(Imagen extraída de la red Internet)
Quien más, quien menos, se siente atraído por los
simbolismos en general, y por el de los números en particular. El que esto escribe
no es una excepción.
Os hablaré de un número que desde
hace un año no encuentra sosiego; no soporta el peso de lo que representa ante mi
hermano, máxime cuando le toca posar en algún calendario. Así, le he visto ocultarse
tras la careta de una simple expresión matemática, como si tan sólo fuera el
resultado de una atracción total a cuatro mentiras mientras huye por cuatro esquinas.
En otras ocasiones le he sorprendido calzándose el disfraz de «dos» para elevarse
después cuatro veces por encima de nuestras cabezas y observarnos desde allá
arriba, intuyo que con la oculta esperanza de no vernos él tampoco. Yo le
entiendo, y quiero pensar que mi hermano también lo hace.
A pesar de ello, he de reconocer
que en ocasiones me es imposible controlar mis emociones y le grito que no es
más que un número miserable, que no es consciente del dolor que rememora,
aunque yo admita para mis adentros que sí pueda serlo… Pero él nunca entra al
trapo y sigue inmutable a mis reproches hasta que consigue ceder el testigo a
un compañero para poder volverse invisible por otros treinta días.
Entiendo que ese número sienta
tanta vergüenza que le cueste dar la cara, aunque también a él le haya tocado
bailar con el peor de los recuerdos, el de «la» pérdida; por eso hoy he permitido
un adelanto de mi emotividad, a cuatro días de que a aquél le toque
desmaquillarse y mostrarse tal cual es sin excusa posible, evitándonos a los
dos el mal trago de mirarnos a los ojos. Y de paso a mi hermano también.
Os confesaré algo: nunca dudé,
iluso, de que era yo el que jugaba con los números durante el Camino; hasta hoy,
cuando empiezo a sospechar que son ellos los que siempre han jugado conmigo,
con nosotros. ¿No es verdad, «dieciséis»…?
© Patxi Hinojosa Luján, carente
de ánimo para poder expresar algo el día 16…
(12/01/2019)
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