El
segundero del reloj vital sigue fiel a su movimiento continuo. Aunque no
consigue engañarnos, a pesar de que teatralice en la mayoría de sus actuaciones
un recorrido circular con el solo objetivo de que vivamos en la ilusión de que nos
mantendremos siempre en la misma dimensión espacio temporal, su implacable y
recto avanzar hacia delante enlazando «puntos de no retorno» delata su alianza
con nuestros destinos mortales. Podría incluso resultar curioso y hasta
relajante pararse a contemplar su cadencioso trabajo si no fuera por su cruel significado.
Porque en esencia, y por sorprendente que pudiera parecer, jamás se quedará sin
energía para cumplir con su atemporal e ingrata misión; y ello por las escasas
ocasiones en que es entendida, no digamos ya aceptada…
Nuestro
gato pequeño, ajeno al significado de este y de tantos otros aspectos, tanto caseros
como trascendentes, ignora que sin la ayuda de su patita delantera izquierda
también continuará con su función ese reloj situado justo al lado de donde él
ha decidido que debe echarse sus largas siestas; aunque detenga o invierta el
recorrido de la manecilla de este, la de aquel seguirá su camino inexorable,
cual huida hacia adelante, inevitable…
Por
tanto, y ante certezas como esta, de tal calibre y tan incuestionables, estaremos
todos de acuerdo en que cualquier circunstancia podrá aplicar la máxima de que
«la vida sigue». Por desgracia, lo hace resignada ante la tozuda
irresponsabilidad humana, que alterna las dos caras de esa moneda que quisiéramos
tener siempre mostrándonos la más amable, la que está libre de esos odios cuyo origen
se pierde en la noche de los tiempos, de todos y cada uno de los tiempos…
Y
es por todo ello que hoy yo, mientras tanto, he querido cubrir con un tupido y
oscuro velo la consciencia de la presencia constante de tal trascendencia,
frenar en seco —intentando no pasarme de frenada— la sensación de derrota que
nos invade por momentos y hacerme un regalo: deleitarme con el savoir faire de unos
familiares, espigados y ágiles dedos. Sí, esos que consiguen que de una
guitarra eléctrica, con un halo de modestia que, aunque lo intenta, no logra enmascarar
la clase y la maestría que esparce a los cuatro vientos, se extraiga la
interpretación de una entrañable bossa nova —alguien podría aducir, en un sutil
halago poco disimulado, que con un sonido un tanto «desafinado»—. Y así disfrutar
con el espectáculo de ver cómo se van distribuyendo esas notas musicales por nuestro
universo cercano al conseguir todas ellas acomodo en alguna de las múltiples —¿será
verdad que son infinitas?— partículas cósmicas que nos acompañan y envuelven. Y
que ya de paso aprovechan la coyuntura —¡favor por favor, compañeros!— para indagar
sobre el origen de aquél, con la esperanza de conseguir saciar algo la tremenda
curiosidad que tiene ese ser que comparte nuestra sangre, muchos de nuestros principios
y, espero, también algunos de los ideales, y al que hace un tiempo le dio por profundizar
en sus estudios para llegar a comprender y dominar el idioma de los acordes hasta
llegar a acomodarlos en complejos —por lo menos para mí— pentagramas tan llenos
de corcheas y semicorcheas como de exquisita sensibilidad, pero que en esta
fase de su vida añade esa mencionada curiosidad, lógica si se tiene en cuenta
que estamos hablando de un futuro físico con un porvenir en el que no se enfrentará
sino a los límites que él mismo se imponga.
Eso
sí, su cada vez mayor curiosidad científica le disputa el tiempo libre a su
faceta artística, ganándole terreno en estos últimos tiempos al jugar en su
campo y con el árbitro a favor, por lo que al día de hoy nos queda la duda de
saber qué aspecto de su identidad acabará llevándose el gato al agua; y aquí no
hablamos de nuestro gato relojero, no, ese seguirá en su casi eterna siesta.
En
todo caso, quiero pensar que su mañana siempre empieza hoy y que en él
encontrará cabida para sus pasiones actuales y para todas las que puedan
añadírseles; también para todos sus proyectos e ideales.
***
A
pesar de que Nikita se ha vuelto a dormir, lo oigo ronronear, supongo que sueña
felices travesuras felinas; el sonido del segundero de «su» reloj llega de súbito
y me hace caer en la cuenta de algo: si has sido capaz de aguantar hasta aquí leyendo
mis ocurrencias, compañero, creo que te mereces una última confidencia por hoy,
una que abre un poco más mi cada vez menos elástico corazón, ahora que no nos oye
nadie…
Sí,
el segundero del reloj vital seguirá siendo fiel a su designio de avance
imparable. Pero, mientras tanto, en casa seguiremos exhibiendo nuestras
orgullosas sonrisas de satisfacción por todos esos valores que le adornan a él y
por los que sabemos que esconde detrás de su colorida máscara, de la que se
despoja en contadas ocasiones; eso sí, intentaremos mantenerlas bien ocultas a
su seductora y celeste mirada el mayor tiempo posible, no es cuestión de usar todos
los comodines antes de tiempo…
© Patxi Hinojosa Luján
(19-23/11/2015)
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