Escena I
Sala de
espera del gabinete de psicología de Claire. Se va iluminando poco a poco y
muestra a Lucena sentada.
Lucena: (Con los auriculares de su reproductor de música puestos,
moviendo la cabeza al compás de la música y tarareando desinhibida. Al cabo de
un momento se los quita, mira con extrañeza su reloj haciendo patente que su
cita va acumulando retraso y piensa en voz alta) ¡Qué raro!,
Claire me ha pedido la máxima puntualidad y ya lleva más de cinco minutos de
retraso. Y qué extraño también que no haya nadie más esperando, a veces la
gente suele llegar un poco antes por si se anula una cita y puede entrar antes,
o eso he creído siempre…
Sus
pensamientos son interrumpidos por la llegada de Jaime a la sala de espera.
Este reconoce a Lucena en la única silla ocupada y se dirige hacia ella.
Jaime: ¡Lucena, qué casualidad verte por aquí! (Le
planta dos besos en las mejillas) Lo último que esperaba era encontrarme
en esta sala de espera con algún amigo o conocido, y menos aún contigo. (Dice, mientras se sienta en una silla contigua).
Lucena: Lo mismo me pasa a mí, Jaime, ¡qué sorpresa! (Reflexiona
y añade) Espero que no te sientas como si te hubiera pillado in
fraganti…
Jaime: ¿Por qué dices eso, Lucena?, no te entiendo…
Lucena: Lo digo porque en su día, después de que ocurriera aquello, y al ver cómo
quedó tu ánimo, pensé que quizá habrías sentido la necesidad de buscar ayuda
profesional de este estilo…, (gesto de extrañeza de
Jaime) psicológica, quiero decir; aunque no se lo confesaras a nadie, o
por lo menos no a mí, barajé la posibilidad de que lo hubieras hecho; pero te
diré que hoy ese pensamiento lo tenía olvidado por completo.
Jaime: ¡Vaya, sí que eres directa! No, no es lo que tú crees…, cierto es que me
lo llegué a plantear, Lucena, pero ni me decidí entonces, ni lo he hecho ahora,
ya en frío y más relajado debido al tiempo transcurrido. Como te digo, valoré
en aquellos momentos tu misma idea, pero al final lo fui dejando y hasta hoy, en
que la tengo tan descartada como tú olvidada. La verdad es que si estoy ahora aquí,
Lucena, no es por iniciativa mía, sino porque Claire me ha citado; aunque no sé
para qué, no ha querido decírmelo.
Lucena: (Con cara de asombro) ¿Qué, qué dices,
que a ti también te ha citado Claire? Esto sí que no me lo esperaba. (Pensativa) Así es que si yo no soy la única, puede
que ni siquiera tú y yo seamos los únicos; quizá haya citado a más, ¿conocidos
también?, y quién sabe para qué.
Jaime: Pues sí, la verdad es que sí, que a mí también me ha citado Claire, a
las cuatro y diez «en punto» para ser
exactos, y, ¿sabes qué?, me empieza a intrigar, y mucho, ese «también»...
Lucena: A mí a las cuatro; «en punto»
también. (Gira la cabeza y entre dientes añade) No quiero creerme lo que estoy pensando
ahora mismo. ¿Sabrá o intuirá algo?,
no habrá sido capaz, ¡si para ella aún estoy casada «en lo bueno y en lo malo,
hasta que la muerte nos separe», por Dios!
Jaime: ¿Perdona? No te he entendido bien lo último.
Lucena: (Aliviada) Nada, nada, no tiene
importancia. Pensaba en voz alta.
Jaime: Pues, por acabar con lo de antes, Lucena, espero que no me odies por no
haberte confiado mis sentimientos durante estos últimos meses, pero es que no
me lo has puesto nada fácil al distanciarte como lo hiciste. (Hace un gesto elocuente con una mano para apartar en el aire
algo imaginario) No me hagas caso, no quisiera que esto lo tomaras como
un reproche, porque supongo que entonces sí lo harías.
Lucena: ¡Cómo voy a odiarte, sabes bien que no podría! (Le
mira fijamente a los ojos: mirada profunda y larga); además, eres muy
buen cocinero (sonrisa no forzada), y no quiero renunciar
a ese don tuyo.
Jaime: ¡No sabes cómo agradezco oír eso, Lucena!, y con respecto a esto último,
no todo es mérito mío; como bien sabes, tengo los mejores colaboradores,
recuerda que sin mi querido Darío, por ejemplo, no podría llevar el
restaurante. Y tú, ¿qué tal con tus niños?
Lucena: Con mis niños, como tú les llamas, todo como siempre; es cierto que tienen
días bastante malos, pero los demás son…, aún peores (no
puede evitar reír), la verdad es que no me puedo quejar del ambiente que
hay en clase, quiero decir que no me dejan hacerlo, el quejarme... (Vuelve a reír)
Jaime: (Carraspera ligera para cambiar de tema) Hace
ya tiempo que no nos vemos en plan tranquilo, desde aquel día... Si te apetece,
pásate por casa, o por el restaurante, lo que te venga mejor; si es que quieres
volver a probar alguno de mis platos más recientes en exclusiva, claro, y ya
sabes que estás invitada (pausa, pensativo). Será
un honor para mí hacértelo; cocinar para ti, quería decir… (Carraspera mutada a tos, ahora no tan ligera).
