Hoy me encuentro raro, diferente. Tengo una extraña sensación que no podría definir como angustia, sino más bien como una ligera desazón. No te miento si te confieso que es porque me he acordado de ti; así, de buenas a primeras y después de tanto tiempo. Si te soy sincero, este hecho me ha pillado desprevenido porque, aunque al principio me costó, al fin conseguí hacerte desaparecer de mi mente por completo; por lo de aquel día, ya sabes…
Durante
unas semanas recordé, como hago ahora, todos esos momentos tan maravillosos que
compartimos, esas excursiones montañeras, esos paseos bucólicos entre bosques,
y no me lo podía creer. No podía creer que hicieras aquello. Aún hoy, cuando la
herida justo comienza a reabrirse, me cuesta aceptarlo. Aunque ahora ya no es
como antes, ahora sí quiero hacerlo porque sé que todo lo que vi es verdad, y ya
no me engañaré más.
Aquel
día tenías un brillo diferente en los ojos, lo generaba esa malicia que coqueteaba
con el exterior al no esconderse de pleno y asomarse, desafiante, desde lo más
profundo de esos grandes ojos oscuros. Pero yo no lo entendí hasta después, ingenuo,
cuando ya todo hubo pasado y, permíteme la metáfora, justo antes de encerrarte
y tirar la llave al mar. Recuerdo que no acababa de entender tu cambio de planes
unilateral. Habíamos quedado en subir a esa montaña que nos gustaba tanto y tú,
a última hora, me camelaste para que te acompañase en tu nuevo plan. En vez de
subir, íbamos a bajar, sabías de un hermoso lugar en la mayor depresión de una
zona que conocías bien y querías, me dijiste, que te ayudara con algo. Y hacia
allí fuimos los dos, como siempre. Bueno, como siempre no: en aquella ocasión
hablabas menos de lo normal y solo me mirabas de reojo. Quizá la dosis de
cordura que aún te acompañaba te aconsejara hacerlo así, quién sabe…
Llegamos
a la zona más baja y me indicaste, con un gesto de cabeza, que era allí, a unos
diez metros de nosotros. Nos acercamos y no tardaron en notar nuestra presencia
porque se empezaron a oír unos lamentos y gemidos que subían de volumen por
momentos; provenían de una especia de oquedad inferior cerrada con una gruesa
trampilla metálica que solo se podía abrir, y entre varias personas, desde
fuera.
— ¿Quiénes son y qué hacen ahí encerrados? —recuerdo
que te pregunté, asustado.
—No temas, no nos harán nada, son amigos —me intentaste tranquilizar—, tienes que
ayudarme a sacarlos de ahí abajo.
Recuerdo
bien que conseguimos, después de un esfuerzo sobrehumano, abrir aquella trampa,
que lo era, sí, aunque ahora sé que solo para los de fuera… y mientras esos
seres iban saliendo, mi curiosidad y yo les íbamos preguntando por su nombre…
***
Tengo
que dejarte un momento, traen mi medicación y se enfadan mucho conmigo si no me
la tomo enseguida. ¡Dichosas enfermeras!
***
… y
ellos me fueron contestando, todos y cada uno, todos lo mismo: instinto, mi
nombre es instinto. ¿Entiendes ahora por qué hice lo que hice?
Sí,
ya sé que lo de antes no era ninguna metáfora, pero es que me lío, se me dan
tan mal las figuras literarias…
© Patxi Hinojosa Luján
(17/07/2015)
Hola, Patxi: Gracias por compartir. Tu escritura es muy correcta, pero me costó entender la historia. Deduzco que alguien cedió a "sus bajos instintos", y que encerró a otro/a en ese espacio oscuro que define lo irracional, antes que una elección amorosa. Pero no quedo convencida de que quisiste decir eso. ¿Puede que hayas apostado ala intuición del lector para descifrar la metáfora de la que hablas? ¿O que yo estoy encasillada en algunos esquemas y no llego a otros? Un saludo.
ResponderEliminarHola, amiga Beba. Muchas gracias por tu tiempo para pasar y dejar tus impresiones, tu comentario.
EliminarDeduces bien al principio porque te confirmo que en el texto no hay ningún tipo de relación amorosa, sólo de amistad en un pasado que se pierde entre los recuerdos que pugnan por salir a flote a pesar de estar el narrador bajo los efectos de fármacos durante su ingreso en una clínica mental.
¿La metáfora a que se hace referencia mediado el texto...? En realidad no la hay (de ahí la frase final en tono irónico) pues el personaje narrador llegó a encerrar a su amigo e hizo desaparecer la supuesta llave. Todo ello originado, claro, porque se liberaron "los más bajos instintos" y lo eligieron a él en vez de a su amigo.
No sé si estas palabras te habrán servido de aclaración o te habrán liado más...
Ya ves, hace cuatro años me debió de patinar alguna neurona para que me diera por escribir semejante texto, je, je, je...
Ten envío un fuerte abrazo.