, por lo que
había que aprovecharlos cuando se producían.
El escritor cambió algunos párrafos
del capítulo que le ocupaba en esos momentos para adecuarlo a las novedades
pactadas y continuó con la escritura de su opera
prima teniendo en cuenta el nuevo status
del personaje del chico.
Pero, paradojas del mundo literario,
su personaje ya no volvió a intentar nunca más comunicarse con él: estaba
demasiado ocupado con su nuevo juguetito conectándose siempre que podía y en
cualquier circunstancia y lugar a la red de redes, por lo que descuidó las
obligaciones contraídas y no cumplió su parte del trato. ¡Grave error!
Suerte que nuestro novelista
reaccionó a tiempo e hizo los oportunos cambios antes de entregar el manuscrito
a su editor, eso sí, con un par de semanas de retraso. A las veinticuatro horas
de que esto ocurriera, aquél recibió una llamada de éste felicitándole por el
excelente trabajo y preguntándole —simple curiosidad, le dijo— por qué al final
había prescindido del personaje de ese chico que en un principio iba a ser el
coprotagonista…
… quien, según las malas lenguas ha
sido visto en los últimos tiempos intentando cambiar su tablet por un papel, aunque fuera pequeño, en la obra de algún
primerizo y noctámbulo escritor, para matar el gusanillo más que nada, porque al
fin y al cabo ése es su destino, ¿no?…
© Patxi Hinojosa Luján
(16/07/2014)
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