sábado, 18 de enero de 2014

Cuestión de prioridades


Marian llevaba en Barcelona dos días, con sus respectivas noches, en una cola interminable que a esas alturas daba ya dos vueltas completas al estadio. Pero la ilusión de conseguir la ansiada entrada para el espectáculo musical del momento compensaba con creces el haber tenido que dormir durante dos lunas de cualquier manera, improvisando incómodos descansos en sillas plegables y a cortos y fríos intervalos de tiempo, lo que había propiciado que ahora fuera consciente de partes de su cuerpo que antes ni intuía que pudieran existir, por todos esos dolores y pinchazos que no le abandonaban en casi ningún momento del día. A pesar de todo esto, era feliz; estaba feliz y eufórica disfrutando por anticipado del evento, porque todo esto no era sino una parte más del mismo, la primera, el prólogo. Ya no faltaba tanto para que abrieran las taquillas y entonces sólo tendría que esperar a que la «serpiente humana» se moviera con una velocidad respetable para llegar lo antes posible a una cualquiera de aquéllas y confirmar que sí, que a pesar de su poco aventajada posición, aún quedaban entradas libres para ella y que pronto sería la chica más feliz del mundo.
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Víctor estaba ya accediendo, con más de una hora de adelanto, al estadio donde se iba a celebrar por trigésimo tercera vez «el partido del siglo», y eso que a éste todavía le quedaban muchos años para que finalizase; la propaganda periodístico-deportiva seguía surgiendo efecto, lo había hecho otra vez. No había sido nada fácil, no, conseguir la entrada, teniendo incluso que «rebajarse» a pedir favores a seguidores del equipo rival, más o menos conocidos. Iba ataviado, ¡cómo no! con los colores y distintivos del club de sus amores, a saber: bufanda, gorro, camiseta y bandera, ¿o deberíamos llamarle más bien banderón? Y es que hoy, además de ser «otro partido del siglo» más, la verdadera importancia residía en que había en juego un título, continental para darle valor supremo. Y él tenía el presentimiento de que todo iba a salir bien para sus intereses y que su equipo acabaría llevándose el preciado trofeo, no en vano llevaba una serie ininterrumpida de nueve partidos ganados en las diferentes competiciones en las que participaba.
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En el aeropuerto, la megafonía ya estaba anunciando la facturación de equipajes para el posterior embarque del vuelo con destino a Sidney y se empezaba a notar en todos los pasajeros que merodeaban el mostrador pertinente la excitación contenida unida a ese típico nerviosismo ante un vuelo de larga duración que todos intentamos disimular sin conseguirlo por completo, todo hay que decirlo. Estrella y Ricardo indicaron en ese momento a los familiares de éste que se habían ofrecido a llevarles en su coche, y así habían hecho, que no esperaran más allí con ellos —despidiéndoles con cortesía y con sumo y sincero agradecimiento, no merecía la pena que perdieran más tiempo por ellos— y se ubicaron cerca de la futura cola de facturación repartiéndose los bultos de los equipajes y deseando que todo discurriera sin incidentes, sobre todo sin retrasos. Parecía que sus deseos, por una vez tratándose de un aeropuerto, se estaban cumpliendo y ello se reflejaba en sus caras, por sus gestos de satisfacción. El viaje tantas veces soñado y programado, las mismas que postergado por diferentes motivos durante los últimos once años, al fin iba a hacerse realidad. Se lo merecían, ¡vaya si se lo merecían!
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Justo a las 19h58 Marian empezó, junto al resto de la «tropa», a moverse hacia la zona de taquillas, eso sí, con la intermitencia provocada por cada una de las paradas para la correspondiente compra. Ya no había marcha atrás, y las sonrisas se dibujaban en cada una de las caras de las miles de personas que procedían a ejecutar esa danza lineal y unidireccional.
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En ese mismo instante, Víctor asistía al ritual del «sorteo de campos» en el que el árbitro de la final procedía a lanzar la moneda al aire, lo que decidiría quién elegía campo siendo el equipo rival el encargado de poner el balón en movimiento. Puntualidad suiza, se dijo, aunque el partido se celebraba en Múnich. La tensión en el ambiente bien se podría cortar con una buena navaja suiza, aunque siguiera estando en Múnich…
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Estrella y Ricardo habían leído en el panel de información instalado justo encima de los mostradores que la facturación de maletas para su vuelo empezaría a las 20h. Aunque lo dudaban, se colocaron en el lugar adecuado, y cuál no fue su sorpresa cuando a la hora indicada aparecieron las azafatas de su compañía con unas inusitadas ganas de trabajar y acabar con esa tarea cuanto antes.
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Marian ya estaba a dos metros de una de las taquillas, tan cerca como para entender el gesto de la operaria que le indicaba que sí, que para ella sí habría suerte en forma de entrada. Se acercaba a su sueño, casi lo podía tocar con la yema de sus dedos.
