Escondiéndome en mi cobardía, logré por
fin reunir el valor suficiente.
Suficiente fue, respondiendo a esa
llamada tantas veces anhelada y nunca recibida, para volver a mi edén, a nuestro hogar.
Hogar que fue testigo mudo de mi
ascensión al cielo y mi caída a los infiernos.
Infiernos a los que, gracias a mi
debilidad, conseguí que no me acompañaras tú.
Tú, seductora y encantadora musa nuestra
y mía, antes, después… siempre.
Siempre amada; y a pesar del olvido por
la distancia, ¿siempre amante?
Amante imaginada mil veces, y mil y una como
despechada aparecida.
Aparecida en mis sueños ayer, hoy y
mañana, siempre actriz principal.
Principal causa de mi resurgir, cual ave
Fénix, fue un triste recuerdo.
Recuerdo que me impulsó a recordar que, al
final, todo acaba bien, y si no acaba bien, es que no es el final.
Final soñado: nos vi juntos en el
portarretratos de ese pasado común cuando, como un furtivo cualquiera, me
atreví a otear a través de tu ventana, escondiéndome.
© Patxi Hinojosa Luján
(23/01/2015)
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