Me acabo de enterar, hace tan solo un instante que lo he leído: te has ido. Quiero pensar que es porque te han llamado ofreciéndote un contrato irrechazable desde ese espacio etéreo donde acabamos todos, los que habéis dejado sobradas muestras de vuestro arte en vida, y los demás, todos nosotros. Por lo que se ve, de un tiempo a esta parte hay un superávit de creatividad por allí, sobre todo en el caso de los guionistas, y, ¡claro!, no dejan de llamar a colegas tuyos de profesión para que interpreten esos papeles recién salidos de sus imaginaciones, y que ya serán para siempre eternos. Y hoy te ha tocado a ti, para nuestra desgracia, que ya no podremos disfrutar con tus nuevos proyectos y tendremos que contentarnos con volver a ver y recordar obras que, en algunos casos, nos sabemos de memoria…
Todavía
no me lo puedo creer y, a pesar de que me he quedado de piedra, intentaré
plasmar todas esas palabras que me vienen en estos momentos a la cabeza de
forma atropellada y desordenada.
Lo
tengo tan presente como lo que acabo de comer. Aquella tarde salí de la sala de
cine comentándole a mi chica que el personaje que más me había marcado y
gustado era el de ese cura tan jatorra y
que tan bien compusiste. Y en las semanas posteriores se lo hice saber a todo
mi entorno cinéfilo. Algunos me dieron la razón, otros no del todo… aunque
todos coincidieron en tu excelente interpretación. Y, como soy tímido por
naturaleza, también te lo hice saber a ti, pero no antes de la cuarta o quinta
vez en que coincidimos en el bar donde solía comer hasta hace algo más de medio
año. Ese día, sin que nadie nos hubiera presentado, te paré cuando ibas de la
barra a tu mesa y te lo solté:
—Perdone
que le moleste, me gustaría compartir con usted que el papel que más me gustó
en 8 apellidos vascos fue el suyo,
sin duda alguna. Solo quería que lo
supiera.
—Gracias,
no es la primera vez que me lo comentan —me manifestaste después de un breve
silencio—, pero, ¡para lo que me ha servido! No me han llamado para la segunda
parte…
—
¡Vaya, lo siento! No me parece lógico, aunque, ellos se lo pierden —y nosotros
también, pensé.
Los
siguientes días nos saludábamos con la cortesía de dos conocidos, pero nada
más. Y de repente, en el que luego se convirtió en el último día que te vi, te
mostraste como si fuéramos amiguetes de infancia, y me comentaste, ya en la
barra, unas cuantas anécdotas, a cuál más graciosa, sobre el rodaje de tus
escenas en la mencionada película y en otra que acababas de rodar. Datos y
detalles que, por respeto, no desvelaré, pero que guardo como un valioso regalo
por tu parte. Después ya hablamos de política, de recortes, de deportes y, cómo
no, de tu Bilbao natal.
Hace
once días volví de visita al bar donde tantos años comí a diario. Puedes
creerme si te digo que tenía la esperanza de volver a verte para poder seguir
comentando contigo chascarrillos de tu mundo artístico, y no te miento si te
digo que me desilusionó no verte por allí, en ninguna de las mesas. ¡Quién se
podía imaginar esto!
***
Es
cierto, los críticos te encasillaron dentro del grupo de los actores secundarios,
de los que tú fuiste un firme valedor, a lo que yo añadiría: secundario, sí,
pero «de lujo». No entendías el
desmesurado ensalzamiento de los actores protagonistas; en todo caso, hoy, muy
a tu pesar y al de todos, has sido el protagonista, el triste protagonista,
aunque no actor.
Y
acabo diciendo que, como tu oficio era repartir alegría y buenos momentos
artísticos, siempre me seguirá pareciendo más respetuoso calificarte como actor
«De Reparto», en tu caso con
mayúsculas.
© Patxi Hinojosa Luján
(07/05/2015)
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