miércoles, 3 de diciembre de 2025

El ruido de fondo

Suena un teléfono. Anuncia con frialdad el fallecimiento de un amigo de sus padres al otro lado del océano. La planificación apresurada de un viaje se prevé inevitable y urgente. León siente en el alma lo sucedido, pero también es consciente de que con esa llamada telefónica se le ha puesto todo de cara. La casa familiar quedará libre para él solo durante varios días. Ésta es la ocasión; debe vencer sus miedos, y lo hace. Primera proposición: un no por respuesta. Insiste una vez, dos veces, y al tercer intento obtiene ese sí que tanto ha soñado. La perseverancia ha dado sus frutos. Le tiemblan las rodillas, que no hace tanto mostraban demasiado a menudo las postillas propias de la preadolescencia, tan frecuentes. Se pregunta, inseguro, si Norma sentirá lo mismo, y aquí no se refiere al temblor, o no sólo a él.

***

Sabemos bastante poco de nuestro mundo, un enorme desfiladero monocromo, sumido en una oscuridad casi perpetua, y que parece no tener fin, pues su horizonte desaparece al final de una línea infinita a cuyos lados unos muros tan altos como insalvables nos condenan a una vida rutinaria y monótona, si no fuera porque…

—Amron, Nöel, venid aquí, papá y yo os contaremos una historia —anunciaba mamá algunas tardes mientras acercaban cuatro sillas a la entrada de nuestro hogar, para entretenernos.

Cuando mi hermana Amron y yo éramos niños, nuestros padres repetían la única historia que atesoraba nuestra Mitología, procurando variar los personajes para que pareciera diferente cada vez. Así, nos relataban las andanzas de unos personajes que, fueran héroes, magos o villanos, siempre merecían un gran respeto; no en vano vivían en constante peligro debido a las imprevisibles visitas del Monstruo enviado por sus injustos dioses. Hoy sé por experiencia propia que su gigantesco pie elíptico ocupa todo lo que alcanzan a ver nuestros ojos en cualquier dirección.

Recuerdo como si fuera ayer cuando oíamos embelesados que los protagonistas de una de esas historias volvían a notar con claridad la llegada de un nuevo Incidente, y ahora me entra un escalofrío al pensar que en cualquier momento podría dejar de ser un cuento para pasar a vivirlo en nuestras carnes, pues después de un tiempo de oscura tranquilidad, los Incidentes han vuelto. Pero sigo recordando, como si al revivir las voces de nuestros padres evitara que pudiera repetirse aquello tan temido.

 —¡Eres un iluso, Nöel! —me reprocho, interrumpiéndome, mientras cierro los ojos.

—¡Anda, prosigue! —me respondo.

Llegado ese momento, el mundo abandonaba de repente sus tinieblas permanentes, se cubría de una luz cegadora y enseguida empezaba a moverse con extraordinaria velocidad; pero bien sabían ellos que en breve pararía en seco, justo antes de empezar a girar sobre su eje a una velocidad constante durante un espacio de tiempo indeterminado, sabiendo que, a partir de ese instante, volvería a aparecer el Monstruo para arrasar, intuían, todo el planeta; cuando eso ocurría, obedecían a rajatabla el protocolo para esos casos que les ordenaba resguardarse una vez más en sus casas, que no eran sino unos refugios destinados a su protección tanto como a su vivienda, y que lograban excavar y tallar con gran esfuerzo debido a la escasa maleabilidad del material con que está hecho nuestro mundo; todo ello para seguir con vida hasta el siguiente Incidente.

Pero no necesito acudir a los recuerdos, ahora es también nuestra triste realidad. Sabemos bien cómo se anuncia un nuevo Incidente y qué origina el Monstruo cuando aparece: aunque tarda muy poco en atravesar nuestra posición sumiéndonos por unos instantes en una ruidosa oscuridad, genera un caos extremo con un estruendo de tal volumen que nos obliga a guarecernos como hacían nuestros antepasados durante el tiempo que hayan decidido los caprichosos dioses en esa ocasión.

Después todo ocurre en sentido inverso: desaparece el Monstruo, dejamos de girar, nos cubre de nuevo la oscuridad; notamos un desplazamiento rápido de nuestro mundo y de nuevo quietud hasta el próximo Incidente.

***

A él le queda un poco lejos la época en que lo normal para ambientar una estancia era usarlos, pero ha optado por escoger al azar un long play de rock progresivo de la discoteca de su padre, con la duda de si a ella le gustará su elección o si, por el contrario, con ello acabará arruinando la cita.

León aún no sabe que Norma no prestará demasiada atención a sea lo que sea que vaya a sonar por los altavoces, concentrada como estará en leer en su mirada, deseando encontrar en ella el mismo brillo que, está segura, él ya descubrió en la suya, por mucho que se hiciera de rogar ante sus proposiciones hasta llegar a concertar la primera cita.

Tal es así que, mientras intercambian miradas cómplices y acercan sus labios a cámara lenta, dejarán sonar toda la cara del disco para mayor sufrimiento de nuestros otros protagonistas, los que conviven con la amenaza del Monstruo… Porque esta escena ocurre en un universo diferente, ajeno por completo al mundo de policloruro de vinilo en el que, a cada nuevo Incidente, aumenta el pánico y los ruidos de fondo, y cuyos pobladores —agradecidos, eso sí, de tener como aliada la electricidad estática cual particular gravedad ante las violentas sacudidas producidas por cada Incidente— desconocen que viven en una gigantesca espiral; y no es ya que no crean en, pongamos, elefantes o tortugas gigantes, es que ni siquiera podrían imaginárselos…

© Patxi Hinojosa Luján

(03/12/2025)