Marian
llevaba en Barcelona dos días, con sus respectivas noches, en una cola
interminable que a esas alturas daba ya dos vueltas completas al estadio. Pero
la ilusión de conseguir la ansiada entrada para el espectáculo musical del
momento compensaba con creces el haber tenido que dormir durante dos lunas de
cualquier manera, improvisando incómodos descansos en sillas plegables y a
cortos y fríos intervalos de tiempo, lo que había propiciado que ahora fuera
consciente de partes de su cuerpo que antes ni intuía que pudieran existir, por
todos esos dolores y pinchazos que no le abandonaban en casi ningún momento del
día. A pesar de todo esto, era feliz; estaba feliz y eufórica disfrutando por
anticipado del evento, porque todo esto no era sino una parte más del mismo, la
primera, el prólogo. Ya no faltaba tanto para que abrieran las taquillas y
entonces sólo tendría que esperar a que la «serpiente humana» se moviera con
una velocidad respetable para llegar lo antes posible a una cualquiera de aquéllas
y confirmar que sí, que a pesar de su poco aventajada posición, aún quedaban
entradas libres para ella y que pronto sería la chica más feliz del mundo.
***
Víctor
estaba ya accediendo, con más de una hora de adelanto, al estadio donde se iba
a celebrar por trigésimo tercera vez «el partido del siglo», y eso que a éste
todavía le quedaban muchos años para que finalizase; la propaganda periodístico-deportiva
seguía surgiendo efecto, lo había hecho otra vez. No había sido nada fácil, no,
conseguir la entrada, teniendo incluso que «rebajarse» a pedir favores a
seguidores del equipo rival, más o menos conocidos. Iba ataviado, ¡cómo no! con
los colores y distintivos del club de sus amores, a saber: bufanda, gorro,
camiseta y bandera, ¿o deberíamos llamarle más bien banderón? Y es que hoy,
además de ser «otro partido del siglo» más, la verdadera importancia residía en
que había en juego un título, continental para darle valor supremo. Y él tenía
el presentimiento de que todo iba a salir bien para sus intereses y que su
equipo acabaría llevándose el preciado trofeo, no en vano llevaba una serie ininterrumpida
de nueve partidos ganados en las diferentes competiciones en las que
participaba.
***
En
el aeropuerto, la megafonía ya estaba anunciando la facturación de equipajes
para el posterior embarque del vuelo con destino a Sidney y se empezaba a notar
en todos los pasajeros que merodeaban el mostrador pertinente la excitación
contenida unida a ese típico nerviosismo ante un vuelo de larga duración que todos
intentamos disimular sin conseguirlo por completo, todo hay que decirlo. Estrella
y Ricardo indicaron en ese momento a los familiares de éste que se habían
ofrecido a llevarles en su coche, y así habían hecho, que no esperaran más allí
con ellos —despidiéndoles con cortesía y con sumo y sincero agradecimiento, no
merecía la pena que perdieran más tiempo por ellos— y se ubicaron cerca de la
futura cola de facturación repartiéndose los bultos de los equipajes y deseando
que todo discurriera sin incidentes, sobre todo sin retrasos. Parecía que sus
deseos, por una vez tratándose de un aeropuerto, se estaban cumpliendo y ello
se reflejaba en sus caras, por sus gestos de satisfacción. El viaje tantas
veces soñado y programado, las mismas que postergado por diferentes motivos
durante los últimos once años, al fin iba a hacerse realidad. Se lo merecían,
¡vaya si se lo merecían!
***
Justo
a las 19h58 Marian empezó, junto al resto de la «tropa», a moverse hacia la
zona de taquillas, eso sí, con la intermitencia provocada por cada una de las paradas
para la correspondiente compra. Ya no había marcha atrás, y las sonrisas se
dibujaban en cada una de las caras de las miles de personas que procedían a
ejecutar esa danza lineal y unidireccional.
***
En
ese mismo instante, Víctor asistía al ritual del «sorteo de campos» en el que
el árbitro de la final procedía a lanzar la moneda al aire, lo que decidiría
quién elegía campo siendo el equipo rival el encargado de poner el balón en
movimiento. Puntualidad suiza, se dijo, aunque el partido se celebraba en Múnich.
La tensión en el ambiente bien se podría cortar con una buena navaja suiza,
aunque siguiera estando en Múnich…
***
Estrella
y Ricardo habían leído en el panel de información instalado justo encima de los
mostradores que la facturación de maletas para su vuelo empezaría a las 20h. Aunque
lo dudaban, se colocaron en el lugar adecuado, y cuál no fue su sorpresa cuando
a la hora indicada aparecieron las azafatas de su compañía con unas inusitadas
ganas de trabajar y acabar con esa tarea cuanto antes.
***
Marian
ya estaba a dos metros de una de las taquillas, tan cerca como para entender el
gesto de la operaria que le indicaba que sí, que para ella sí habría suerte en
forma de entrada. Se acercaba a su sueño, casi lo podía tocar con la yema de
sus dedos.
