jueves, 21 de julio de 2016

Bromas


El experto y afamado alpinista, en plenitud física a sus treinta y pocos años, se dispone a realizar el asalto final a cumbre de su enésimo ochomil con gran seguimiento mediático. Está a tan solo cincuenta metros de conseguirlo por la  vertiente sur; un último esfuerzo y tendrá un número más para añadir a su zurrón, una nueva muesca. Conseguido. El esfuerzo ha sido descomunal, pero ha merecido la pena. Intenta respirar del poco oxígeno que le queda a la atmósfera a esas alturas, pero el solo gesto de inspirar le cuesta un mundo; «me estoy haciendo mayor», se dice con una medio sonrisa que enseguida desaparece, porque es entonces cuando lo ve, ve al valiente que llega por la cara norte, la más complicada, con una cara que no refleja tanto cansancio como la suya, a pesar de contar con más arrugas, los cincuenta hace tiempo que los dejó atrás. Se saludan desde sus posiciones con deportividad, el valiente gira trescientos sesenta grados para tener la panorámica completa y, ¡enciende un pitillo! ¿Qué clase de broma es esta? El joven, experto y afamado alpinista piensa que su descenso va a ser un calvario, no para de darle vueltas a la cabeza y entraría en depresión si no fuera porque eso está prohibido en los ochomiles, se debe dejar toda la concentración y todas las fuerzas al servicio de la siempre peligrosa bajada.
El músico callejero con el que me cruzo todos los días en el metro tiene una voz magnífica. Hoy disponía de margen de tiempo y he tenido la fortuna de poder pararme a escucharle media docena de canciones. Y he de confirmar que su voz suena preciosa, es en verdad prodigiosa; sube a los agudos más altos y baja a los graves más puros sin ninguna dificultad  y sin gallo alguno. Da gusto oírle cantar. Pero es que ahí no acaba la cosa, el tipo además toca la guitarra clásica como si de un profesor de ese instrumento de cuerda se tratara. Ya de vuelta reflexiono sobre su actividad y acepto que me da rabia que alguien así, con su talento, malviva con las limosnas que recibe. Llego a casa y me envuelve una sensación agridulce, feliz al recordar el mini concierto, de enojo e indignación cuando oigo en las noticias que el hijo de la famosa tertuliana «Fulanita de Tal» ha llegado a disco de platino con su último álbum, cuando todos los que le hemos oído cantar —con o sin arreglos— opinamos igual: ¡Da vergüenza ajena! Esto sí que es una broma pesada.
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Los ríos desplazan su caudal de agua con decisión y sin tregua; alguien les ha debido de decir en algún momento que allá al final de sus viajes les aguarda una sorpresa que no deben dejar de visitar. Y por ello no dan ningún respiro a sus aguas que, ingenuas, acaban siempre ahogándose en el mar. El enemigo en casa. Una broma pesada no, macabra.
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Te estoy siguiendo, pero te pierdo cuando te veo doblar la esquina; al llegar a ella yo hago lo propio y compruebo que entonces eres tú quien me sigue a mí. Tú heredas mis ansias de alcanzar, yo tu indiferencia ante cualquier alcance, y así el eterno juego de seducción no reconocida y relaciones varias se perpetúa en cada uno de nuestros yos. Me seguirás, aunque sólo hasta que yo te despiste en la siguiente esquina.
Parece una broma, pero no, no lo es.

© Patxi Hinojosa Luján
(21/07/2016)

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