martes, 7 de julio de 2020

Descalza

(Imagen extraída de la red Internet)

Al verme en estos momentos, un espectador imparcial supondría que estoy paseando. En realidad, lo único que hago es seguir dando vueltas alrededor de este imponente edificio; el móvil bien asido con la mano dentro de un bolsillo esperando sentir la vibración que me anuncie la llegada del ansiado mensaje. No tardará, me digo, y las pulsaciones de esta madeja de nervios enmarañados que tengo por corazón parece que entren algo en razón al concederme una ligera tregua.
Por fin llega. Sin siquiera sacar la mano del bolsillo, me dirijo con tanta decisión como nerviosismo hacia la ostentosa entrada principal cubierta de estrellas, tantas como puntas tiene cualquiera de ellas. Al atravesarla, recibo un saludo con reverencia formal, y yo respondo con un discreto movimiento de barbilla que ejecuto sin pararme mientras me dirijo hacia el ascensor; intento estrechar mi visión periférica esperando que quien esté fuera de ella ignore mi presencia, debo evitar una posible conversación que pudiera arruinarme el plan. Pulso el botón de llamada y espero impaciente. Una vez dentro, ahora sí, saco el móvil en busca del mensaje y lo leo: sonrío, está en todo… Es entonces cuando selecciono el piso que corresponde al número que acabo de ver en la pantalla. Después de unos segundos eternos, que confluyen en una eternidad efímera, accedo a la planta solicitada y corro al encuentro de la puerta que me separa de ella.
Estoy plantado frente a la habitación 507 rememorando cómo y dónde nos conocimos, retrasando un momento que he proyectado en mi mente un millón de veces. La llave-tarjeta que me permitirá acceder al interior ya está en mi poder después de recogerla de la jardinera más cercana según reflejaba el mensaje. Introduzco la tarjeta en la ranura y se oye el típico sonido electrónico pintado de color verde. Entro. El familiar perfume me descoloca un tanto, pero enseguida me concentro en su imagen y la excitación aumenta al encontrarme sus zapatos tirados un poco más allá de la entrada; un tacón en posición natural, en vertical, la otra aguja apuntando a la estancia principal que intuyo ocupada al ver la fina franja de luz que impregna la moqueta de tentación. Reconozco también como familiar el escalofrío que en ese momento me recorre de arriba abajo, y que agradezco en cada ocasión desde que su lucidez propuso abolir en nuestra relación tanto la rutina como el pudor.
Y accedo a sus dominios desnudándome de inseguridades; al fin y al cabo, es mi esposa. Pero no falta a la cita el hormigueo del primer día amenazando mi compostura antes de encontrarme con su maravillosa simetría, perfecto objeto de deseo.
Está descalza, obvio. Descalza, sí, descalza hasta la nuca…

© Patxi Hinojosa Luján
(07/07/2020)

6 comentarios:

  1. Me ha entusiasmasodo tanto, que seguramente lo haga realidad, si no impoorta. Con una copita de algo.

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    1. Gracias, "amigo desconocido". Lo cierto es que ya había sopesado la posibilidad de trasladar la idea del relato de la ficción a la realidad, ya veremos... En todo caso lo de la copita habría que ensayarlo antes, je, je, je.

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  2. Bueno para una pelicula de corto metraje
    buenísimo abrazo
    desde Miami
    a tu casa

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    1. Gracias, amiga Mucha, por tu visita y motivador comentario.
      Otro abrazo dirección Miami.

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  3. Interesante reencuentro.
    Habría qué!

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