Lucena: (Sonriendo por la propuesta recibida) ¡Muchas
gracias, Jaime! No me creerás, pero hace unos días que pienso que ya va siendo
hora de ir volviendo a las viejas costumbres y aceptarte, de momento, galanterías
de este tipo. (Gesto de reverencia) Miraré en mi
agenda, y te cuento.
Ambos ríen mientras se acomodan en sus respectivos
asientos.
Lucena: Son más de y diez y Claire no aparece, (y añade
con retintín) creo que vas a entrar con retraso, Jaime.
Jaime: Vamos, vamos a entrar, (dando tres toques en el
hombro de Lucena mientras añade…) porque te recuerdo que tú a las cuatro
ya no entras. ¿Qué tal el resto de las chicas?; bueno, a Claire la veré ya en
breve, o eso creo. (Risa)
Lucena: Pues como siempre, bien, cada una con sus cosas. Mira, ya pronto nos
juntaremos para cenar, espera un momento; (busca en el
calendario del móvil) en ocho días, el sábado de la semana que viene y,
ya sabes, nos volveremos a poner al día. Como hace tiempo que no lo hacemos, puede
que reservemos una mesa en tu restaurante, quién sabe…
Jaime: ¡Pero qué dices, si vuestra cenas son mensuales y la última, como tantas
otras, también la hicisteis allí! (Leve toque con el
anverso de su mano en el brazo de Lucena. Cambia su expresión a la versión
seria y añade…) Pues daos prisa en reservar, ya sabes que siempre
tenemos el local «abarrotao», y yo no puedo dar tratos especiales; ¿o sí?
Ja, ja, ja.
Lucena: Si eso, lo haremos, no te preocupes. Ya se encargará Maitane, como de
costumbre, de hacérselo saber a Darío. ¡Qué dos…!
Jaime: (Adelantándose) ¿… tortolitos, querías
decir?
Lucena: Pues sí, algo así. Aunque no lo quieran hacer público, ni siquiera
reconocerlo a los más íntimos, nosotros dos bien sabemos que les ha dado
fuerte, ¿verdad? Esas son las ventajas de tener información privilegiada.
Supongo que lo podríamos denominar «privilegio gremial», por aquello de que ambos trabajamos con ellos.
Jaime: (Pensativo) ¡Vaya que sí!, ya nos podría
dar a otros también… ¡en fin!
Lucena: Jaime, recuerda que después de aquello quedamos en darnos un tiempo para
después, llegado el caso, seguir poco a poco, sin prisa…
Jaime: Quedamos no, más bien quedaste tú por los dos… (Jaime
se desahoga, mas no denota enfado) Y la pausa, que supongo no ibas a
mencionar pero que tiraniza mi momento actual, me ha sobrado desde el principio;
ya se me está haciendo demasiado larga y me produce tal desasosiego que me
lleva por instantes a una apatía que solo supero con mi trabajo.
Lucena: Dame un poco más de tiempo, solo un poco, ¡por favor!, y si lo nuestro
tiene futuro, y espero con toda el alma que lo tenga, mi corazón lo sabrá más
pronto que tarde y lo compartirá con el tuyo. (Acaricia
sus mejillas con las manos) Te pido que tengas confianza en mí y que, en
caso de necesitarlo, te tomes la penúltima dosis de paciencia que sé que tienes
bien guardada bajo la llave de tu generosidad, como diría algún poeta cursi,
supongo...
Escena II
Lucena,
con la mirada ahora perdida, está pensando cómo cambiar de tema cuando, a las
cuatro y cuarto en punto, aparece Claire tras abrir la puerta de su despacho.
Claire: Perdonad el retraso, chicos, una urgencia telefónica, ya sabéis cómo es
esto. ¿Quieres pasar, Lucena?
Lucena: ¡Hola, Claire, pensé que me habías olvidado! (Y
girándose ahora hacia Jaime mientras se levanta de su silla, le habla en voz
baja) Hasta otra, Jaime, supongo…, no, más bien sé que no tardaremos en
vernos.
Lucena,
para no infundir sospechas, termina de despedirse de Jaime mediante un beso por
el aire al que le sigue un saludo con la mano, y acompaña a Claire,
desapareciendo las dos por la puerta de su despacho. Jaime se queda solo en la
sala de espera, sin moverse de su asiento, pensativo. Sale de su estado al oír
que llega alguien…
Jaime: ¡Alessia! ¿Por qué será que no me extraña verte aquí? (Levanta la palma de una mano como frenando cualquier cosa
que fuera a hacer o decir Alessia, que se para en mitad de la sala, sorprendida)
No me digas nada, Claire te ha citado a y veinte, a las cuatro y veinte, quiero
decir, ¿me equivoco?
Alessia: Pues sí; quiero decir, ¡no, no te equivocas!, tienes razón. ¿A ti también
te llamó Claire?
Jaime se
levanta para darse un par de besos con Alessia y ambos toman asiento.
