Ríos y bosques, regatos y montes, lagos
y valles, todas estas maravillas de la Naturaleza y alguna más, habían sido, y
seguirían siendo hasta que las fuerzas y los ánimos aguantaran, testigos de su
aventura, el recorrido de un camino por el que perderse huyendo de la cotidianidad,
hasta encontrarse a sí mismo al poder llegar a mirar en su más profundo
interior espiritual.
Estaba siendo esta experiencia,
emprendida en solitario aunque en pocas ocasiones lo llegaría a estar realmente,
altamente gratificante a pesar de algunos pequeños inconvenientes, que siempre
los hay y que incluso ayudan a que el recuerdo, cuando se ve todo desde la
perspectiva que otorga el paso del tiempo, sea aún más entrañable y motivo de
enorgullecimiento. Como cuando los varones ya entrados en años relatan sus
batallitas durante la mili, más o menos…
Pero, como dijo alguna vez un hombre
sabio, siempre hay que contar con los inconvenientes, que llegan con todo
sigilo cuando tenemos la guardia baja, en la gran mayoría de las ocasiones. Y
en el caso de nuestro emprendedor protagonista, por suerte o por desgracia para
él no iba a producirse ninguna excepción…
***
Visiblemente cansado física y
emocionalmente, acabó su periplo dando con sus huesos en la puerta de una
pequeña panadería de barrio de esas en las que aparte de pan puedes encontrar
casi cualquier cosa que necesites para casa. También se le veía nervioso y hastiado.
Buscaba un albergue que le habían indicado días atrás para cuando llegara a esa
plaza, destino final de su viaje, pero las indicaciones que recibió de los transeúntes
con los que se cruzó, todas incomprensiblemente erróneas, solo consiguieron que
fuera de un lado para otro sin lograr su objetivo, aumentando innecesariamente el
kilometraje del día, cada vez más desorientado y fatigado. Para colmo, la «mierda
de la mochila», como empezaba ya a calificarla, pareciera que pesaba el doble
que cuando empezó su andadura y le tenía la espalda machacada, tan dolorida que
hasta temía el momento de hacer el gesto de quitársela de encima.
Entró.
—¿Podría indicarme, por favor, dónde se
encuentra esta calle?—dijo mostrándole a la dependienta la página donde aparecía el nombre en su
guía de viaje —estoy buscando el albergue municipal.
—La calle está aquí a la vuelta, le
podría indicar dónde, pero ese albergue ya no funciona como tal, ahora es un
hotel, mucho más caro, lógicamente…
— ¡Lo que me faltaba! —dijo él
visiblemente preocupado— esta mañana he perdido, o me han robado, no sé, la
cartera con todo el dinero y documentación que llevaba, salvo la credencial del
Camino de Santiago, y esperaba que con ella me pudieran acoger esta noche en el
albergue. Mañana ya me vuelvo para casa, menos mal que el billete de tren lo
compré con antelación y lo tenía en otro bolsillo…
***
Unos
días antes, nuestra dependienta se llevó un susto monumental al haber sido
atracada a punta de cuchillo de cocina, de los grandes, cuando no había nadie
más en la tienda y justo se disponía a cerrar. Afortunadamente, el ladrón solo
se llevó algo más de cien euros cuando salió corriendo de allí; ella, el susto
y el recuerdo que le quedará de por vida, esperemos que como una simple
anécdota. Desde entonces, y siempre que él puede, antes de cerrar recibe la
visita de su pareja que, a modo
disuasorio más que intimidatorio, se deja ver en la puerta de la tienda, unos
ratos dentro, otros fuera.
***
Nuestro aventurero, desanimado, aprovechó
ese momento de bajón para relajar su cuerpo apoyando la espalda con la mochila
contra el lateral de una cámara frigorífica. Mientras, intentaba tomar una
decisión, mas su mente en blanco se lo impedía.
Simultáneamente, ella miró a los ojos a
su marido demandando algo, a lo que él respondió con una ligera inclinación de
su barbilla, imperceptible para el caminante. Al observar la respuesta, esbozó
una sonrisa por comprobar que su idea había sido bien acogida.
—Si le apetece, podría pernoctar en
nuestra casa, nosotros con mucho gusto se la ofrecemos —dijo ella— y así podrá
asearse, compartir con nosotros la cena y descansar, que buena falta le hará
después de tanto desgaste de suela.
No hizo falta una respuesta verbal por
parte del invitado, su gesto de recobrada relajación y satisfacción le delataba
y…
***
… mi marido se apresuró a liberar su
espalda de la pesada carga que suponía la enorme mochila, cargada hasta los
topes para tan largo viaje. La colocó en el maletero de nuestro coche a la par
que le invitaba a entrar en él mientras ambos esperaban a que yo cerrara la
tienda bajo su atenta mirada, cada uno por un motivo…
Ya en casa, se escenificó el ritual de
cada fin de etapa tardío del Camino: aseo, orden en la mochila, cena, tertulia
posterior de confraternización y descanso. La tertulia estaba casi asegurada, a
pesar del cansancio del agradecido peregrino: nosotros dos también hemos hecho
el Camino de Santiago y eso une mucho, sobre todo a la hora de compartir
experiencias.
Ya eran casi las dos de la madrugada
cuando apuramos el último chupito de un licor de naranja preparado por mí y nos
retiramos a descansar; nuestro invitado, al retirarse a la habitación, libre esos
días, de nuestro hijo mayor, no paraba de agradecernos todo lo humano y lo
divino, me temo que el poco alcohol que había ingerido le había afectado más de
lo normal por su cansancio...
***
Esta mañana, un tren parte temprano con
destino a París. En él viaja un hombre nuevo por todo lo que ha vivido en el último
mes, pero también un hombre agradecido y feliz por cómo ha acabado su último día.
Mientras se acomoda en su asiento dispuesto a disfrutar del viaje de regreso a
su hogar, se relaja dejando volar un instante su imaginación. Al regresar al
mundo real, no sabe por qué pero dirige su mirada a la balda en que reposa la
mochila, y repara en un bolsillo de la misma que tenía olvidado.
Decide no abrirlo para así mantener la
intriga al máximo, aunque está seguro de lo que encontrará en él cuando lo abra,
y da gracias a su dios por ser tan despistado…
© Patxi Hinojosa Luján
(25/11/2014)
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