«La vida sigue», es la tonadilla de distracción que siempre
acabamos escuchando cuando algo nos azota con actos que desearíamos no fueran más
que un mal sueño, justo antes de asumir que no representan sino la más cruda
realidad, esa que nos golpea a intervalos calculados que solo los desalmados
controlan.
Una
vez más, cuántas confidencias, declaraciones, sentimientos, intenciones… se han
perdido; cuántos «te quiero», «perdona», «lo siento», «me encantaría», «¿por
qué no…?», «podemos intentarlo», «¿bailarías conmigo?», «tú tenías razón», «¡me
gustas tanto!», «si tú quieres…», «lo eres todo para mí», «¡qué a gusto estoy a
tu lado!», «deberíamos dejarlo aquí»… se han quedado en el intento, «entre bastidores»,
sin la oportunidad de salir a la escena de esa obra llamada sinceridad cuando
habían conseguido lo más difícil, amasar la suficiente valentía, quizá con el tiempo
como aliado, para ganar la libertad de escapar del injusto y oscuro silencio.
Es
cierto, la vida sigue, pero mientras la acompañemos, continuaremos mirando de
reojo de vez en cuando, con una pizca de ansiedad, por encima de un hombro ya
desgastado de tanto trasiego visual. Es posible que tengamos que dejar atrás alguna
que otra generación hasta que alcancemos la necesaria tranquilidad que nos
permita dejar fija la mirada en lontananza buscando con esperanza reconocernos
en una raza en verdad humana, o por lo menos con algunos toques de bondad.
Y
mientras llega ese momento, me pregunto: ¿llegará?
© Patxi Hinojosa Luján
(13+1/11/2015)
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