Jaime: A mí y a Lucena, que está ahora mismo dentro de la consulta con ella. Y
tengo que decirte que la cosa va con un cuarto de hora de retraso. (Pensativo) Es como si quisiera que tuviéramos tiempo
de hablar entre nosotros, porque por lo que veo e intuyo esta tarde no tiene
consulta y va a dedicar su tiempo a sea lo que sea lo que quiera contarnos, o
tenga que contarnos.
Alessia: ¡Qué misterio!, ¿no? Y además está lo de su secretaria, ¿desde cuándo no
trabaja un viernes por la tarde, con la de trabajo que siempre tienen en la
consulta? Aunque, a decir verdad, aquí estamos solo nosotros, que somos de su
círculo más cercano. Quiero decir que no hay ningún paciente esperando; quizá
la agenda referente a esta tarde la gestione solo Claire y por eso no necesite
a Valeria, que no creo que se haya enfadado por tener un fin de semana algo más
aprovechable.
Jaime: ¿Valeria?
Alessia: Sí, su secretaria.
Jaime: La verdad es que ni me había fijado en el detalle de la secretaria... (Se coge la barbilla con la mano, como para dar trascendencia
a lo que va a decir a continuación) ¿Habéis notado últimamente en el
grupo algo raro en Claire, algo que os haya extrañado en su comportamiento?
Alessia: Ahora que lo dices (y baja el tono a
continuación como compartiendo un secreto), esta última semana la he
notado algo ausente, esquiva, con la excusa de que tenía mucho trabajo que no
podía desatender…
Jaime: Sí, ¿y?, continúa, por favor.
Alessia: Pues ya ves que aquí, aun siendo viernes, huele a día de fiesta; quiero
decir que se oye el silencio contenido de cuando no hay actividad laboral; aquí
no hay hoy ni un alma, aparte de nosotros, claro, que encima no sabemos de qué
va todo esto de las citas…, porque tú tampoco sabes nada, ¿no es así?
Jaime: Así es. Cuando me llamó pensé que sería para algo relacionado con el
restaurante, quizá para alguna cena de grupo que cerrara algún congreso
relacionado con su actividad, pero ahora estoy casi seguro de que no es así y
me temo que no tengo ni la más remota idea de qué va esto; y no me extrañaría
nada que tú no seas la última visita de esta tarde, y si no al tiempo…
Alessia: A ver, recapitulemos: En la consulta de Claire están ella y Lucena, y
aquí estamos tú y yo. No hay que ser muy listos, según tu corazonada, para
pensar que quizá aparezcan también por aquí los que faltan, Evita, Maitane,
Darío…, no sé, ¿se te ocurre alguien más?
Jaime: Pues así a botepronto, no, por lo menos de vuestro círculo más cercano; ¡si
no se te ocurre a ti...! (Cambia de expresión y pone
cara de habérsele ocurrido algo). ¡Un momento! ¿No será que nuestra
psicóloga se ha enamorado, por fin, y quiere saber la opinión de cada uno de
nosotros por separado, para que no nos influyan las del resto? A ver, es una
hipótesis, bastante pueril, eso sí, ahora que recapacito sobre ella...
Alessia: ¡Hombre!, no digo yo que no se haya enamorado, que lo esté o que haya
dejado de estarlo, no, pero no creo que le diera por ahí; no, tiene que ser
otra cosa, y lo que sea es importante pero no grave ni negativo, se lo noté en
la voz cuando me citó, y eso que la psicóloga es ella y no yo.
Jaime: Entonces, piensas que le ha ocurrido algo bueno, y con la suficiente
importancia como para montar todo este tejemaneje, y que lo quiere compartir
con nosotros, pero sin prisa, porque no hay urgencia…
Alessia: ¡Eso es!, quiere contárnoslo, porque es importante, pero no le urge
porque lo que sea es bueno y antes quiere sumergirnos en su juego psicológico,
como si la estuviera viendo… (Y añade, subiendo el tono
de voz) ¡Estas psicólogas!
Escena III
Se
entreabre la puerta de la consulta de Claire, aunque aún no aparece nadie.
Claire: (Su voz suena algo lejana) ¡Hasta pronto,
Lucena! Estamos en contacto.
Aparece
Claire por la puerta de su consulta, viene sola al utilizar los pacientes otra
para su salida.
Claire: (Conteniendo la risa) Sí, ¿me llamabas,
Alessia? (Y se recompone para añadir) Ya puedes
pasar, Jaime.
Jaime se
levanta, se despide de Alessia con un par de besos y desaparece con Claire tras
cerrarse la puerta de la consulta. Alessia se queda sola, pensativa, y no se
percata de que ha cerrado los ojos. Un sonido de pisadas la devuelve a la
realidad y mira hacia el pasillo de entrada esperando encontrar una cara
conocida, ¡y vaya si la encuentra!
Alessia: ¡¡¡Carlo!!!, ¿qué haces tú aquí? (Recapacita un
instante, y añade) ¡No me digas que a ti también te ha citado Claire,
porque no me lo puedo creer!
Carlo se
sienta en la silla que encuentra más alejada de Alessia.
Carlo: Ciao, cara. Yo también me
alegro de verte, her-ma-ni-ta (Remarcando cada sílaba).
Y sí, me ha llamado, aunque no me ha querido decir para qué, sólo que era
importante para ella y para mí. Si no, ¿para qué iba yo a venir a ver a una,
bueno, a casi una loquera? ¿No será que se me quiere declarar, verdad?, (Risa falsa) ¿sabes tú algo?
