Tengo un amigo de toda la vida,
fuimos compadres en flor… * y aún lo seguimos siendo, porque esa flor, la flor
de la pasión por todo lo que consideramos bello en nuestras vidas, sigue sin ni
siquiera insinuar que pudiera empezar a marchitarse en algún momento; y esto, en
ambos casos, y a pesar de todo…
Pero él, mi hermano menor, tiene desde hace ya
algún tiempo su demonio particular en forma de momento del día, en concreto ese
que se inicia cuando tienes consciencia de que te has despertado del todo y entonces
«recuerdas», como si te dieran una puñalada por la espalda, que el regalo de un
nuevo amanecer puede llegar a ser un regalo envenenado al llevar consigo en un
paquete indivisible la conocida y «visitada» rutina laboral con sus múltiples… digamos
incidencias, para no utilizar palabras malsonantes a éstas que suelen ser
tempranas horas del día; ese momento que llega hasta que, armado una vez más de
valor y con alguna ayudita externa, se enfrenta a él. Y le vence, siempre hasta
ahora, aunque pocas veces sea por KO y la mayoría lo sea a los puntos, con un exiguo
margen de ellos.
A mí, su hermano mayor, me ocurre justo
lo mismo, en el planteamiento, en el desarrollo y en el resultado final, y no
es plato de buen gusto, no, menos aún viendo que se prolonga en el tiempo,
demasiado. Llega a ser muy cansado porque roba demasiada energía, aunque la
pasión antes mencionada nos la va regenerando cada vez; de momento, no sabemos
hasta cuando, aunque de alguna manera esto también dependa de nosotros…
Lo peor de todo esto, y sin duda lo
que más nos duele, son los efectos negativos en forma de contaminación psicológica,
y que a su vez genera por momentos una gran angustia, en las personas que
comparten nuestro viaje. Esas personas que esbozan un gesto en forma de
sonrisa, a hurtadillas, mirando al cielo sin saber por qué, cada vez que creen
que nadie les ve al observarnos, cuando a su vez nosotros creemos que nadie es
testigo de nuestras acciones al habernos olvidado por un momento de nuestro
demonio particular y estamos inmersos en alguna de ésas nuestras pasiones
salvadoras.
Y éste no es un mal momento para
confesar que el mayor error que solemos cometer es olvidar, aunque sólo sea por
un instante, que en ellas, en esas personas resignadas a su destino a nuestro
lado, tenemos el mayor y más importante exponente de nuestras pasiones,
¡nuestro mayor Tesoro!
Así que, y por todo lo expuesto, ¡nadie
podrá con nosotros! No lo olvides, hermano.
Nadie podrá con nosotros, pero
estuvieron muy cerca ayer… #
*¡Gracias, Joan Baptista!
# ¡Gracias, Quique!
© Patxi Hinojosa Luján
(09/02/2014)
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