Le había tocado en suerte, y esto es un
decir, realizar el servicio militar en el sur, más en concreto en Andalucía, por
lo que al año largo de ausencia de su hogar había que añadirle esos calores a
los que él, un chico del norte, de Galicia, no estaba acostumbrado. Aquel era
un día muy caluroso incluso para esos lares, demasiado a todas luces; y, para
colmo, esa tarde le tocaba guardia, su primera guardia, justo después de comer,
cuando el sol castiga con más fuerza. Néstor estaba ya sudando por anticipado
pensando en esas dos interminables horas que pasaría en la garita de turno, las
gotas saladas le recorrían ya a discreción frente, cara, nuca, cuello y axilas;
¿aguantaría?, tenía que hacerlo, no le quedaba otra que resistir si no quería
ser, para mucho tiempo, el objeto de burlas y risas de algunos crueles compañeros,
los veteranos, lo que no haría sino empeorar en gran medida el estado de
aflicción que su situación en aquel ambiente desconocido y hostil le producía.
No le servía de consuelo, no, imaginar el impresionante aspecto que un chico
joven como él ofrecería embutido en aquel traje de militar con su pulido correaje
reluciendo por efecto del sol. Ni siquiera había pensado en ello, para él no tenía
la menor importancia, aunque eso no le librara de la obligación de tener esos
correajes tan brillantes como las botas, siempre a prueba de revista por parte
de algún superior.
Néstor iba a tener que realizar su
primera guardia, como se temía, en una garita situada en plena solana frente a
una de las principales arterias de la ciudad, solo transitada en esos momentos por
los insensatos turistas que no eran conscientes del poderío del sol en aquella
zona a esas horas, y el efecto nocivo que podría causarles, aún antes de llegar
a una posible insolación. Mientras, los lugareños guardaban un prudente retiro
hasta que el astro rey empezara a esconderse detrás de los edificios más altos
y a perder fuerza.
Cuando llegó el momento, ubicado en su
puesto para una calurosa misión de dos horas, comprobó con asombro que él mismo
era observado como si de un objetivo turístico más se tratara. Para su desgracia,
los hermosos desconchones del cemento de la garita estaban situados en la parte
opuesta a la calle, por lo que la imagen que proyectaba al exterior era
bastante correcta. Una legión de mujeres — ¿cuántas serían?, ¡miles le
parecieron a él!— osaban aproximarse hasta su posición para la fotografía de
rigor, acercándosele más cada vez.
Le llamaron mucho la atención los
turistas japoneses, sin duda alguna los más respetuosos aunque los menos
discretos, le parecía que algunos de ellos deberían llevar colgadas de su
cuello unas veinte cámaras fotográficas, alternando su uso. Debían de haberle
hecho decenas de fotos cada uno. Pero no entendía cómo podían conseguir que no
se les liaran las correas de todas ellas hasta llegarse a formar un nudo imposible
de deshacer.
Por el contrario, los turistas estadounidenses
resultaron ser los menos educados. Comunicándose entre sí con su curioso acento,
no dudaban en acercarse a la garita hasta casi adentrarse en ella, con el
consiguiente riesgo de un castigo para Néstor. A este ya se le estaba acabando
la paciencia, y lo pagó un turista que se acercó demasiado para, se supone,
conseguir la foto más impactante. Y se produjo el incidente. El recluta, en un
movimiento habitual dentro de la garita para abarcar todos los grados posibles
de visión, no pudo evitar — ¿o sí?— pisarle el pie, protegido por una escuálida
sandalia, lo que provocó un fuerte alarido de dolor seguido de una salva de, se
supone, improperios e insultos, mientras se apresuraba a alejarse de aquel espacio
ocupado por tan primitivo ser, jurándose no volver nunca más a esa tierra tan
incivilizada que se permitía dar cobijo a semejantes especímenes...
***
—Y
por episodios como este, y otros similares que también reflejan la poca clase
que aún gastan en ese perdido y antiguo continente, es por lo que no procede
que en el colegio os enseñen, por el momento, nada de su geografía ni de su
historia, ni siquiera de su cultura —comentaba orgulloso y convencido un
venerable anciano a sus nietos, mientras daba un
largo sorbo de un vaso del bourbon destilado con métodos tradicionales y desde
tiempos inmemoriales por su familia, en el condado de
Kentucky, situado en el centro sudeste de los Estados Unidos de América.
© Patxi Hinojosa
Luján
(08/04/2015)
No hay comentarios:
Publicar un comentario