Alessia: (Un poco irritada) Si la conozco algo, y
créeme, la conozco bastante, tiene mucho mejor gusto que todo eso, así es que vete
quitando esa absurda idea de la cabeza. No sé por qué ni para qué te ha
llamado, pero estoy segura de que ha sido un error que ya debe estar lamentando,
o que en todo caso lamentará en breve.
Carlo: ¡Fría como los pies de un cadáver! Te has debido de tomar tu trabajo tan
en serio que ahora ni tú sientes nada, ¿verdad, doctora? Bueno, lo dicho,
hermana, ¡que yo también te quiero! (Se gira y murmura
en voz baja) Que te quiero,
¡coño!, aunque no me creas…
Alessia: (Con tono de enfado) No te he entendido lo
último, pero, ¡corta el rollo, no mezcles mi profesión de anestesista en esto!,
porque te podría decir que he tenido pacientes en quirófano que anestesiados
tenían más sensibilidad que tú, y no me refiero solo al plano físico; tú fuiste
el que jodió la relación, o sea que no me vengas con ironías ni tonterías. Yo
choqué contra un muro cada vez que quise contactar contigo después de la
separación de nuestros padres, ¿no te acuerdas? Y al final me cansé de ser la
única que intentaba arreglarlo, me cansé…
Carlo: (Cara de decepción) Pues entonces,
haberlo pensado antes de animar a mamá a irse de casa en el momento que peor lo
estaba pasando yo y que más la necesitaba a mi lado.
Alessia: (Indignada) ¿Que yo animé a mamá a qué…?
¿A irse de casa? ¡Vamos, hombre!, yo solo la apoyé una vez que ella tomó una
decisión que después confesó no haber consultado con nadie, porque a nadie se
lo tenía que consultar. Los tres nos enteramos al mismo tiempo, papá, tú y yo, créeme,
y fue a partir de ahí cuando manifesté mi opinión. En todo caso, que sepas que
yo nunca la hubiera animado a tomar esa decisión, no por ti, ¡faltaría más!, sino
por mí, y solo una vez tomada le di todo mi apoyo, porque es mi madre y merece
ser feliz; no sé de dónde sacas que yo hubiera podido tomar esa postura para perjudicarte…
Carlo se
levanta y empieza a andar de un lado a otro de la sala de espera.
Carlo: ¿Lo dices en serio?, entonces, ¿tú también hubieses preferido que mamá se
quedara aquí? ¡Joder, qué confundido y terco he estado todo este tiempo!, sin
querer saber nada más de ti, ni darte la oportunidad de que me contaras tu
versión, tu verdad, que seguro que es la verdad a secas…
Alessia se
sorprende de ver tal cambio en Carlo, que se coloca a un metro de su silla y le
mira directamente a los ojos.
Carlo: ¡Lo siento, lo siento de veras, hermana! (Alarga
los brazos hacia ella) ¿Sabrás perdonar mi torpeza, podrás perdonarme?
Alessia: (Medita unos instantes hasta que el rencor se
retira de escena) ¡Claro que sí, tonto! Anda, ven aquí y dale un abrazo
a tu hermana.
Alessia
se levanta y Carlo lo aprovecha para acercarse a ella. Se dan un sentido abrazo
que tiene sabor a reconciliación. Se separan con una sonrisa en la cara de
ambos. Se contemplan con detenimiento y a los dos les parece que el otro está
más guapo que nunca. Vuelven a sentarse.
Carlo: ¿Qué tal mi sobrino, Alessia?
Alessia: ¿Ismael?, creciendo sin nuestro permiso, está hecho todo un hombrecito a
sus once años. Pero por lo menos me queda el consuelo de que no se parece nada
a su tío… (Risas)
Carlo: ¡Pero qué tonta eres, hermana!
Alessia: ¿Y tú que me cuentas del negocio familiar, (y
añade riendo) ya lo has llevado a la quiebra?
Carlo: Pues hablando en serio, la verdad es que aún da para que comamos papá y
yo y para que él pueda enviarle la pensión a mamá, aunque no te negaré que la
crisis la hemos notado bastante y hemos tenido que ir reciclándonos; más yo que
papá, claro, que ya debería haberme dejado solo y disfrutar de su jubilación, es
que la estaba retrasando en exceso.
Alessia: ¿La estaba, quieres decir que…?
Carlo: (Interrumpiendo) ¡Perdón!, quiero decir,
la «está» retrasando.
Alessia: ¿Sabes qué, Carlo? Últimamente le he estado dando vueltas a la cabeza y
al final he llegado a relativizar el tema de la separación de papá y mamá. Me
refiero a que si ya no estaban bien juntos, si su mutua compañía les hacía infelices,
la que han tomado es la mejor decisión. (Pausa) En
cuanto a que mamá se haya ido a la tierra que la vio crecer, a su querida
Toscana y a su más querido aún Val d’Orcia, qué quieres que te diga, ahora,
pasado el tiempo, ya lo veo como algo lógico, ¿dónde encontrar un sitio mejor para
perderse a su edad que esos pueblos y esos valles que conoce y la conocen tan
bien?
