Hay días, aunque no creáis que muchos, no,
solo los que tengo que ir a la «estresficina»… en que cuando me despierto por
la mañana puedo sentirme incluso como una hermosa y bonita naranja, brillante aunque
con la rugosidad justa, sin pelar, sin cortar, sin exprimir… Pero, ¡ay amigo!,
cuando ya, y una vez finalizada la jornada laboral, llego a mi hogar, me siento,
y no es porque me lo diga ningún espejo sino por las sensaciones que interiorizo,
como un limón que, partido por la mitad, hubiera sido exprimido al máximo y ya
no le quedara ni una sola gota de jugo en su interior. Después de una larga
travesía vital que dura ya demasiados años, y aquí con el adverbio únicamente aludo
a lo referente a esa transformación o reacción química, todavía me pregunto
cómo este limón puede amanecer, a la mañana siguiente, convertido en aquella
naranja… y solo se me ocurre pensar que es debido al sueño reparador, en mi
caso siempre junto a mi hada particular, ese pequeño duende que me ha acompañado
siempre, haya habido para compartir pan, cebolla, ambas cosas o ninguna de
ellas.
Pudiera parecer que en un principio
aflora latente una queja, pero no, nada más lejos de la realidad, puesto que me
reconozco como un privilegiado asalariado que por lo tanto, muy cansado eso sí,
tiene que estarle agradecido a la vida, muy agradecido.
Y
encima, para más inri, en nuestra tierra no llueven las bombas y los misiles
con los que en otra parte del planeta están «obsequiando» a la población,
aunque todos sabemos que esos no son los fuegos artificiales que quisieran ver…
no me extenderé más aquí, no en caliente, como decimos por estos lares.
Ya veis, unos tenemos símiles que compartir
con los sufridos amigos que pierden el tiempo leyendo nuestras ocurrencias, pero
otras muchas personas, lo que por desgracia tienen son misiles que esquivar para
poder continuar con sus míseras vidas, pero en las que seguro no falta la
pasión mientras no se las arrebaten…
Y yo lanzo una pregunta al aire: ¿hasta
cuándo tanta desigualdad e injusticia?
Como decía nuestro querido Bernie
Taupin, allá por 1976: si Dios está en el
Cielo, ¿a qué espera?
Y eso mismo
me pregunto yo en un 2014 que pareciera «muy» futuro cuando surgió aquella reflexión…
¿Tan poco hemos aprendido?
Patxi Hinojosa Luján
(02/08/2014)
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