(Imagen extraída de la red Internet)
El nuestro es un pueblo pequeño, aquí nos
conocemos todos. Por eso, cuando llega algún forastero con la intención de
quedarse nos enteramos enseguida…
***
Suele contarse en las tertulias de
banco de su Plaza Mayor que, aunque cerraba siempre la puerta al anochecer, tenía
especial cuidado en dejar su corazón abierto durante el resto del día, y así era
casi imposible que no se fuera ganando el respeto y el aprecio de todos sus convecinos,
uno a uno, poco a poco.
Aún hoy, algunos suelen recordar
de cuando en cuando que llegó aquí una tarde de otoño hace más años de los que
mi memoria admite abarcar, y que lo hizo con discreción, la misma de la que
hizo gala después; y cuentan también que con discreción se fue una medianoche, cuando
ya todos creían caducado el plazo para su partida, incluido un servidor. Esto
fue un duro revés para todos los que acabamos sucumbiendo a sus encantos, queriéndole
como se quiere a un amigo de toda la vida o al familiar más cercano.
Aunque lo que más recuerdan algunos
es cómo, coincidiendo con su llegada o al poco de ésta, comenzó todo...
***
Salpicadas con una periodicidad matemática,
empezaron a circular noticias sobre unos sorprendentes eventos que vinieron a alegrar,
y en ocasiones solucionar, la vida de no pocos lugareños. Pronto se impuso la
lógica y fue imposible mantenerlas en secreto dentro de los límites del
municipio, por lo que más pronto que tarde llegó a oídos de las localidades
vecinas y las peticiones de empadronamiento desde ellas se multiplicaron. Reaccionando
con celeridad, el gobierno del consistorio se vio obligado a emitir un edicto
municipal que suspendía sine die todas
aquellas que no fueran motivadas por un nacimiento dentro de alguna familia del
vecindario.
Pero volviendo a él, era inútil
preguntarle nada sobre la cuestión; su reacción ante el osado que se atreviera
a planteárselo era un encogimiento de hombros acompañado de un arquear de cejas
que evidenciaba una extrañeza no fingida, lo que obligaba a su interlocutor a
volverse por donde había venido con nuevas preguntas y el mismo número de
respuestas: ninguna.
Después de su partida, se pudo constatar
que seguían produciéndose los mismos hechos, aunque es cierto que en estos
últimos tiempos se dan con una periodicidad que coquetea más con la anarquía
creativa de las Letras que con la exactitud de las Ciencias.
***
Desde hace unos días me noto
raro, algo disperso. Mi memoria y mis reflejos fallan por momentos e ignoro cuánto
tiempo más me acompañará la lucidez para poder seguir ocultando lo que sé sobre
esas órdenes bancarias que tanto sorprenden por su generosa cuantía. Desconozco
también si algún día se llegará a identificar al impulsor de semejante plan, a su
autor intelectual y material.
A veces, cuando noto aquellas
lagunas, me da por releer la enigmática nota manuscrita que apareció un buen
día sujeta bajo un imán en la puerta de mi frigorífico, con esa caligrafía que me
recuerda tanto a la mía…
[…] en las transferencias bancarias deberá figurar siempre «ordenante anónimo»
y el beneficiario ser elegido al azar con el sistema que yo considere más
oportuno; eso sí, respetando que no pueda haber dos agraciados dentro de una
misma familia […]
***
Cuenta la leyenda que nunca nos dejó
del todo. ¡Y quién soy yo para rebatirlo...!
© Patxi Hinojosa Luján
(04/01/2019)
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