Carlo: Negaré haberlo dicho, pero yo también noto que el paso de este tiempo ha
hecho que coincida contigo, hermanita; aunque muy a mi pesar, que lo sepas (Risas). Y
la verdad es que, pensándolo bien, no encuentro razón alguna para que dejaran
todo aquello de recién casados y se vinieran a instalar aquí; aunque esta sea
nuestra tierra y nos encante, aquello es un paraíso, poblado de pobres humanos
mortales, eso sí (Risas).
Alessia: Me la imagino allí, y también imagino que le encantaría que la fuéramos
a visitar; los dos juntos, quiero decir, porque ella no es tonta y captó hace
bastante lo de nuestras diferencias. (Y con el rostro
pensativo) ¿A qué madre lo le hace feliz ver a sus hijos unidos?
Carlo: (Muy sonriente) Pues no te digo yo que
no, que no organicemos un viaje el día menos pensado y nos plantemos en su casa
de sorpresa. Eso sí, iríamos en avión, yo no vuelvo a pegarme la paliza que
supone conducir atravesando casi doscientos túneles y otros tantos viaductos,
con esos carriles tan estrechos, sin casi arcén, con esa manera de conducir
suya tan…, peculiar, por no decir otra cosa…
Alessia: ¡Y que lo digas, Carlo, yo tampoco! Estoy de acuerdo contigo en todo lo
que acabas de decir. ¡Quién me lo iba a decir a mí antes de entrar a esta
consulta!
Carlo: ¡Y a mí, Alessia, y a mí!
Se abre
la puerta de la consulta y aparece Claire.
Claire: Ya puedes entrar, Alessia.
Alessia: Voy, Claire. (Y, dirigiéndose a su hermano)
Anda, acércate Carlo.
Los dos
hermanos van al encuentro el uno del otro y se funden en un abrazo; Claire
sonríe, Carlo está emocionado.
Escena IV
Alessia
y Claire desaparecen de la escena y Carlo se queda solo en la sala de espera.
Se sienta y rebobina mentalmente para intentar volver a sentir lo que acaba de
suceder allí. Al cabo de un momento oye pasos, es Maitane la que se acerca.
Maitane: ¡Hola, buenas tardes! (Saluda y se sienta en una
silla distante)
Carlo: ¡Buenas tardes, sí!
Silencio
incómodo hasta que Carlo rompe el hielo.
Carlo: ¿Problemas con algún hijo, quizá?
Maitane: ¡Oh, no! Claire, bueno, la psicóloga, que me ha citado a las cinco menos
veinte. Es amiga, aunque no me ha dicho qué quiere…
Carlo: ¿A usted también?, pues ya somos tres por lo menos, porque Alessia, mi
hermana, está dentro. Acaba de entrar con algo de retraso; fíjese que yo tenía
que haber entrado a las cuatro y media y ya son casi menos veinte…
Maitane: ¡Alessia, claro!, ahora recuerdo su cara. Hace un par de años usted fue
en alguna ocasión a recoger a su sobrino Ismael a la clase de Lucena, que es
amiga de las dos y compañera mía. (Y cambiado el gesto
a uno de enfado) Por cierto, su hermana le dijo que usted no se comportó
nada bien cuando sus padres se separaron…
Carlo: Eso fue solo un malentendido; por suerte, ya lo hemos arreglado aquí
mismo antes de que ella entrara a la consulta. Y es que el asunto parecía más
grave de lo que en realidad era; fíjese, cinco minutos escasos han bastado para
eliminar los nubarrones que nos impedían ver, aunque he de reconocer que casi
toda la culpa fue mía. (Y pensando en voz alta, añade)
Por qué no se hablarán más las cosas, por
qué…
Maitane: (Con la expresión relajada, sin gesto alguno de
enfado) O sea que esta bruja de Claire ha citado a gente de su entorno,
imagino que habrá anulado todas las citas de hoy porque ni siquiera la
secretaria está en su puesto de la entrada. ¿¡Qué estará tramando!?
Carlo: Pues yo no sé nada, hace siglos que no la veo y esta llamada me ha
extrañado más que si el Atlético hubiera ganado la Champions.
Maitane: ¿Qué?
Carlo: No, nada, era un símil futbolís...
Maitane: (Cortando a Carlo) Sí, eso ya lo sé;
quiero decir que qué es lo que insinúa, ¿acaso que el Atlético no puede ganar
la Champions? (Y rompe en carcajadas) ¡Era
broma, yo también empiezo a creerlo!
El
ambiente se ha relajado tanto que se intuye el tuteo.
Carlo: O sea que sigue el fútbol, y al Atlético, por lo que veo.
Maitane: Algo, a la fuerza, por mi marido. Y creo que será mejor que me tutees…
Carlo: Lo haré solo si lo haces tú. ¿Tu marido es del «Aleti»?
Maitane: Era, falleció en un accidente de tráfico.
Carlo: ¡Cuánto lo siento! Creo que ha sido una torpeza por mi parte sacar el
tema del fútbol, aunque yo no pudiera saber que…
Maitane: ¡No pasa nada! En efecto, tú no tenías por qué saberlo; además, yo ya me
esfuerzo día a día por superarlo, aunque los recuerdos estén ahí para siempre,
han sido muchos años juntos y dos hijos en común. Pero deberías saber que tanto
tu hermana Alessia como sus amigas Claire, Evita y Lucena, mi compañera en el
colegio, me acogieron en los momentos más duros en el seno de su grupo de
amigas y me integraron en él como una más, como si llevara toda la vida con
ellas, que sí la llevan juntas.
