Ambos
lo tenían muy claro: ante ellos, pero sobre todo «entre» ellos, se levantaba un
alto y sólido muro construido a base de prejuicios, convencionalismos y
caducada moral para su manera de ver; este criterio lo compartían los dos,
aunque nunca antes se lo hubiera confesado ninguno de ellos al otro, y esto
impedía que les fuera posible dar rienda suelta a su amor, a sus deseos, a sus
pasiones, escondidos durante tanto tiempo bajo la espesa, por añeja, capa de su
infelicidad…
Cuando
esa primavera ambos fueron invitados a la boda de unos amigos comunes que no
vivían nada cerca, y que se celebraría durante el verano siguiente, un
sentimiento contradictorio se apoderó de sus corazones, de sus mentes, de sus
cuerpos. Ellos dos tampoco vivían en poblaciones cercanas, por lo que solo se
veían en esas escasas ocasiones en las que el destino, en ocasiones aisladas y
por diferentes motivos, se aliaba con ellos al organizar algún tipo de evento
que los pudiera reunir.
***
Acabados
los festejos que siguieron a la ceremonia en sí, ya entrada la noche, ¡qué
casualidad! , ambos fueron alojados en el mismo domicilio, por cortesía de otro
amigo común. Sus habitaciones estaban en el mismo pasillo, una enfrente de
otra, y cuando se apresuraron a despedirse a pesar de estar con alguna copita
de más, deseándose buenas noches, los dos sabían que ninguno osaría transgredir
la regla establecida y acatada, no de muy buen grado, por los dos: no se recorrería
la infinita distancia en que se convertía el ancho del estrecho pasillo y que
comunicaba sus dos puertas, las dos puertas que hubieran brindado al inquilino
de enfrente, en el utópico caso de desobediencia ética, la oportunidad de
entrar en un muy deseado, por desconocido, mundo de placer, en su paraíso
particular…
***
Sonó
el móvil de ella, no sabría decir por qué pero no lo había apagado:
— ¿Estás despierta? Yo no consigo
dormirme, por una sola razón, porque estoy pensando en ti. Cuánto me gustaría
que estuvieras aquí… conmigo… en mi cama…
—A mí me pasa lo mismo que a ti, mi
situación es calcada a la tuya y también me gustaría poder cumplir tu deseo, o
que tú pudieras venir a «visitarme»… pero como soy consciente de su
imposibilidad, me consuelo imaginando que las manos que ahora mismo, mientras
te imagino en mi cuerpo, acarician mi nuca, mi vientre, mis pechos, mis pezones,
son las tuyas; me consuelo fantaseando con que el dedo que se esmera en darme
el máximo placer al acariciar, con la suavidad que te imagino, mi clítoris, no
me pertenece, sino que es tuyo, amor… Antes, al desnudarme, créeme que has sido
tú el que lo ha hecho porque te he prestado mis manos, has sido el protagonista
de mi fantasía y es por eso que ahora mi desnudez te pertenece solo a ti… ¡ojalá!...
— ¡Ojalá fuera como dices, querida…!
En todo caso me estás poniendo a cien y ya me sobra toda la ropa. ¿Quieres
acariciarme con mis manos?, también te las presto. Espero tus indicaciones
impaciente…
— ¿Sí?, pues entonces (humm, ¡qué
placeeer me estás dando!) piensa que tus manos son mis manos y acaricia con
ellas tu torso y tu vientre primero, y luego baja a tus muslos, acaricia su
cara interna, sube un poco y roza por un instante tus testículos, ¡ya, es
suficiente! No dejes de acercarte a la base de tu, imagino tan apetecible, miembro
viril, pero no lo toques todavía, deja que vaya activándose poco a poco, sin
prisas, hasta que llegue a una plenitud casi explosiva…
— ¡Cómo me estás poniendo, querida…!
¿Cómo va «mi» dedo en tu botón del placer, sus compañeros ya buscan adentrarse
en tus entrañas como un preludio de la penetración fálica?, algo me dice que
sí, no sé si será mi soldado que ya está en posición de firmes a la espera de
instrucciones…
— ¿Ya?, pues entonces, y mientras
sigues acariciándome tan bien con las manos que sigo prestándote, con las que
tú me prestas juega un poco con tu glande, imprégnalo de humedad, que piense y
sienta que mi ávida lengua le regala una visita de placer, luego déjame
masturbarte y cuando ya no puedas más avísame porque, no sé cómo, pero me
gustaría sentir que estoy cabalgándote, y que tú también lo sientas así... ¡Por
Dios, qué bien lo haces, creo que no va a tardar en llegarme!
—Espera, creo que en nuestra primera
vez sería muy gratificante que los dos alcanzáramos el orgasmo al unísono, ¿de
acuerdo?
—De acuerdo amor, avísame cuando
quieres que me siente encima de tu miembro para que los dos sintamos a la vez
ese regalo maravilloso del placer compartido al unísono. Quiero que te corras
dentro de mí, para ello tendrás que prestarme las dos manos a la vez y ser muy
hábil, como lo estás siendo con las mías, humm, yo ya…
— ¡Venga, ahora, yaaaaaaaaaaaa! —gritaron de placer a la vez, pero
también de satisfacción al haber aprobado, por fin, su asignatura pendiente.
El
escondido amor de esa pareja, representado esta primera vez por la pasión y el
deseo, había cumplido un sueño, dejando dos cuerpos satisfechos en lo que a su sexualidad
se refiere en el mismo domicilio, aunque en camas distintas, en dormitorios
distintos; dos sudorosos cuerpos con apenas cinco metros de separación…
***
Antes
de cortar la comunicación telefónica, y esperando que su discreción al no
elevar en demasía el volumen de sus voces hubiera sido suficiente para no alertar
oídos indiscretos que pudieran pasar por el pasillo por casualidad, los dos
estuvieron de acuerdo en que el manos libres era un buen invento, y que, para
sucesivas ocasiones, el cargador debería de estar siempre localizado y a mano,
por si acaso la sesión se prolongaba más que en esta primera ocasión…
— ¿No es así, querida prima?
— ¡Así es, primo, mi amor!
© Patxi
Hinojosa Luján
(18/12/2014)
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