A mí no me engañas, hermano. Tranquilo,
ya sé que esa nunca ha sido tu intención, tampoco para con los demás. Pero esta
mañana, tu elegante introspección disfrazada de madura literatura me ha impulsado
a realizar un recorrido nostálgico, no voy a negarlo, por el blog de tus alivios
emocionales, y lo he visto claro.
A mí no me engañas, hermano. Sé de sobra
que incluso si ese tremendo disgusto, al que maldigo, no hubiera llegado a vuestras
vidas, ese que hace que tengas que soportar como pétrea losa una mochila tan
pesada que pareciera transportar los enseres de toda una comunidad haciendo el
Camino, ese emotivo homenaje también hubiera visto la luz. Es algo que está escrito
en tus genes, y tú a esos les tienes fe, y mucha.
Ayer noche me estabas poniendo al
corriente de la situación, de las dos situaciones, la física de ella y la
anímica tuya, y a ti se te desgarraba el alma mientras, pensando en voz alta en
esa línea telefónica que unía nuestras almas con una salada lágrima común, no
hablaba sino tu corazón, tu asustado corazón. Yo, al otro lado, y respetando tus
momentos de desahogo y tu deseo de soledad, me iba empequeñeciendo por
momentos. Es lo que tiene intentar animar a un ser querido y ser consciente de
que solo te crees el noventa y nueve por ciento de lo que le dices, aunque lo hagas
con todas tus fuerzas.
No sé si aquel primer trozo de papel
existió o solo fue un ardid literario que, como buen escritor, te permitiste el
lujo de utilizar con el fin de explicar mejor y potenciar esos sentimientos ya
de por sí bien dibujados, claros y definidos, pero sobre todo fuertes, sinceros
y asentados en ese tiempo eterno de vuestra relación. ¡Qué más da! ¿Treinta
años?, ya ves que no son nada por lo rápido que han pasado. Ahora tenéis que
afanaros en cumplir el contrato que indicaba aquello de «… prorrogable a otros
treinta si ambas partes están de acuerdo», porque fue así, yo estaba allí y lo
oí; y ayer un pajarito me confirmó que sí, que los interesados lo están…
A mí no me engañas, hermano. Esta vez tu
particular trozo de papel ha sido más virtual que otra cosa. Y ahora, permíteme
que sea yo el que utilice una imagen literaria para confesarte que te he imaginado
muy bien mientras leías en tu corazón a la par que utilizabas como improvisada
pluma una de tus propias arterias alimentándola con la tinta roja de tu sangre
y así lograr reflejar tan bellos sentimientos. Esta vez, hermano, lo tenías
tres años más fácil…
***
Pero por si acaso, hoy y ahora voy a
pedirte un favor: vuelve a mirar en el bolsillo de aquel viejo abrigo de paño negro, esta vez en el izquierdo…
Por
referencias:
PD: Oscar, adivina qué álbum he estado escuchando, y en qué formato, mientras intentaba unir estas torpes palabras…
© Patxi Hinojosa Luján – Para Lou y Oscar,
para Oscar y Lou
(19/03/2015)
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