Carlo: En todo caso, siento de veras haber traído a tu memoria todos esos
recuerdos. Estarás lamentando tu mala suerte por haberte tocado conmigo en la
sala de espera. (De repente su rostro se vuelve más
serio) Un momento, espera, quizá no te haya tocado conmigo. Si Claire ha
citado a su entorno más próximo, para lo que sea, ya nos enteraremos, quizá ha
hecho que a mí me toque contigo, la única amiga del grupo de mi hermana que no
conocía, para que ya no sea así, piénsalo…
Maitane: Tiene sentido. Si ha citado a quienes yo imagino, solo tú y yo no nos
conocíamos, y por qué no empezar a romper el hielo en esta sala de espera de
donde pronto saldrás tú y a donde puede que llegue otra persona. ¿Quiénes
faltarán por pasar? Pero no tengamos prisa, supongo que todo a su debido
tiempo, ¿no crees?
Carlo: Sí, lo que sea ya sonará. De momento me alegro de haberte conocido, y espero
que ya no pienses de mí lo que parece que pensabas hasta esta mañana. (Sonrisa relajada)
Maitane: Puedes estar tranquilo. Y yo también celebro haberte conocido en estas
nuevas circunstancias de vuestra relación, quiero decir ahora que Alessia y tú
ya estáis bien.
El silencio
vuelve a apoderarse de la estancia, hasta que aparece Claire para llamar a
Carlo.
Claire: Carlo, ¿puedes venir conmigo, por favor?
Carlo: Ya voy. (Y mirando a Maitane) Espero que
hasta pronto, Maitane, encantado otra vez.
Escena V
Maitane: (Sumergida en sus pensamientos, no se percata de
que despide a Carlo cuando ya no está) Sí, lo mismo te digo, Carlo. (E intenta imaginar quién llegará ahora al gabinete, suponiendo
que ella no sea la última)
Quiere
pensar que sabe la respuesta y se le ilumina la cara cuando oye unos pasos
acompañados del aroma de un perfume que conoce bien. Darío entra a la sala de
espera y observa a Maitane que lo mira de frente.
Darío: ¡Maitane, tú aquí! (Pausa) ¿Sabes si ha
llamado Claire a más gente de nuestro entorno? (Toma
asiento a su lado e intenta acariciar su mano, pero ella esquiva la suya)
Maitane: ¡No, aquí no, Darío, no estoy cómoda!
Darío: ¿Qué pasaría si nos vieran?, no estamos cometiendo ningún delito…
Maitane: (Cortando a Darío) No, por supuesto, pero
necesito algo más de tiempo, por favor.
Darío: (Carraspea y cambia de tema) ¿Y, qué me
dices, qué sabes?
Maitane: Nada, aparte de que dentro de la consulta está ahora mismo Carlo, ya
sabes, el hermano de Alessia (Darío asiente con la
cabeza), y antes que él ella misma. O sea que al menos cuatro personas
del entorno de Claire; no es casualidad, supongo que nos habrá llamado a todos.
(Pausa) Porque a ti también te ha llamado, ¿no
es cierto?
Darío: Tan cierto como que estoy enamorado de ti hasta las trancas desde la
primera vez que te vi. Esto me huele a… bueno, a nada, ahora no puedo pensar
bien, eso es lo cierto; teniéndote delante no lo puedo hacer con normalidad. (Sonrisa de complicidad)
Maitane: No seas bobo, no hay para tanto.
Darío: No habrá para tanto para ti, pero no creo que tengas que decirme cómo me
siento o me dejo de sentir yo. (Teatralizando cierto
tono de reproche)
Maitane: No te enfades ahora conmigo, además por nada…
Darío: No estoy enfadado, es que me gustaría ver en ti lo mismo que en mí, nada
más. Pero no te preocupes, tendrás tu tiempo, el que me pediste. Dejémoslo ahí.
(Tos y pausa) ¿¡Qué estará tramando nuestra
psicóloga particular!?
Maitane: ¡Qué más quisiera saber yo! Aunque no sé si me intriga más eso o saber
cómo acabará lo nuestro.
Darío: Ya te lo digo yo: «… y comieron perdices.» (Sonrisa de
oreja a oreja)
Maitane: ¡No te rías de mí!, estoy hablando en serio.
Darío: Y yo, y yo, más en serio que
nunca. Sé que lo nuestro saldrá bien, dure el tiempo que dure, porque yo
ya tengo una edad…
Maitane: ¡Anda, no digas tonterías, si estás hecho un chaval!
Darío: Ya, pero se acerca el invierno a mi vida…
En ese
momento llega a la consulta Evita y encuentra a los dos con la discusión
anterior.
Maitane: ¡Evita!, deja que lo adivine: llegas pronto, ¿no?, porque Claire te
habrá citado…, cuándo, ¿a las cinco?, ¿me equivoco?
