Te inclinaste hacia atrás en tu silla
mientras cruzabas los dedos de ambas manos por detrás de tu nuca en un claro
gesto de satisfacción, que también fue evidente por la amplia sonrisa que
esbozaste. Por fin habías acabado: ofrecías ya tus servicios en el portal de
internet que tú mismo habías diseñado. Ahora solo quedaba esperar a que alguien
te localizara en él, solicitara tus servicios, y así poder empezar a realizar
los trabajos para los que te ofrecías con, decías, precios asequibles.
Antes de que, después de la escena
anterior, pudieras ni siquiera tomarte un refresco a gusto, oíste el sonido que
habías programado como alerta acústica, lo que significaba que te había llegado
un primer mensaje a la recién creada página. Con rapidez, debido a la expectante
curiosidad que te invadía, dejaste el botellín que te disponías a vaciar en un
par de tragos por la sed que habías acumulado, y fuiste directo al monitor. Leíste
con atención el texto, lo volviste a leer y, dubitativo, después de un par de
minutos de indecisión, respondiste afirmativamente a la petición que se te
acababa de hacer, a la par que cambiabas el sonriente semblante de hacía unos
pocos instantes por uno mucho más serio y que denotaba preocupación e
inseguridad. Pero te habías comprometido, por lo que te preparaste a conciencia
teniendo muy en cuenta todos los datos e indicaciones que se te habían
ofrecido.
El encargo para el que se te había
requerido era muy urgente; cargaste en una bolsa de deporte negra todo lo
necesario e imprescindible y bajaste a la calle dispuesto a coger tu coche y
dirigirte a la dirección indicada lo antes posible. Como no había tiempo que perder,
mientras conducías repasabas mentalmente todo el proceso a seguir para que
ninguna duda te asaltara al llegar al destino donde tendrías que realizar el
trabajo para el que habías sido contratado. Parecía que tu cerebro iba tan
fluido como el tráfico, por lo que en breves momentos llegarías, realizarías tu
trabajo, y te volverías a tu casa «tan campante». Habrías ya tenido la ocasión
de estrenarte en tu nuevo trabajo, gracias a las nuevas tecnologías… ¡qué buen
invento esto de internet!, pensaste, aunque la mente se te fue enseguida hacia
otros menesteres.
Al
llegar al sitio indicado, gracias a las exactas indicaciones de tu contratante,
mientras bajabas del coche con la bolsa, la localizaste: estaba cuidando su
jardín y observaste que a su alrededor no faltaban ni las tijeras de podar, ni la
manguera de regar, o el resto de aperos necesarios prestos a ser utilizados en
cualquier momento. A pesar de vestir gastadas ropas de jardinería, las portaba
con un estilo tan elegante que por un momento olvidaste porqué estabas allí; pero
es que, a decir verdad, era esbelta, bella como un ángel, con un largo cabello
rubio recogido en una larga coleta, y unos ojos verde-azulados que te podrían
hechizar con tan solo mirarte fijamente un instante, lo que parece ser que
ocurrió también contigo...
Cuando por fin pudiste zafarte del
embrujo al que estabas siendo sometido, volviendo la mirada para otro lado, y no
sin gran esfuerzo, te retiraste de la escena lo más discretamente posible, lo
que no evitó que ella te saludara amablemente como se saluda a alguien que pasa
cerca de tu casa, y te dispusiste a dirigirte hacia tu hogar con toda la
celeridad de que fuiste capaz.
Lo habías decidido en ese segundo
mágico, no realizarías ese encargo… ni ningún otro similar. Es más, en cuanto
llegaras a casa, y sin mirar siquiera si durante tu ausencia pudieran haber
entrado más solicitudes, te dispondrías a hacer desaparecer de la red cualquier
rastro que pudiera indicar que en algún momento tu creativa página web, alojada
en las capas bajas solo visibles tras búsquedas muy específicas y complejas,
hubiera podido llegar a existir. Necesitabas, con urgencia, un cambio de registro.
*
Pero, ¿qué esperabas, hombre de Dios?, ¿que
lo de matón por encargo, para ganar dinero rápida y fácilmente, se te iba a dar
bien a ti?, ¿a ti que, sin ir más lejos, ayer te pasaste cinco minutos llorando
sin consuelo posible al escuchar la frase final de «Las normas de la casa de la
sidra»… ?
¡¡¡Hay que ver el daño que puede hacer la
televisión y lo que puede llegar a atontar!!!
© Patxi Hinojosa Luján
04/11/2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario