jueves, 20 de noviembre de 2014

Mi vecino


       A base de haber observado en bastantes ocasiones ya el mismo ritual, hace tiempo que empecé a prestarle una especial atención. Suelo cruzármelo en el portal que comparten nuestras viviendas, a la hora que se supone que ya debería de haber pasado el cartero. Y siempre presencio la misma escena: él, mi desconocido vecino de arriba, puesto que nunca nos hemos presentado y no hemos tenido la menor relación si exceptuamos los saludos de cortesía, abre su buzón para comprobar que, como mucho, hay alguna que otra factura, de esas que nos amenazan y atenazan con bastante frecuencia, aparte de la propaganda de rigor que nunca falla. Nada más, parece que no llega nunca la misiva que intuyo conseguiría cambiarle la única expresión que hasta ahora le conozco, esa de tristeza y melancolía, a otra más alegre y optimista. La ceremonia acaba con todos esos sobres y folletos de nuevo en el buzón, ya los recogerá a la vuelta del triste paseo que dará con su triste mascota, que pareciera imitar con la expresión de su mirada a la de su amo.

       Y este es un tema que empieza a preocuparme, puesto que ya lo interiorizo como propio, tal es la angustia que, desde que hace unos pocos días cruzamos casualmente las miradas, vi y ya desde entonces veo siempre reflejada en la suya. Mal de amores, me digo que podría ser, no se me ocurre pensar en esos momentos que pudiera haber otra causa, otro origen para su, imagino, desgraciada vida; nuevamente mi intuición trabaja por su cuenta, ignorante de su posible acierto o desacierto…

       Dejo pasar unas semanas, ejerciendo siempre una discreta vigilancia a la zona de los buzones y a su persona, y al no observar cambio alguno, decido entrar en acción. Con la excusa de una supuestamente necesaria confraternización vecinal, le convoco a la vez que a mi vecina de abajo a un encuentro en mi casa que incluiría una tertulia con aperitivo para pasar posteriormente a una cena tan informal (en teoría) como minuciosamente preparada (en la práctica). Lógicamente, la convocatoria la realizo en forma de carta que una noche de jueves deposito en sus buzones. Al día siguiente, viernes, mi vecino se sorprende al ver que tiene un texto que leer antes de salir del portal para su paseo diario, y al hacerlo compruebo que su expresión ha cambiado. No les doy margen para dudas ni titubeos, los cito para el día siguiente, sábado, y ambos me responden que sí el mismo viernes al mediodía mediante una corta visita conjunta, hecho casual según se apresuran a indicarme, ruborizados, ellos.

       La reunión tiene lugar en un ambiente extraordinario. Y es todo un éxito. No faltan anécdotas de todo tipo en las animadas conversaciones que se van sucediendo, ni un exquisito sentido del humor por su parte. Pareciera que los tres fuéramos unos amigos de infancia que se hubieran reencontrado después de largos años. Y el anfitrión disfruta tanto o más que los invitados, por lo que al final reconozco orgulloso que, por lo menos esta vez, había tenido una muy buena idea… Cuando, ya de madrugada y muy agradecidos, se despiden deshaciéndose en halagos hacia mi persona por, dicen al unísono, tanto esfuerzo y cariño en la preparación de la reunión, me dirijo satisfecho a mi habitación para un (me concedo el adjetivo) merecido descanso mientras quiero imaginar que he puesto mi granito de arena para contribuir a unos momentos de felicidad en la vida de mi vecino, y también de mi vecina.

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       A partir de esa noche, raro ha sido el mes en el que no nos hemos juntado los tres para cenar, alternando nuestros respectivos apartamentos, con lo que hemos aumentado nuestra confianza y amistad. Aunque, a decir verdad, ellos dos han conseguido subir más peldaños en complicidad e intimidad, lo que les llena de felicidad, y a mí de satisfacción, por qué no decirlo. Incluso mi vecino ha aparcado la obsesión de meses atrás y ya se ha despreocupado de su buzón casi por completo, ahora solo lo abre un par de veces por semana, y eso cuando se acuerda...

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       ¿Serán imaginaciones mías, o últimamente se oyen más risas y «ruidos de alcoba» en el piso de abajo?

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       En una ciudad no muy lejana a la nuestra, una dama ha aclarado, ¡por fin!, sus ideas después de mucho tiempo y meditación, y ha tomado una decisión, que ha transmitido mediante una carta a la persona interesada. Ahora, es cierto que sin mucha esperanza, espera una respuesta a la misma, dudando de si se producirá o no, en vista de su propia y reconocida indecisión anterior.

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       Estos días tengo un inquilino en casa, se trata de la mascota de mi vecino. En teoría me estoy ocupando de su perro y cuidándolo, aunque la verdad es que quizá sea al revés porque me hace tanta compañía que temo que llegue el día de nuestra separación. El brillo de sus ojos cuando me mira ya le delata, está tan a gusto conmigo como yo con él. ¿Qué dónde está mi vecino?, pues en un viaje de placer con mi vecina, como bien se podría imaginar a estas alturas.

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       Mientras tanto, una carta personal que debió llegar mucho tiempo atrás, está abandonada, depositada desde hace unos días, junto con otras que contienen facturas y también junto a folletos de publicidad, en un buzón de mi portal; y quién sabe si cuando llegue el momento, dentro de unas semanas, se llegará a abrir siquiera…

 

© Patxi Hinojosa Luján
(20/11/2014)

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