Evita: (Mientras se sienta) No te equivocas,
pero estaba tan ansiosa por saber qué demonios pasa que me he venido con tiempo
de sobra. (Apuntando con la barbilla a la puerta de la
consulta) ¿Sabéis quién está ahí dentro?
Maitane: Está Carlo, y antes que él estuvo Alessia. Al final pasaremos todos, ya
veremos para qué.
Evita: ¡Pues eso parece! (Se levanta, nerviosa, y da un
par de vueltas por la sala) ¡Joder!, estoy tan nerviosa que hoy ni he
comido. Tanto misterio, el exigir tanta puntualidad, y esa sonrisita que se le
notaba a Claire, ¿lo notasteis vosotros también?
Darío: Yo sí, por lo menos parece que mala no va a ser la sorpresa.
Maitane: También yo, y quise saber el porqué de esa risita pero no hubo manera,
me dijo que eran imaginaciones mías y me colgó, así sin más.
Evita: (Sentándose de nuevo) No podemos negar
que el asunto es raro de coj…, ¡perdón, qué modales los míos! Raro de narices,
quería decir.
Darío: (A Maitane) Seguimos más tarde con la
conversación, Maitane, y así me repites eso de que estoy hecho un chaval.
Maitane: Es que lo estás, a que sí, Evita…
Evita: (Mirando primero a Maitane y después a Darío)
¡Cierto!, solemos comentar las chicas lo bien que os conserváis ahora los
hombres maduros de nuestro entorno.
Darío: ¿Maduros, yo maduro?, (Entre risas) ¡a
que te prohíbo la entrada al restaurante…! (Más risas
de los tres)
Escena VI
Aparece
en escena Claire. Repara en Evita y mira su reloj…
Claire: ¡Hola, chicos! Evita, ¿no llegas muy pronto? Por cierto, ¿he oído
restaurante?, no tengo mucha hambre, aún es pronto, pero si hay que ir ya… (Risas) Bueno, ya me pongo seria. ¿Me acompañas,
Maitane?
Maitane
se retira de la escena junto con Claire que mira de reojo a Evita cuando esta
se queda en la sala de espera con Darío.
Evita: (Removiéndose en su silla) ¡Y esta
Claire, tan tranquila, oye, como somos nosotros los que no sabemos de qué va
esto…!
Darío: Relájate, Evita, no te vaya a dar algo. No hay que darle demasiadas
vueltas a la cabeza para intuir que no pasa nada malo, más bien al contrario,
¿no lo has visto en su cara?
Evita: (Inspirando y expirando con fuerza) Vale,
ya te hago caso. (Adelantando el cuerpo en su silla
hacia él) Y por cierto, ¿qué es eso de los piropos, me estoy perdiendo
algo?
Darío: No es nada, simple cortesía hacia un hombre maduro por parte de una
admiradora. (Carcajadas de Darío que contagia a Evita)
Evita: Vale, ahora ya sé que sí me estoy perdiendo algo pero que no debo preguntar;
no te preocupes, no lo haré, ya me enteraré a su debido tiempo, ¡a que sí!
Darío: La verdad es que nada me gustaría más (Pausa,
pensativo), nada desearía más. (Guiño que es
toda una confidencia)
Evita: (Cambiando de tema) ¿Qué tal el trabajo,
seguís teniendo tanto como siempre? Nosotras quizá vayamos a visitaros, la
semana próxima tenemos cena de amigas.
Darío: Pues sí, lo cierto es que no nos podemos quejar. Bueno, ¡Jaime no se
puede quejar! (Risas por parte de los dos) Y tú,
¿sigues calzando al pueblo de Irún?
Evita: Me alegro que os siga yendo bien; y sí, sigo calzando a medio Irún, yo
también tengo mucho trabajo, como estoy sola…
Darío: O sea que tus jefes siguen sin atender a tu demanda de ayuda. Vamos, que
no contratan a nadie más y tú tienes que lidiar con todo sola…
Evita: (Encogiéndose de hombros) ¡Pues sí, qué
se le va a hacer! Mientras no encuentre algo mejor tocará aguantar ahí. Una
cosa, acaba de ocurrírseme: ¡no estaréis buscando una buena cocinera para el
restaurante, por casualidad!..., ¿verdad?
Darío: Pero, ¿tú eres cocinera?; quiero decir, a nivel profesional…
Evita: No, claro que no. (Gesto de no entender nada en
Darío) Pero aprendo rápido, ¡ponedme de pinche en la cocina, ya veréis…!
Darío: Oye, todo es comentárselo a Jaime, aunque desde ya te advierto que el
sueldo de pinche no será nada del otro mundo.
Evita: ¿Es que te crees que ahora tengo un sueldo de ejecutiva?, si me dan poco
más que el salario base…
Darío: Pues no se diga más, a la noche se lo comento a Jaime y te decimos algo.
Sería curioso que acabaras trabajando con nosotros después de las vueltas que
has dado por ahí, porque al final llegaste a dar una vuelta al mundo, ¿no es
cierto?
Evita: Sí y no. Te explico. Sí he dado la vuelta al mundo, pero no una vez sino
dos; por cierto, en la segunda me acompañó Claire, ¿lo sabías?
Darío: Pues no. ¡Qué calladito lo teníais, parejita!
Evita: (Sorprendida) ¿Qué insinúas con lo de
parejita?
