De repente, y en cuestión de unos pocos
minutos, uno sumó casi mil piezas nuevas, el otro más de dos mil. Los puzles
que ambos intentaban terminar antes que su oponente estaban continuamente rellenándose,
aunque muy lejos aún de su finalización. Pero este había sido un día muy
productivo por una acción tan violenta como inesperada, lo que justificaba ese
aumento tan repentino como importante, aunque todo esto relativamente...
Ambos llevaban casi toda una eternidad
con esa rivalidad que consistía en atraer para su bando al mayor número posible
de piezas e incorporarlas en sus respectivos puzles. Piezas que no eran sino
las almas de los humanos fallecidos y que, sin ningún pudor, diferenciaban en
«puras» e «impuras», así, sin mayores matices. Lógicamente Satanás se quedaba
con estas últimas y Dios con las sobrantes, las primeras. Solían presumir a
menudo de una supuesta ventaja que nunca era estable por esa alternancia que
era una realidad debido al cambio constante de cifras.
Pero un determinado día, y tras años de
meditación y duda, Dios estuvo a punto de «tirar la toalla»; últimamente, sus
números aumentaban en mucha menor cantidad que los de Satanás y de seguir las
cosas por esos derroteros, este acabaría ganando el desafío de completar su
puzle en primer lugar. Menos mal que en el último suspiro entendió lo que
pasaba: no en vano, y debido a la crisis globalizada, muchísimos ciudadanos
optaban ya por incorporarse a la clase política para garantizarse una
tranquilidad económica, en algunos casos a cualquier precio moral. Y eran
precisamente estos «últimos casos» los que desequilibraban definitivamente la
balanza al aumentar de forma casi exponencial. Tarde se dio cuenta de ello Dios
por lo que no tuvo opción ni de preverlo ni de evitarlo, pero sí de aparentar
tranquilidad a la espera de encontrar ese «as en la manga» que otras veces le
había funcionado tan bien. Satanás, un vez más, había jugado con ventaja al inventarse
esa «figura» con la que creyó que conseguiría el equivalente a un «jaque mate»…
que no llegó. Que no podría llegar nunca…
Al estar tan concentrados en su desafío, no
caían en la cuenta de que su juego no acabaría jamás al estar condenada la
humanidad a repetir sus aciertos y a cometer los mismos errores una y otra vez,
eternamente, porque, contrariamente a la creencia religiosa más extendida, había
sido creada a imagen y semejanza de… «La extraña pareja».
Patxi Hinojosa Luján
(01/06/2014)
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