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Víctor estaba disfrutando de un partido tan pleno de emoción y de buen fútbol como de igualdad entre los dos contendientes. Estaba a punto ya de acabar la primera parte de la prórroga, a la que se había tenido que recurrir al mantenerse el empate inicial en el marcador, y se intuía ya el desenlace de los penaltis. ¡Qué emoción!
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Al final, el proceso de facturación de equipajes para Estrella y Ricardo había transcurrido sin novedad y se encontraban ya ambos, con sus bolsas de mano, dirigiéndose a la puerta de embarque de su vuelo a la espera de su apertura.
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Justo en estos tres últimos momentos descritos, simultáneos, los teléfonos móviles de nuestros cuatro protagonistas vibraron al unísono para a continuación indicar la llegada de un nuevo mensaje con el típico bip-bip. Era el mismo mensaje para los cuatro, del mismo remitente y todos se apresuraron a leerlo al instante. El texto era tan corto como conciso:
—Te necesito, os necesito. Peter.
Marian salió con discreción de su puesto en la cola a escasos dos metros de la ventana de una de las taquillas ante la sorpresa de su ocupante y, por supuesto también, de sus compañeros de fila, con alguno de los cuales había confraternizado bastante; nadie entendía su actitud justo ahora, que había conseguido llegar a tan privilegiada situación. Víctor abandonó su asiento entre el atronador sonido de ambiente propiciado por los cánticos y ánimos de las dos aficiones sin mirar atrás y sin llegar a saber si al final iba a ser necesaria o no la tanda de penaltis. A estas alturas, no haría falta decir que Estrella y Ricardo, olvidando que sus maletas estaban en una cinta transportadora camino a la bodega de algún avión, se giraron sobre sus talones y abandonaron con precipitación el aeropuerto mientras buscaban algún «taxi libre» salvador, puesto que el coche en el que habían llegado estaría ya aparcado en el pertinente garaje.
Peter, desde hacía unos años, era amigo de los cuatro, que a su vez eran amigos entre sí; aunque con el paso de los años la frecuencia de sus reuniones y encuentros hubiera descendido un tanto, el cariño que se procesaban nunca desapareció ni descendió un ápice. De hecho, en los últimos tiempos habían coincidido bastante poco hasta el punto de no saber, salvo en el caso de la pareja, dónde estarían los demás y qué estarían haciendo en esos momentos, porque en lo referente a la salud, cada uno intuía que los demás estarían y seguirían bien. Siempre se habían dicho: «No hay noticias, ¡buenas noticias!».
Pero no, Peter no se encontraba bien de un tiempo a esta parte, ni en el plano físico ni en el emocional. Concretando, no se encontraba nada bien de ánimo por un exceso de ansiedad propiciado no por una, sino por varias y diversas causas. Esto derivó en que su salud degenerara hasta llegar a un estado tan lamentable según sus sensaciones, que no tuvo más remedio que recurrir a la visita a diferentes médicos, algo nada habitual en su caso, impropio de él. Y de las diferentes visitas surgió la necesidad de realizar una serie de pruebas, de una de las cuales, la más importante, le habían llegado los resultados hacía unos minutos mediante un sobre recibido como «correo urgente y certificado». El mensaje que envió de inmediato y a sus cuatro amigos a la vez, con una sola pulsación de la tecla correspondiente de su teléfono móvil, llegó a sus diferentes destinos en el mismo instante haciendo pleno (ninguno de los teléfonos de sus amigos estaba «apagado o fuera de cobertura» como suele ocurrir en ocasiones, demasiadas, aunque eso él no podía saberlo…) cuando él aún no había abierto el sobre. De hecho, no pensaba hacerlo todavía porque no lo quería hacer solo, sino rodeado de sus seres queridos, de sus amigos. Esperaría lo que hiciera falta y, además, él ya estaba preparado para sea lo que fuese que se indicase en el documento en cuestión.
Seis horas más tarde, después de haberse sumido en un profundo sueñoorrespon en el sofá de su salón, sin que fuera ésa su intención, producto del cansancio que había ido acumulando a raíz de tanto estrés, se despertó creyendo oír los murmullos de una conversación en la calle, desierta pues era de madrugada. Salió al balcón y allí los vio a todos, o más bien reconoció sus siluetas: Marian, Víctor, Estrella y Ricardo acababan de llegar casi al mismo tiempo al portal de su casa y, después de los saludos de rigor en forma de besos y abrazos, se disponían ya a pulsar el timbre de su pequeño apartamento de soltero…
Ya no tenía tiempo de adecentarse un poco, por lo que se miró en el espejo de la entrada para comprobar con qué imagen iba a recibir a sus amigos: lo que vio en él le tranquilizó, y ya no se deshizo de esa sonrisa.
Sonó el timbre…

© Patxi Hinojosa Luján
(18/01/2014)

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