Suena un teléfono. Anuncia con frialdad el fallecimiento de un amigo
de sus padres al otro lado del océano. La planificación apresurada de un viaje se
prevé inevitable y urgente. León siente en el alma lo sucedido, pero también es
consciente de que con esa llamada telefónica se le ha puesto todo de cara. La
casa familiar quedará libre para él solo durante varios días. Ésta es la
ocasión; debe vencer sus miedos, y lo hace. Primera proposición: un no por
respuesta. Insiste una vez, dos veces, y al tercer intento obtiene ese sí que
tanto ha soñado. La perseverancia ha dado sus frutos. Le tiemblan las rodillas,
que no hace tanto mostraban demasiado a menudo las postillas propias de la preadolescencia,
tan frecuentes. Se pregunta, inseguro, si Norma sentirá lo mismo, y aquí no se
refiere al temblor, o no sólo a él.
***
Sabemos bastante poco de nuestro mundo, un enorme
desfiladero monocromo, sumido en una oscuridad casi perpetua, y que parece no
tener fin, pues su horizonte desaparece al final de una línea infinita a cuyos
lados unos muros tan altos como insalvables nos condenan a una vida rutinaria y
monótona, si no fuera porque…
—Amron, Nöel, venid aquí, papá y yo os contaremos
una historia —anunciaba mamá algunas tardes mientras acercaban cuatro sillas a
la entrada de nuestro hogar, para entretenernos.
Cuando mi hermana Amron y yo éramos
niños, nuestros padres repetían la única historia que atesoraba nuestra Mitología,
procurando variar los personajes para que pareciera diferente cada vez. Así, nos
relataban las andanzas de unos personajes que, fueran héroes, magos o villanos,
siempre merecían un gran respeto; no en vano vivían en constante peligro debido
a las imprevisibles visitas del Monstruo enviado por sus injustos dioses. Hoy
sé por experiencia propia que su gigantesco pie elíptico ocupa todo lo que
alcanzan a ver nuestros ojos en cualquier dirección.
Recuerdo como si fuera ayer cuando oíamos embelesados
que los protagonistas de una de esas historias volvían a notar con claridad la
llegada de un nuevo Incidente, y ahora me entra un escalofrío al pensar que en
cualquier momento podría dejar de ser un cuento para pasar a vivirlo en
nuestras carnes, pues después de un tiempo de oscura tranquilidad, los Incidentes
han vuelto. Pero sigo recordando, como si al revivir las voces de nuestros padres
evitara que pudiera repetirse aquello tan temido.
—¡Eres un iluso,
Nöel! —me reprocho, interrumpiéndome, mientras cierro los ojos.
—¡Anda, prosigue! —me respondo.
Llegado ese momento, el mundo abandonaba de
repente sus tinieblas permanentes, se cubría de una luz cegadora y enseguida empezaba
a moverse con extraordinaria velocidad; pero bien sabían ellos que en breve
pararía en seco, justo antes de empezar a girar sobre su eje a una velocidad
constante durante un espacio de tiempo indeterminado, sabiendo que, a partir de
ese instante, volvería a aparecer el Monstruo para arrasar, intuían, todo el
planeta; cuando eso ocurría, obedecían a rajatabla el protocolo para esos casos
que les ordenaba resguardarse una vez más en sus casas, que no eran sino unos
refugios destinados a su protección tanto como a su vivienda, y que lograban
excavar y tallar con gran esfuerzo debido a la escasa maleabilidad del material
con que está hecho nuestro mundo; todo ello para seguir con vida hasta el
siguiente Incidente.
Pero no necesito acudir a los recuerdos, ahora es
también nuestra triste realidad. Sabemos bien cómo se anuncia un nuevo Incidente
y qué origina el Monstruo cuando aparece: aunque tarda muy poco en atravesar
nuestra posición sumiéndonos por unos instantes en una ruidosa oscuridad, genera
un caos extremo con un estruendo de tal volumen que nos obliga a guarecernos como
hacían nuestros antepasados durante el tiempo que hayan decidido los
caprichosos dioses en esa ocasión.
Después todo ocurre en sentido inverso:
desaparece el Monstruo, dejamos de girar, nos cubre de nuevo la oscuridad; notamos
un desplazamiento rápido de nuestro mundo y de nuevo quietud hasta el próximo Incidente.
***
A él le queda un poco lejos la época en que lo
normal para ambientar una estancia era usarlos, pero ha optado por escoger al
azar un long play de rock progresivo de la discoteca de su padre, con la
duda de si a ella le gustará su elección o si, por el contrario, con ello acabará
arruinando la cita.
León aún no sabe que Norma no prestará demasiada
atención a sea lo que sea que vaya a sonar por los altavoces, concentrada como
estará en leer en su mirada, deseando encontrar en ella el mismo brillo que,
está segura, él ya descubrió en la suya, por mucho que se hiciera de rogar ante
sus proposiciones hasta llegar a concertar la primera cita.
© Patxi Hinojosa Luján
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