***
Víctor
estaba disfrutando de un partido tan pleno de emoción y de buen fútbol como de
igualdad entre los dos contendientes. Estaba a punto ya de acabar la primera
parte de la prórroga, a la que se había tenido que recurrir al mantenerse el
empate inicial en el marcador, y se intuía ya el desenlace de los penaltis.
¡Qué emoción!
***
Al
final, el proceso de facturación de equipajes para Estrella y Ricardo había
transcurrido sin novedad y se encontraban ya ambos, con sus bolsas de mano, dirigiéndose
a la puerta de embarque de su vuelo a la espera de su apertura.
***
Justo
en estos tres últimos momentos descritos, simultáneos, los teléfonos móviles de
nuestros cuatro protagonistas vibraron al unísono para a continuación indicar
la llegada de un nuevo mensaje con el típico bip-bip. Era el mismo mensaje para
los cuatro, del mismo remitente y todos se apresuraron a leerlo al instante. El
texto era tan corto como conciso:
—Te
necesito, os necesito. Peter.
Marian
salió con discreción de su puesto en la cola a escasos dos metros de la ventana
de una de las taquillas ante la sorpresa de su ocupante y, por supuesto
también, de sus compañeros de fila, con alguno de los cuales había
confraternizado bastante; nadie entendía su actitud justo ahora, que había
conseguido llegar a tan privilegiada situación. Víctor abandonó su asiento
entre el atronador sonido de ambiente propiciado por los cánticos y ánimos de
las dos aficiones sin mirar atrás y sin llegar a saber si al final iba a ser
necesaria o no la tanda de penaltis. A estas alturas, no haría falta decir que
Estrella y Ricardo, olvidando que sus maletas estaban en una cinta
transportadora camino a la bodega de algún avión, se giraron sobre sus talones
y abandonaron con precipitación el aeropuerto mientras buscaban algún «taxi
libre» salvador, puesto que el coche en el que habían llegado estaría ya
aparcado en el pertinente garaje.
Peter,
desde hacía unos años, era amigo de los cuatro, que a su vez eran amigos entre
sí; aunque con el paso de los años la frecuencia de sus reuniones y encuentros
hubiera descendido un tanto, el cariño que se procesaban nunca desapareció ni
descendió un ápice. De hecho, en los últimos tiempos habían coincidido bastante
poco hasta el punto de no saber, salvo en el caso de la pareja, dónde estarían
los demás y qué estarían haciendo en esos momentos, porque en lo referente a la
salud, cada uno intuía que los demás estarían y seguirían bien. Siempre se
habían dicho: «No hay noticias, ¡buenas noticias!».
Pero
no, Peter no se encontraba bien de un tiempo a esta parte, ni en el plano
físico ni en el emocional. Concretando, no se encontraba nada bien de ánimo por
un exceso de ansiedad propiciado no por una, sino por varias y diversas causas.
Esto derivó en que su salud degenerara hasta llegar a un estado tan lamentable
según sus sensaciones, que no tuvo más remedio que recurrir a la visita a diferentes
médicos, algo nada habitual en su caso, impropio de él. Y de las diferentes
visitas surgió la necesidad de realizar una serie de pruebas, de una de las
cuales, la más importante, le habían llegado los resultados hacía unos minutos
mediante un sobre recibido como «correo urgente y certificado». El mensaje que envió
de inmediato y a sus cuatro amigos a la vez, con una sola pulsación de la tecla
correspondiente de su teléfono móvil, llegó a sus diferentes destinos en el
mismo instante haciendo pleno (ninguno de los teléfonos de sus amigos estaba
«apagado o fuera de cobertura» como suele ocurrir en ocasiones, demasiadas,
aunque eso él no podía saberlo…) cuando él aún no había abierto el sobre. De
hecho, no pensaba hacerlo todavía porque no lo quería hacer solo, sino rodeado
de sus seres queridos, de sus amigos. Esperaría lo que hiciera falta y, además,
él ya estaba preparado para sea lo que fuese que se indicase en el documento en
cuestión.
Seis
horas más tarde, después de haberse sumido en un profundo sueño en el sofá de su salón, sin
que fuera ésa su intención, producto del cansancio que había ido acumulando a
raíz de tanto estrés, se despertó creyendo oír los murmullos de una
conversación en la calle, desierta pues era de madrugada. Salió al balcón y
allí los vio a todos, o más bien reconoció sus siluetas: Marian, Víctor,
Estrella y Ricardo acababan de llegar casi al mismo tiempo al portal de su casa
y, después de los saludos de rigor en forma de besos y abrazos, se disponían ya
a pulsar el timbre de su pequeño apartamento de soltero…
Ya
no tenía tiempo de adecentarse un poco, por lo que se miró en el espejo de la
entrada para comprobar con qué imagen iba a recibir a sus amigos: lo que vio en
él le tranquilizó, y ya no se deshizo de esa sonrisa.
Sonó
el timbre…
© Patxi
Hinojosa Luján
(18/01/2014)
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