Esa semana me tocaba el primer turno en
el almacén por lo que tenía que madrugar bastante, y así lo hice un día más. No
fue hasta pasados unos minutos y cuando ya mis ojos se habían adaptado a la luz
artificial que la eché en falta: no estaba en casa, había desaparecido…
Mientras acababa de prepararme para ir a
mi puesto de trabajo, no paraba de darle vueltas al asunto intentando imaginar
dónde podría estar. Ya en camino, y por aquello de no tener que conducir más después
de dejar el coche en el aparcamiento de la estación del ferrocarril, pude mover
mis hilos mediante una llamada telefónica en la que, por qué no decirlo,
deposité casi todas mis esperanzas.
Durante todo el día y sin dejar de lado
mis obligaciones ni un solo instante, estuve pendiente de un posible aviso de
mi móvil en forma de mensaje, pero lo único que recibí de él fue uno sobre
mediodía en el que se me indicaba que no había novedades de ningún tipo. La
tarde cabalgó sobre parámetros similares y, cuando iba ya a dar por terminada
mi jornada laboral, un segundo mensaje me abrió la puerta al optimismo, aunque
con un toque de ambigüedad que no me atreví a desenmascarar con ninguna otra
llamada por mi parte y preferí esperar a llegar a mi estación de destino de
regreso a casa.
El tren de cercanías en el que viajaba
llegó a su última estación, que era la mía, y me apeé de él. Y allí, en el
andén, estaba esperándome. La tomé entre mis manos con toda la delicadeza
de que fui capaz y volví a casa con ella en silencio…
Ya en nuestro hogar, le conté a mi chica
lo preocupado que había estado durante todo el largo día y le puse al corriente
de mi actuación hasta conseguir el ansiado desenlace positivo.
—¿Y por una libreta has llegado a estar
así de preocupado? —ironizó ella.
—Es que… no es una libreta cualquiera,
es «la» libreta —maticé— en la que esbozo durante mis trayectos ferroviarios todos
esos relatos que tú tanto me valoras cuando una vez maquillados en el netbook los publico en la red después de
pasar por el filtro de tu lectura. Y créeme, tenía unos cuantos ya empezados a
la espera de darles forma definitiva y finalizarlos, incluido uno dedicado a
nuestro hijo, por lo que su posible pérdida para mí sí que hubiera sido un pequeño
drama…
—¡Vale, vale!
Ella, mi chica, fue cómplice al instante
de mi felicidad y me animó (una vez más) a relajarme un poco garabateando mis
ocurrencias en esa libreta que nunca se debió quedar olvidada en aquel asiento
del vagón del tren cuando, al volver agotado del trabajo después de un duro día,
me quedé dormido justo al llegar a mi destino; no debió, no, pero lo hizo debido
a mis prisas por salir de un vagón vacío que pronto renovaría su pasaje para buscar otro destino que ya no era
el mío.
Por cierto, estoy seguro de que
adivináis cuándo y dónde ha sido escrito este relato…
Patxi Hinojosa Luján
(05/04/2014)
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