Sé que a muchos os extrañará, pero hoy quiero compartir
con vosotros que, además de mis queridas tres hermanas, tengo dos hermanos. Sí,
tal y como lo leéis, en plural y en masculino, ese género que tantas veces nos
cuesta a algunos reconocer como propio por todo lo que ya sabéis y que no viene
al caso para el relato, este conjunto de palabras juntadas para la ocasión en
un ejercicio de improvisación emotiva. Y los tengo porque, hace más espinas
clavadas de las que puedo recordar, y de manera unilateral, ellos empezaron a llamarme
Hermano, hermosa palabra donde las haya. Y lo hacen así, con esa magnífica «H» mayúscula
y sin el titubeo que podría generarles el hecho de que no compartamos la misma
sangre, porque ni esta ni la Amistad, la verdadera, entienden de vínculos si no
son afectivos, y de afecto los nuestros andan sobrados. Debo confesar aquí y ahora
cuán honrado me siento por tal privilegio y que lo seguiré estando hasta el
final. Los dos lo saben incluso hoy, a pesar de ayer. Y cada uno tiene todo ello
bien presente; no así la existencia del otro.
A uno de ellos, el menor, lo
tengo tan cerca que nos vemos poco, muy poco para lo que sería de desear. Una paradoja
más de las que aliñan nuestras existencias. Aunque, por el contrario, nos
sentimos mucho, a menudo, siempre. Y a veces nos escribimos. Y en ocasiones nos
enviamos sin saberlo mensajes en clave que sólo nosotros dos podremos llegar a
descifrar algún día, si es que alguien decide algún día que ese día tiene que
llegar. Y mientras reflexiono, «¡son tantos los días que interactúan con
nosotros desde el pasado y desde el futuro, cuando lo tendrían que estar
haciendo desde el presente!», ya estoy pensando en otras cosas, ensayando vivirlas.
Mas hoy quisiera detenerme en el
mayor de los dos, el que hasta ayer me seguía a dos días de prudente distancia
vigilando de cerca mi rumbo. Porque ayer tarde, demasiado pronto para cualquier
lógica, tomó una curva cerrada que no aparecía en el Maps de marras y consiguió
―¡dita sea!― despistarnos para irse en busca de algo de bienestar y de
ese descanso que llaman eterno aunque yo no sé si creérmelo; me quedo con la
certeza de que bien ganado se lo tenía después de tanto sufrimiento.
Ahora no puedo por menos que
recordar la última vez que oí la hermosa palabra salir de su boca, con gran
esfuerzo por su parte: fue hace once días y quizá, sólo quizá, ambos
presentíamos que aquella podía estar siendo la despedida final, por lo que en
un acuerdo tácito la aceleramos maquillándola de «hasta pronto»; él por
esperanza, tan justa como humana, yo por cobardía. Recuerdo que los dos le añadimos
tanto ánimo que las lágrimas, las mías al menos, tuvieron que esperar, pacientes,
a momentos de intimidad para conseguir liberarse.
Y es sobre todo en esos momentos
de intimidad cuando estos días me asaltan los recuerdos. En muchos de ellos
estamos los dos disfrazados contra nuestra voluntad, felices de habernos
hermanado. La sonrisa siempre de oreja a oreja para despistar y contrariar a
los que se autoerigían como nuestros mandos, ¡a la orden!, ¡sí, señor!
―Y en uno de tantos de esos
recuerdos, repetido sin rubor, aparecemos tú y yo metiendo por enésima vez en
la máquina de discos una moneda que, junto a otras que seguirán su mismo
camino, evitará sin saberlo que, al término de una nueva tarde, acabemos
emborrachándonos. Y ahí nos veo, a ti y a mí, oyendo una vez más cómo los
Status Quo vuelven a equivocarse en el estribillo de su canción más famosa; qué
chicos, nunca recordaban, ni siquiera lo hacen hoy en día, el verso correcto, el
que sí gritábamos nosotros dos a grito pelado. ¿Te acuerdas, Eduardo?
―…
―Te prometo que intentaré que
llegue nuestro grito de libertad, camuflado de fiesta, eso sí, hasta la
inimaginable dimensión en la que ya deberías estar descansando.
―…
―«Queremos champán, queremos
champán…». ¿Me recibes, Hermano?
© Patxi Hinojosa Luján
(22/09/2019)
Bellísimo homenaje, Patxi, seguro que allá donde esté tu voz le ha llegado y estará orgulloso de ti.
ResponderEliminarUn gran abrazo.
Muchas gracias por tus palabras de aliento, querida amiga Manoli.
EliminarOtro abrazo bien grande para ti.
Jo, Patxi. Lo primero es lamentar esa pérdida de un ser tan querido, y que a través de tus palabras nos ha dado la posibilidad de conocerlo.
ResponderEliminarEn el texto, encierras verdades y paradojas como puños. Como esa en la que cuanto más cerca del ser querido vivimos menos nos vemos.
La familia nos viene dada, la amistad es el tesoro encontrado. Un fuerte abrazo, Patxi.
Muchas gracias por tus palabras y por tu compañía, querido compañero. En verdad estos duros momentos son más llevaderos con ellas.
EliminarBrindo por ese tesoro, por la Amistad.
Un abrazo bien fuerte, David.
No sabes como estoy llorando de alegría y de pena. De repente me ha venido a la cabeza que escribiste la historia de mis padres y quería encontrarla y me encuentro este homenaje tan bonito como vosotros dos. Sé que lo sabes pero hiciste a mi padre muy, muy feliz. Yo estuve con vosotros pero ese día le sobraban sus mujeres, solo estabas tú <3. Patxi, gracias por tanto. La mellizas mayor, Marga
ResponderEliminarFeliz santo papa💚 que gran regalo para mi este texto
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