La joven, que no llegaría a los veinte
años, me tranquilizó al instante desde su ubicación, observándome ya en erguida
posición; mirando hacia abajo dirigiéndose al espacio en que descansaba mi
rígido cuerpo, y mediante un expresivo gesto con sus manos, me hizo ver que no
había motivos para mi incomodidad moral; a la física no se refirió, obviamente
no era consciente de ella. En definitiva, que me transmitió que allí no había
pasado nada, a pesar de que yo había caído estrepitosamente sobre ella en uno
de los primeros ejercicios, cuando no pude llevar mis rodillas a la altura de
mis orejas después de haber estado un par de segundos con las piernas apuntando
hacia el oscuro techo…
En estos ambientes que persiguen la armonía
plena, cualquier incidencia ajena a la clase, por pequeña que sea, o cualquier
ruido extraño, pueden ser suficientes para romper el tan ansiado equilibrio
físico, mental y espiritual, y es por ello que el maestro yogui nos solicitó a
todos que volviéramos a esa posición imposible para mí, al menos de momento,
por lo que me limité a observar al resto del grupo, no sin un cierto punto de
envidia…
Aquella era mi primera clase, y a partir
de ese momento hice lo que pude, de veras que lo intenté, pero mi ligero
sobrepeso y mi condición de novato en estas artes solo me permitieron conseguir
algunas estrafalarias posturas desde las que observaba las de mis compañeros,
que sí se acercaban, y mucho, a aquellas que se nos demandaba en cada momento.
Seguro que yo también podría llegar a un nivel semejante a los suyos en un
futuro —pensé—, total, solo sería necesario que perdiera peso y que acudiera
puntualmente a todas las clases, digamos… unos cuántos años… Sonreí
discretamente al comprobar que todavía era capaz de reírme de mí mismo y mis
pulsaciones empezaron poco a poco a bajar de frecuencia, relajándome en muy
breve espacio de tiempo.
Aquella fue mi primera clase, sí, y a
pesar de que ya no intenté más las posturas que sabía de antemano no podría
llegar a conseguir, me resultó muy positiva porque me fui empapando de su
espíritu, a la vez que observaba y memorizaba figuras, movimientos, silencios,
respiraciones… Cuando el maestro yogui la dio por finalizada y nos invitó a
hacer lo mismo al tiempo que nos recordaba el día y horario de la siguiente
cita, y sin salir de la penumbra que nos otorgaba una única vela situada en el
centro de la estancia, procedimos a abandonarla con discreción. Creí reconocer
la figura de la primera persona que lo hizo, al ser la que estaba más cerca de
la puerta de salida, cuando ya desaparecía por ella; su media melena pelirroja
brilló un instante con los últimos rayos de sol que le estaban esperando en el
exterior, pero yo apenas le presté atención puesto que tenía mi mente ocupada
en otros menesteres.
Al llegar a casa, mi mujer me
informó de que cenaríamos solos. Los chicos tenían planes para esa noche y
llegarían tarde, por lo que llegado el momento preparamos la mesa para nosotros
dos únicamente y nos dispusimos a dar buena cuenta de los platos que ambos
teníamos preparados para esa tarde-noche. Cuando ya me disponía a servirme el
segundo, y mi mujer me preguntó extrañada que por qué no repetía del primero,
como hacía siempre, le respondí que a partir de ese día iba a intentar tener un
poco más de cuidado con lo que comía, en cuanto a cantidad, para empezar a
despojarme de parte de lo que le sobraba a mi figura. Le debió parecer una
decisión muy lógica y acertada, porque no me preguntó el motivo…
Unos minutos después, terminada la cena,
mi mujer oyó, con asombro, cómo del cuarto de baño provenían unas sonoras
carcajadas. En ese momento ella no sabía que yo, mientras me cepillaba los
dientes, me acababa de encontrar un pelo en el lavabo, un rojizo pelo que, no
sé por qué, me guardé como un tesoro…
***
Y este no es peor momento que otros para
reconocer que, de un tiempo a esta parte, la rutina instalada con el permiso de
los años pasados en convivencia, ha hecho que ya no nos esforcemos en compartirlo todo. Bueno, por fortuna sí lo importante, pero no determinados aspectos
calificados erróneamente como menores, como por ejemplo alguna de nuestras
aficiones personales que nos proporcionan placer a cada uno por separado, pero
que los dos consideramos que no le interesarían al otro. En un acuerdo tácito,
ambos escogimos el jueves por la tarde, por diferentes motivos, para ese
momento de libertad:
En mi caso, con la partida de mus junto
a los colegas que la semana anterior se tuvo que suspender, hasta nueva orden,
por la ausencia durante un tiempo indefinido de uno de sus participantes…
Ella, con su nunca mencionada en casa clase
de yoga.
***
Y a mí, para aprovechar ese espacio de
tiempo que quedaba desocupado, no se me ocurrió mejor idea que apuntarme a mitad
de curso a unas clases que la tenían a ella por alumna sin yo saberlo, y encima
llegar tarde mi primer día, cuando ya todos estaban ubicados en su sitio, envueltos por la penumbra que proporcionaba aquella única vela…
©
Patxi Hinojosa Luján
(18/01/2015)
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