Ya no sentía su presencia, creyó que le
había abandonado. No estaba seguro de dónde podría encontrarla, por lo que,
autocompadeciéndose, salió en su búsqueda sin rumbo ni destino fijo. Miró en
parques, ríos y playas. En bosques, mares y herbosos y arbolados caminos.
También, sin esperanza alguna, en plazas, estaciones y avenidas. Pero todo en
vano, no encontró ni rastro.
Tan cansado como decepcionado, cabizbajo,
emprendió regreso a su hogar. Ahora también le embargaba la culpabilidad. Se
avergonzaba de su fracaso, sí, aunque le podía más la culpa. Culpa por sentir
esa sensación de vacío…
***
Y entonces su búsqueda finalizó. Cuando
abrió la puerta de entrada, un «loco bajito» con sus genes se abalanzó sobre él,
— ¡papá!, gritó al saltar para asirse a su cuello— mientras su pareja, orgullosa
de ambos, y desde prudente distancia, les soplaba un beso lleno de ternura que
se materializaba apoyándose en las partículas del aire que les suministraba oxígeno
a los tres. Empezó a sonar su canción…
***
… culpa por no ser capaz de interiorizar,
a cada instante, ese superávit que, desde hacía años, se ocultaba en su mochila
durante su peregrinar por el Camino...
© Patxi Hinojosa Luján
(21/01/2015)
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