Llegó a ti de repente, una noche a las
diez de la mañana en que estabas ocupado buceando entre tus pensamientos más
profundos, alguno de ellos no muy alegre, y no te percataste hasta que ya
estuvo lo suficientemente cerca. La viste mientras se acercaba a vaivenes empujada
por las olas de la marea de la vida, con ese tono verde que tienen las botellas
que en algún momento de sus existencias contuvieron algún líquido reconfortante,
si es que en su debido momento fue compartido entre amigos. Ese líquido que
ahora dejaba su espacio a una especie de pergamino enrollado sobre sí mismo,
con el color blanco amarillento tan típico del paso del tiempo, y con una cinta
roja acabada en un lacito común estrechando su cintura, cual cariñoso amante.
Y, ¡claro!, acaparó toda tu atención y
no tuviste otra opción que pensar que el destino, o lo que fuera, había
decidido que fueras tú su destinatario, por lo que con todo el sigilo del mundo
(podrían estar vigilándote y no te ha gustado nunca sentirte observado) y un
parsimonioso ritual, procediste a «descorcharla» mientras tu ritmo cardíaco se aceleraba.
Ya en tu poder el pergamino, necesitaste
toda tu pericia y concentración para mantenerlo desenrollado y poder así
leerlo, tal era la fuerza y obstinación con la que intentaba recuperar su
enrollada posición original. Al igual que el tono de su color, este detalle no denotaba
sino el paso del tiempo, de mucho tiempo. Y también lo hacía la escritura que
contenía, con unas elegantes letras minúsculas al principio, para pasar al
final a utilizarse las mayúsculas cuando aquellas comenzaban a ser menos
legibles.
Comenzaste su lectura, la cual enseguida
se te hizo familiar, tanto en el fondo como en su forma, ¡cómo no, si eran
textos tuyos manuscritos de tu puño y letra! De alguna manera que ahora no
intentabas comprender, te habías hecho llegar un legado en forma de consejos,
vivencias, sensaciones y sentimientos cuya finalidad era la de ser revisitados
en un futuro…
Se añadió una nueva sorpresa a la escena,
puesto que casi todo lo que estabas leyendo, o se había cumplido ya, o lo
sentías como muy propio y presente, con alguna que otra pequeña contradicción,
que para eso somos humanos y el paso del tiempo, con su inexorabilidad, aporta
en muchas ocasiones, y con terquedad, su particular visión de las cosas.
Lógicamente, te apropiaste del pergamino,
y lo guardaste cual valioso tesoro, ya encontrarías la ocasión de releerlo con
más calma; pero no necesitaste deshacerte de la verde botella en ningún
contenedor verde para su reciclaje porque…
… esa botella la encontré en mi
imaginación.
© Patxi Hinojosa Luján
(04/10/2014)
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