martes, 25 de noviembre de 2014

El Camino



       Ríos y bosques, regatos y montes, lagos y valles, todas estas maravillas de la Naturaleza y alguna más, habían sido, y seguirían siendo hasta que las fuerzas y los ánimos aguantaran, testigos de su aventura, el recorrido de un camino por el que perderse huyendo de la cotidianidad, hasta encontrarse a sí mismo al poder llegar a mirar en su más profundo interior espiritual.

       Estaba siendo esta experiencia, emprendida en solitario aunque en pocas ocasiones lo llegaría a estar realmente, altamente gratificante a pesar de algunos pequeños inconvenientes, que siempre los hay y que incluso ayudan a que el recuerdo, cuando se ve todo desde la perspectiva que otorga el paso del tiempo, sea aún más entrañable y motivo de enorgullecimiento. Como cuando los varones ya entrados en años relatan sus batallitas durante la mili, más o menos…

       Pero, como dijo alguna vez un hombre sabio, siempre hay que contar con los inconvenientes, que llegan con todo sigilo cuando tenemos la guardia baja, en la gran mayoría de las ocasiones. Y en el caso de nuestro emprendedor protagonista, por suerte o por desgracia para él no iba a producirse ninguna excepción…

***

       Visiblemente cansado física y emocionalmente, acabó su periplo dando con sus huesos en la puerta de una pequeña panadería de barrio de esas en las que aparte de pan puedes encontrar casi cualquier cosa que necesites para casa. También se le veía nervioso y hastiado. Buscaba un albergue que le habían indicado días atrás para cuando llegara a esa plaza, destino final de su viaje, pero las indicaciones que recibió de los transeúntes con los que se cruzó, todas incomprensiblemente erróneas, solo consiguieron que fuera de un lado para otro sin lograr su objetivo, aumentando innecesariamente el kilometraje del día, cada vez más desorientado y fatigado. Para colmo, la «mierda de la mochila», como empezaba ya a calificarla, pareciera que pesaba el doble que cuando empezó su andadura y le tenía la espalda machacada, tan dolorida que hasta temía el momento de hacer el gesto de quitársela de encima.

       Entró.

       —¿Podría indicarme, por favor, dónde se encuentra esta calle?—dijo mostrándole a la dependienta la página donde aparecía el nombre en su guía de viaje —estoy buscando el albergue municipal.

       —La calle está aquí a la vuelta, le podría indicar dónde, pero ese albergue ya no funciona como tal, ahora es un hotel, mucho más caro, lógicamente…

       — ¡Lo que me faltaba! —dijo él visiblemente preocupado— esta mañana he perdido, o me han robado, no sé, la cartera con todo el dinero y documentación que llevaba, salvo la credencial del Camino de Santiago, y esperaba que con ella me pudieran acoger esta noche en el albergue. Mañana ya me vuelvo para casa, menos mal que el billete de tren lo compré con antelación y lo tenía en otro bolsillo…

***

       Unos días antes, nuestra dependienta se llevó un susto monumental al haber sido atracada a punta de cuchillo de cocina, de los grandes, cuando no había nadie más en la tienda y justo se disponía a cerrar. Afortunadamente, el ladrón solo se llevó algo más de cien euros cuando salió corriendo de allí; ella, el susto y el recuerdo que le quedará de por vida, esperemos que como una simple anécdota. Desde entonces, y siempre que él puede, antes de cerrar recibe la visita de su pareja que, a  modo disuasorio más que intimidatorio, se deja ver en la puerta de la tienda, unos ratos dentro, otros fuera.

***

       Nuestro aventurero, desanimado, aprovechó ese momento de bajón para relajar su cuerpo apoyando la espalda con la mochila contra el lateral de una cámara frigorífica. Mientras, intentaba tomar una decisión, mas su mente en blanco se lo impedía.

       Simultáneamente, ella miró a los ojos a su marido demandando algo, a lo que él respondió con una ligera inclinación de su barbilla, imperceptible para el caminante. Al observar la respuesta, esbozó una sonrisa por comprobar que su idea había sido bien acogida.

       —Si le apetece, podría pernoctar en nuestra casa, nosotros con mucho gusto se la ofrecemos —dijo ella— y así podrá asearse, compartir con nosotros la cena y descansar, que buena falta le hará después de tanto desgaste de suela.

       No hizo falta una respuesta verbal por parte del invitado, su gesto de recobrada relajación y satisfacción le delataba y…

***

       … mi marido se apresuró a liberar su espalda de la pesada carga que suponía la enorme mochila, cargada hasta los topes para tan largo viaje. La colocó en el maletero de nuestro coche a la par que le invitaba a entrar en él mientras ambos esperaban a que yo cerrara la tienda bajo su atenta mirada, cada uno por un motivo…

       Ya en casa, se escenificó el ritual de cada fin de etapa tardío del Camino: aseo, orden en la mochila, cena, tertulia posterior de confraternización y descanso. La tertulia estaba casi asegurada, a pesar del cansancio del agradecido peregrino: nosotros dos también hemos hecho el Camino de Santiago y eso une mucho, sobre todo a la hora de compartir experiencias.

       Ya eran casi las dos de la madrugada cuando apuramos el último chupito de un licor de naranja preparado por mí y nos retiramos a descansar; nuestro invitado, al retirarse a la habitación, libre esos días, de nuestro hijo mayor, no paraba de agradecernos todo lo humano y lo divino, me temo que el poco alcohol que había ingerido le había afectado más de lo normal por su cansancio...

***

       Esta mañana, un tren parte temprano con destino a París. En él viaja un hombre nuevo por todo lo que ha vivido en el último mes, pero también un hombre agradecido y feliz por cómo ha acabado su último día. Mientras se acomoda en su asiento dispuesto a disfrutar del viaje de regreso a su hogar, se relaja dejando volar un instante su imaginación. Al regresar al mundo real, no sabe por qué pero dirige su mirada a la balda en que reposa la mochila, y repara en un bolsillo de la misma que tenía olvidado.

       Decide no abrirlo para así mantener la intriga al máximo, aunque está seguro de lo que encontrará en él cuando lo abra, y da gracias a su dios por ser tan despistado…

© Patxi Hinojosa Luján
(25/11/2014)       

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