Darío: Nada, mujer, es una forma de hablar, una broma como otra cualquiera, inocente.
¡No fastidies que te sienta mal…!
Evita: Es que… a veces creo que os lo ha contado a todo el mundo, y no sé qué
pensar sobre ello…
Darío: ¿Contado, qué…, quién? (Con cara de asombro)
¡Me estás liando, no sé a qué te refieres!
Evita: Pues vale, si es así, mejor que mejor… (Y
negando con la mano) Olvida el comentario, yo no te he dicho nada.
Darío: Sí, será mejor, no tengo la cabeza ahora para jeroglíficos. (Evita sonríe aliviada) Bueno, supongo que ya no
tardaré en entrar, tengo ya ganas de acabar con este misterio y volver a la
rutina.
Evita: ¡Pues anda que yo…! Pero al menos ya no estoy tan nerviosa como cuando
llegué, gracias por tranquilizarme, Darío.
Darío: De nada, (y con una reverencia teatral)
siempre a sus pies.
Escena VII
Justo en
ese momento Claire entra en la sala de espera.
Claire: Bueno, Darío, te llegó el turno, ¿me acompañas? (Y
mirando a su amiga) Evita, en breve estoy contigo.
Claire y
Darío entran en la consulta y Evita se queda sola en la sala de espera. Mira en
su móvil buscando la hora, y lo vuelve a mirar porque no se acuerda si lo ha
hecho antes; y en todo caso si lo ha hecho no recuerda qué hora es. Se levanta
de la silla y da unas cuantas vueltas por la estancia, algo más nerviosa que
hace unos momentos; bastante más nerviosa al cabo de unos instantes. Pega un
largo trago del botellín de agua que lleva en el bolso y vuelve a sentarse.
Vuelve a mirar el móvil, busca en su agenda y llama a uno de sus contactos. Hay
línea: un tono, dos tonos, tres tonos… «¡Evita!, ¿qué me
cuentas?», se oye al otro lado de la línea.
Evita: ¡Hola,
Lucena!, estoy en la consulta de Claire, me ha citado para no sé qué; pero qué
tonta, seguro que a ti también, como a todos, ¿no? (Escuchando
la respuesta de Lucena) O sea que sí, y hace casi tres cuartos de hora
que saliste de aquí, con razón no nos hemos cruzado… (Escuchando
a Lucena) Vale, es secreto, no te preguntaré nada entonces. Oye, Lucena,
esto no tiene nada que ver, y te va a sorprender, pero tengo que preguntártelo:
¿te ha dicho Claire algo de mí, esta tarde o en alguna otra ocasión anterior? (Escuchando de nuevo) ¿No?, vale, estupendo, no
esperaba menos de ella, no sé por qué me entró la duda. (Escuchando de nuevo) Si es que es una tontería, pero lo hemos
mantenido en secreto, por lo menos en mi caso por vergüenza… (Lucena insiste desde el otro lado de la línea) Bueno,
a ver cómo te lo digo… (Se anima porque sigue sola en
la sala de espera, aunque baja el tono de voz)
»¿Recuerdas cuando nos fuimos las dos a dar la vuelta al mundo?, lo pasamos
muy bien, tuvimos todo tipo de experiencias, a cual más recordable, si es que
este palabro se puede decir, y volvimos entusiasmadas por todo lo vivido; pero
yo me traje además un sentimiento de culpa y vergüenza que no he sido capaz de
quitarme durante todos estos años.
»Verás… ya sabes lo cariñosa que me pongo con un par de copitas, pues
en una cena especial que tuvimos en la selva del Amazonas me enchispé un
poquito y entre eso, los calores, las danzas, la emoción de lo desconocido…, a
mí me gustan los chicos, es bien sabido, pero le planté un beso en los labios a
Claire; ella no me lo devolvió, es cierto, pero tampoco se retiró, como si no
le hubiera disgustado. A partir de ese momento, no me miró de forma distinta ni
me mencionó el incidente jamás; es como si para ella nunca hubiera ocurrido, pero
para mí es una losa que ya no sé cómo llevar. No le digas nada de esto a
Alessia ni a Maitane, ya buscaré yo el momento oportuno para hacerlo, ahora que
ya he dado el primer paso. (Pausa en la que parece que no
quisiera hablar ninguna de las dos)
»¿No vas a decirme nada? (Pausa, escuchando a
Lucena) Entiendo que te haya sorprendido y te agradezco un montón que me
animes diciéndome que no tiene importancia. Eres una buena amiga. ¡Te quiero,
Lucena!
En ese momento hace aparición Claire que, luciendo su
mejor sonrisa, se dirige a Evita…
Claire: (Seria) ¡Esas cosas no me las dices a mí!, vas a hacer
que me ponga celosa… (Silencio incómodo) Bueno,
¿quieres pasar, por favor?
Evita: (Levantándose) ¡Voy!, (y con confianza)
y que sepas que a ti también te quiero, ¿¡cómo no te voy a querer con lo que tú
y yo hemos vivido!? (Le guiña un ojo y a Claire le
cambia el semblante)
Las dos
amigas desaparecen tras la puerta de la consulta, con lo que acaba el primer
acto.
(Continúa...)
(Continúa...)
© Patxi Hinojosa Luján
(28/06/2017)
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